Entrevista
El compañero de piso de George Floyd, sobre la sentencia: «Siento alegría y dolor al mismo tiempo»
El hombre que vivió y trabajó varios años junto a la víctima recuerda lo que sintió al conocer su muerte y el veredicto de culpabilidad
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEl 26 de mayo del año pasado, alguien tocó a la puerta en la casa de Alvin Manago , un bungalow modesto en el barrio de St. Louis Park, un suburbio de Mineápolis . Manago no vivía solo. Compartía la vivienda con su novia ... y con George Floyd . Su compañero de piso no había pasado la última noche en casa. La visita era de un reportero local. Sacó un móvil y le enseñó un vídeo que circulaba por la ciudad desde la noche anterior: un policía apretaba con su rodilla contra el cuello a un hombre, esposado, tumbado contra el suelo y rodeado por otros tres agentes. Manago confirmó que ese hombre era su compañero de piso, compañero de trabajo y amigo íntimo.
«Fue horrible enterarme así. No quería creer lo que vi en el vídeo», explica ahora a ABC a pocos metros de donde murió Floyd, en una intersección de Mineápolis que ahora lleva su nombre y que se ha convertido en un memorial. «Me dolió mucho, me costó mucho verlo. No hizo nada para merecer un trato así », añade.
Manago, de 56 años, habla con este periódico dos días después de que se conociera el veredicto de culpabilidad de Derek Chauvin , el policía que mató a Floyd. A su alrededor, el cruce de la calle 38 y la Avenida Chicago está cubierto de velas, flores, recuerdos, mensajes y carteles con el rostro de Floyd y de otras víctimas de abusos policiales, como el de Daunte Wright , que falleció hace menos de dos semanas cerca de aquí.
Delante de Cup Foods -la tienda en la que Floyd pagó con un billete falso de 20 dólares, lo que motivó su arresto- hay un relieve pintado con la figura de Floyd, en el mismo sitio donde falleció. Lleva alas blancas y un cuerpo enorme, coloreado en azul.
«Era alguien que se preocupaba porque la gente estuviera cómoda a su lado», dice Manago. «Sabía que era un hombre muy grande y siempre trataba de que el resto no se incomodara por su tamaño».
Se conocieron unos cuatro años antes del episodio que sacudió a EE.UU. y al mundo y encendió el verano pasado con protestas y disturbios en todo el país. Jovanni Thunstrom , propietario de Conga Latina Bistro, era también el dueño de la casa en la que Floyd vivía alquilado. Manago se mudó a la habitación que quedaba libre. «Estábamos muy unidos», cuenta ahora sobre su compañero de piso, con el que labró una fuerte amistad y con quien trabajó en el negocio de Thunstrom. «Floyd estaba en la puerta, de seguridad. Yo, ayudando en el bar o fregando vasos»», recuerda.
Tranquilo y modesto
Floyd, diez años más joven que Manago, había llegado poco antes a Mineápolis, donde buscaba empezar de nuevo. En Houston, su ciudad de origen, su vida se había torcido. Era uno de esos portentos físicos que soñaba con una carrera deportiva. Destacó en los equipos de fútbol americano y de baloncesto de su instituto, lo que le permitió acudir a la universidad en Florida. Ni fue una estrella , ni terminó sus estudios. Acabó metido en problemas con drogas y delitos de poca monta . Hasta un robo con violencia -encañonó con una pistola a una víctima- que le llevó cuatro años a la cárcel.
En Mineápolis buscó dejar atrás todo eso . Trató de centrarse en su trabajo, en enviar dinero a los hijos que dejó en Houston y en su fe. Lo que no consiguió dejar atrás fue la droga, como se vio en su autopsia y en el juicio, donde la que fue su novia relató las idas y venidas de ambos con los opiáceos. «Fue algo sorprendente para mí, porque yo no lo vi», asegura Manago. Como también lo fueron sus problemas médicos, que la defensa de Chauvin trató de establecer como una causa determinante en su muerte. «Nunca vi nada de eso. Siempre estaba ejercitándose en el sótano y tenía mucha salud ».
En la casa, Floyd era un tipo « muy tranquilo » y preocupado por los demás. «Él trataba a la gente como quería que le trataran a él: con bondad y respeto», dice. «Hasta el último día me preguntó cómo me encontraba, si estaba bien».
Todo cambió esa tarde en el cruce de calles desde el que ahora habla Manago. Y espera que muchas cosas cambien en Mineápolis y en el resto del país a partir del veredicto del otro día. «Todo el proceso ha sido muy duro, pero para mí es un placer ver que ha acabado con mucha paz y unión», asegura, después de un año de tensiones y violencia. Tras la muerte de Floyd, Mineápolis ardió en disturbios, con cerca de mil edificios destruidos o dañados.
«Fue descorazonado ver cómo mucha gente perdió su negocio, por el que habían trabajado tanto», dice. «Él hubiera estado en contra de eso».
Floyd nunca hubiera podido imaginar que se convirtiera en un símbolo de nada. Ahora representa un nuevo impulso para reformar las prácticas policiales, en especial en su relación con las minorías raciales. «Se lo tomaría con mucha modestia, con mucha humildad y como una forma de unir a la gente», explica el que fue su amigo.
Manago c onfía en que el veredicto suponga «un paso en la dirección correcta» y que muestre «cómo se deben hacer las cosas». Pero, puertas adentro, el final del juicio arroja sentimientos encontrados: «Siento alegría y dolor al mismo tiempo. Le echo mucho de menos».
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete