Guerra «letal» contra las maras en plena pandemia en El Salvador
Tras más de 70 asesinatos en cuatro días, el presidente Bukele refuerza las medidas contra los pandilleros: el sellado de las celdas y la mezcla de presos en las cárceles
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Iniciar sesiónEntre el 24 de abril y la noche del 27 de abril, al menos 74 personas fueron asesinadas en El Salvador. Esta cifra rompe de manera definitiva la línea descendente de homicidios en el país centroamericano, que hace tan solo unas semanas, en marzo, cerró el mes con un promedio de asesinatos diarios de 2,1. ... El más bajo desde la firma de los acuerdos de paz en 1992.
Los más de 70 asesinatos asestan un duro golpe al programa contra la violencia de las maras o pandillas desarrollado por el presidente salvadoreño, Nayib Bukele , el Plan Territorial, que le ha llevado incluso a militarizar el Congreso para lograr la aprobación del presupuesto para su tercera fase.
El incremento de homicidios ha llevado al mandatario a poner en marcha unas medidas que han sido cuestionadas por organismos internacionales y ONG, como el «uso de la fuerza letal» para la «defensa propia o para la defensa de la vida de los salvadoreños». Bukele también se ha comprometido a dar apoyo legal para aquellos agentes o militares que la empleen. A esto se suma el sellado de las celdas de las prisiones donde cumplen condena los pandilleros, desde las que, según Bukele, habrían salido las órdenes de asesinato. Otra medida controvertida es la de mezclar a los miembros de las tres pandillas predominantes en el país –Mara Salvatrucha y los dos brazos del Barrio 18, Revolucionarios y Sureños – en la misma cárcel.
De ahora en adelante, todas las celdas de pandilleros en nuestro país, permanecerán selladas.
— Nayib Bukele (@nayibbukele) April 27, 2020
Ya no se podrá ver hacia afuera de la celda. Esto evitará que puedan comunicarse con señas hacia el pasillo.
Estarán adentros, en lo oscuro, con sus amigos de la otra pandilla. pic.twitter.com/nJFmI3Dxub
De Los Ángeles a El Salvador
MS-13 y Barrio 18 , que aglutinan a más de 70.000 miembros en El Salvador, surgieron en las décadas de los años 70 y 80 en Los Ángeles, y se nutrieron de la emigración salvadoreña que abandonó el país debido a la crisis social y política que desembocó en una guerra civil. En los 90, acabado el conflicto, miles de pandilleros fueron deportados a El Salvador, donde implantaron las bandas y sus rivalidades. Hace una década se decidió segregar a los condenados en penales distintos, convirtiéndose estos en reinos de taifas de cada una de ellas.
La reagrupación en las cárceles ha sido criticado por organismos internacionales que ven en el hacinamiento un foco peligroso de contagio del coronavirus , la otra crisis a la que se enfrenta país, que hasta el momento contabiliza tan solo ocho fallecidos.
La pregunta más recurrente ahora es cuál de las tres pandillas estaría detrás de esta oleada de asesinatos. Uno de estos grupo, los Sureños, ha rechazado, a través de un vídeo que el propio Bukele ha colgado en su cuenta de Twitter, su responsabilidad. El portavoz del grupo, ante varios miembros con el rostro oculto, denuncia la violación de derechos de sus pandilleros ante el aumento de la represión en las cárceles, y asegura que en estos momentos están respetando el «cese el fuego», además de haber abandonado «todas las actividades ilícitas». Ante la pandemia, aseguran, «no estamos en tiempos de guerra», y su prioridad es ayudar a la población. Esto ha llevado al presidente a reclamar a las otras dos que se pronuncien.
En la calle, seguimos capturando a todos los cabecillas de las 3 pandillas, ellos irán a esas celdas selladas, el pandillero que ponga resistencia será abatido con fuerza proporcional y posiblemente letal por nuestra fuerza pública.
— Nayib Bukele (@nayibbukele) April 27, 2020
La llegada del Covid-19 llevó a las pandillas a un consenso a la hora de declarar un «toque de queda» para proteger a la población de sus territorios, amenazando con «golpizas» a quien incumpliera el confinamiento.
Entre las causas que podrían haber incrementado el número de asesinatos, estaría la menor vigilancia por parte de policías y militares de estos grupos, ya que el Gobierno ha redirigido sus esfuerzos a supervisar el confinamiento de los ciudadanos, como ha justificado el presidente en las redes sociales. Otra sería la paralización de ingresos para las pandillas, que viven del narcotráfico y de la extorsión de los pequeños negocios. Si bien Barrio 18 asegura haber aceptado no reclamar los pagos durante esta crisis, la Mara Salvatrucha, la más numerosa, no se habría sumado a esta iniciativa.
Maras, sustitutas del Estado
En las últimas tres décadas, las maras se han convertido en poder paralelo al Estado, y en una pesadilla para sus gobernantes. «Las pandillas han sustituido al Estado porque este ha estado ausente. No se trata solo de un problema de delincuencia, o del número de homicidios. Es un problema como consecuencia de la emigración: las maras no nacieron en El Salvador, nacieron en EE.UU., y después fueron deportadas. Las familias están rotas en El Salvador, donde niños de 12 años son cabezas de familia... Y el Estado no hace nada». Así explicaba Nayib Bukele, durante una entrevista con ABC, el fenómeno de las maras o pandillas en su país. Lo hacía en otoño de 2018, cuando era candidato a la presidencia de El Salvador, que meses después ganaría en la primera vuelta en unos comicios inéditos. Bukele, con 37 años, se convertía el 1 de junio de 2019 en el mandatario más joven del país más pequeño de Centroamérica.
Entre los principales puntos de su agenda se encontraba acabar con la corrupción del país y bajar el índice de violencia, protagonizada principalmente por los pandilleros, que situaban al país entonces en uno de los más peligrosos del mundo. Desde su llegada al poder, Bukele ha logrado rebajar las cifras de asesinatos a niveles históricos (marzo fue el menos sangriento desde los acuerdos de paz), algo que no lograron quienes le precedieron, a pesar de que presuntamente algunos de ellos rubricaron treguas con las maras a cambio de dinero, por lo que actualmente están siendo objeto de una investigación por parte de la fiscalía salvadoreña, como es el caso de los expresidentes Mauricio Funes y Salvador Sánchez Cerén .
Bukele, que también ha estado bajo sospecha de haber negociado con ellas durante el periodo que fue alcalde de la capital San Salvador, se ha mostrado siempre contrario -públicamente- a este tipo de acuerdos, aunque con matices.«No soy partidiario de negociar con las maras, pero es un poder fáctico con el que tienes que lidiar», explicaba a ABC. «Tienes que lidiar con sus familias. Nosotros no les ibamos a dar dinero a las pandillas, ibamos a generar beneficio social para la comunidad», en la que viven las familias de los pandilleros, se justificaba respecto a su gestión mientras fue alcalde de la capital, etapa en la que afrontó la rehabilitación del centro histórico de la ciudad.
La receta mágica que Bukele llevaba en el bolsillo, durante su campaña a la presidencia, para neutralizar la peligrosidad de las maras tenía tres ingredientes: La prevención , la reinserción y el «combate» directo, «que consiste en equipar a los agentes de seguridad permitiendo así mayores detenciones». Esta idea era el germen de su Plan Territorial, que hasta ahora había cosechado importantes resultados con el descenso de asesinatos -una tendencia, todo hay que decirlo, que ya había empezado a bajar antes de la llegada de Bukele a la presidencia-, pero que parece haberse frustrado ahora, lo que ha llevado al mandatario a reforzar las medidas tanto en las calles como en el interior de las cárceles.
Quienes pensaron que en la bajada de homicidios constantes durante los meses de mandato de Bukele había una tregua no oficial, pactada entre el Gobierno y las pandillas, las últimas muertes les han dejado sin argumentos.
Las maras no es solo un fenómeno que carcome el alma de El Salvador, se extiende por todo Centroamérica y sus tentáculos alcanzan a México, donde controlan las rutas de inmigrantes ilegales -incluido el tren conocido como la Bestia- que quieren alcanzar suelo estadounidense. Su violencia, junto a la pobreza, es lo que ha empujado a miles de salvadoreños a abandonar el país, como mostraron las caravanas de inmigrantes que se dirigieron el año pasado hacia EE.UU.
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