«Cuando escuche las sirenas, métase en la alcantarilla»

Desde el momento en que el misil abandona Gaza hasta que llega a nosotros, disponemos de 45 segundos. El sistema de rastreo hace saber a cada zona que el cohete se dispone a aterrizar en sus aledaños. Entonces suena la sirena. Puede que no aterrice ... en la puerta de tu casa ni que atraviese tu tejado, pero va camino de las inmediaciones.

Conozco todo esto porque recibimos notas del alto mando en el frente, el consejo regional y nuestro propio consejo de Neveh Dekalim. En el caso de los dos primeros, por debajo de la puerta; el último, a través del correo electrónico.

Hoy hasta nos visita el ejército, que ha ocupado el centro de la comunidad. Dos soldados reservistas, ambos angloparlantes, llaman a mi puerta, se presentan y me preguntan cómo estoy y si pueden entrar para tener una conversación sobre seguridad.

Mi primera reacción fue decir, "Nos sacasteis de nuestra casa en lugar de limpiar el desastre en el que estuvimos viviendo durante cinco años." Mi segunda reacción fue mi cortesía cuando la gente llama a mi puerta. Les invité a pasar.

Les aseguré que no me siento muy segura en mi casa prefabricada.

Los dos jóvenes se mostraron incómodos especialmente cuando me informaron de que el alto mando estaba planeando traer grandes tuberías de alcantarillado.

Sí, ha leído usted correctamente, tuberías de alcantarillado, hechas de grueso cemento, para nuestra protección.

Las tuberías se van a montar a lo largo de cada calle. Cuando suenen las sirenas, tenemos que salir corriendo, meternos reptando dentro de nuestro propio alcantarillado y esperar cinco minutos o hasta escuchar la explosión. A continuación salimos reptando de nuestra alcantarilla y volveremos a nuestras casas prefabricadas.

Me quedo pensando que es una broma. De nuestras casas en Gush Katif a unas casetas prefabricadas en un campamento de refugiados, pasando por el alcantarillado. Ciertamente hemos tocado fondo. Me río mientras escribo esto. Estoy llorando mientras escribo esto. Se me asegura que las tuberías soportan una explosión cercana, pero no un impacto directo. Tal es el margen de mi integridad física.

EL SUR se ha convertido en zona de guerra. Ayer estuvimos en Ashkelón. El hospital que visité estaba prácticamente vacío. El centro comercial dentro del que está ubicado estaba cerrado en su mayor parte. Hasta la farmacia, que estaba abierta cuando llegamos, había cerrado a las 4:30 de la tarde. Exceptuando una tienda de teléfonos móviles, todas las luces estaban apagadas y las calles desiertas. Una ciudad enorme vive a la sombra de los ataques masivos con misiles. Los niños ya no van al colegio. Los actos sociales y culturales están cancelados.

Nuestro mercado local y la verdulería aún tienen género. Todavía se reparte el correo. La electricidad aún llega. ¿Durante cuánto tiempo? Esta tarde suenan las sirenas. Escuchamos tres explosiones a lo lejos. Unos amigos llaman ofreciéndome un sitio donde meterme. Se está constituyendo un comité de emergencia. Me presento voluntaria.

Un periodista de un periódico holandés me llama. ¿Estaría dispuesta a reunirme con él y darle mi versión de la guerra? Accedo, y se muestra entusiasmado por entrar en zona de guerra. Los periodistas no tienen acceso a Gaza, pero aquellos que perdieron el interés en nosotros tras nuestra expulsión, vuelven a estar interesados ahora que la guerra nos sigue.

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