La ciudadanía consumista y la reforma sanitaria
¿En qué se basan los que se oponen a la reforma sanitaria recientemente aprobada por el Congreso de Estados Unidos?
Compleja pregunta.
En el caso de la oposición unánime del Partido Republicano, una respuesta seria tendría que dar cuenta de toda una serie de ... factores, que van desde asuntos puntuales y locales --el obstruccionismo estratégico adoptado por el Partido Republicano frente a cualquier iniciativa del presidente Obama--, pasan por factores como las perennes presiones de los distintos lobbies, y llegan hasta las genuinas y profundas diferencias ideológicas que existen en el país sobre el papel y el tamaño apropiados del Gobierno.
Pero en el caso de muchos de los ciudadanos de a pie que se oponen a la reforma sanitaria, creo que la explicación es más sencilla. Se trata, en gran medida, de un miedo al free-loader, de un rechazo al que supuestamente se beneficiará del seguro médico “universal” sin contribuir en nada. Ciertos políticos y ciertos medios han intentado --con bastante éxito-- difundir una imagen de los treinta millones que viven sin seguro médico como una caterva de vagos, indocumentados, o “minorías” que se van a beneficiar de esta reforma , que muchos perciben simplemente como una masiva redistribución de recursos –“nuestros recursos”.
Este tipo de oposición es sintomático de algo mucho más profundo y grave: una paulatina pero marcada debilitación del concepto de comunidad nacional. En los debates acalorados del último año en torno a la reforma sanitaria se ha visto cómo se va imponiendo en la esfera pública lo que podríamos llamar un modelo consumista de ciudadanía. Es decir, el ciudadano medio puede razonar más o menos así: “Pago impuestos o cuotas de seguro médico no tanto como miembro solidario de una comunidad, sino como consumidor. Y como consumidor, quiero poder elegir la mercancía que compro, y quiero decidir quiénes serán los beneficiarios de mi compra”. Llevado al extremo, el razonamiento sigue: “No me importa lo que digan las leyes de la nación: no quiero que mis tax dollars (impuestos) se utilicen para financiar escuelas que enseñen las teorías de Darwin, para centros sanitarios que practiquen el aborto o para atender o sanar a otras personas que, por este u otro motivo, no son de mi agrado”.
Esta transformación del ciudadano en consumidor ha tenido algunos efectos positivos, a mi modo de ver. Por ejemplo, al Estado se le exige cada vez más transparencia y contabilidad. Pero la legislación de Obama parece querer afirmar que hay algunos asuntos –seguridad nacional, desarrollo de infraestructuras nacionales, sanidad— que sencillamente no se pueden regir según la lógica individualista del ciudadano consumista.
*James D. Fernández, Universidad de Nueva York
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