Cisma en la Pequeña Habana
Nuevas generaciones de cubanos y las últimas medidas de Bush contra Fidel Castro han abierto una brecha histórica en el frente del exilio
FLORIDA. La Pequeña Habana de Miami es un teatro tóxico, una trama donde es fácil perder el hilo y ahorcarse con tantas pasiones y desolaciones que los exiliados cubanos tejen y destejen como arañas de su propio laberinto político. La llegada masiva de inmigrantes hispanos ... ajenos al drama de Cuba, pero también de cubanos que dejaron la isla después de 1980 o que nacieron en Florida, y que en su mayor parte rechazan las nuevas medidas punitivas de la Casa Blanca contra el régimen castrista de limitar un viaje cada tres años a la isla, ha propiciado un cisma que algunos vaticinan histórico.
La Florida, donde hace cuatro años se decidió de forma drástica y controvertida que George W. Bush fuera presidente, vuelve al centro del escenario político, y la decisión de muchos cubano-americanos de inclinarse por el campo demócrata puede ser la piedra de toque de las enconadas y viciosas elecciones de este noviembre.
«Treinta años sirviendo a la comunidad», proclama la carta del «Versailles», saturada de tentaciones, desde caldo gallego y paella a lomo de puerco con arroz, frijoles, mango y plátanos fritos. El principal mentidero político de la Pequeña Habana, el núcleo duro de las acrisoladas resistencias y frustraciones cubanas, está en este restaurante, Casablanca kitsch donde se ve desfilar a la flor y la nata del exilio, los recalcitrantes y los advenedizos, los extremistas y los pragmáticos amenizan las décadas de espera o avizoran un cambio de tercio con un ardid cubano-español: aderezando los ardores ideológicos con el hedonismo del paladar en medio de un bosque de espejos.
Fanático de los caldos peninsulares
Así lo hacen Juan A. Trujillo (Santiago de Cuba, 1942), de antepasados extremeños, fanático de los caldos y las cocinas peninsulares, y su tío político, un catalán a quien la revolución arruinó y rehizo su vida en Florida. Trujillo es de los que creen que los estadounidenses no cambian de jinete en medio de una guerra, pero también de los que sin gustarle Bush ni convencerle Kerry muestran a las claras su desencanto por la política de la actual Casa Blanca hacia La Habana y vaticina un deslizamiento sustancial hacia el rincón demócrata.
En esa esfera encaja de lleno Joe García, el dinámico nuevo director ejecutivo de la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA), a quienes los intransigentes llaman «el sepulturero» de un movimiento político que lanzó a la palestra el malogrado Jorge Mas Canosa. Se sienta junto a su tío, el abogado y empresario Fernando Hurtado, de verbo florido, adicto a la palabra «comemierda» -«Cheney es quien gobierna, Bush no es más que un comemierda»-, que cree que al exilio «hace tiempo que se le paró el reloj» y que «en Miami se van a decidir las elecciones».
El extraordinario giro estratégico que García ha impreso a la FNCA parte del análisis de que «se ha quedado del todo desfasada la idea de que los cubanos votan mecánicamente republicano, o de que si Fidel Castro es la izquierda nosotros somos la derecha. Hay que emplear otras categorías». García atribuye esa corrección de rumbo a su mentor, Mas Canosa.
Aunque Joe García recuerda que fueron los republicanos quienes acogieron a los cubanos con los brazos abiertos, también añade que Bush prometió mucho e hizo poco tras llegar al poder impulsado por el «caso Elián» (el niño rescatado del mar donde pereció su madre huyendo de Cuba, entregado por Clinton a La Habana tras un ruidoso serial), que le proporcionó al presidente un 82 por ciento del voto cubano-americano.
Voto dividido
Coincide con encuestas aireadas por el New York Times y el Wall Street Journal. Aunque es cierto que el 92 por ciento de los cubanos nacidos antes de 1980 apoyan a Bush, el 55 por ciento de los nacidos después de esa fecha se inclinan por Kerry. Pero si la demoscopia pulsa el cada vez más concurrido patio hispano (casi medio millón de puertorriqueños y 360.000 mexicanos), un 59 por ciento de latinos no cubanos mostró sus preferencias por Kerry, frente a un 35 por ciento que dijo que votaría por el actual presidente..
Nacido en Miami hace 40 años, Joe García dice que «Kerry tiene que ganar», y recalca: «Estoy trabajando para que gane». Su lectura es que quien gobierna en Washington es «la ultraderecha» y que «la política del exilio tradicional está por completo osificada».
García tiene enfrente a figuras como Lincoln Díaz-Balart, uno de los tres cubano-americanos que se sientan en la Cámara de Representantes, quien asegura que si la última vez atrajeron el 80 por ciento del voto, «W (por Bush) lo volverá a hacer este año».
Alejandro Báez, uno de los 76.000 dominicanos que el censo contó en Florida, es gerente en la sección hispano-lusa del canal de televisión Discovery. Tiene 51 años, lleva 18 en Estados Unidos y obtuvo la ciudadanía. No todo en Florida es cubano, de hecho «la indiada», como califican despectivamente los cubanos de rancia estirpe exiliada al resto de los hispanos, empieza a descollar. Los republicanos le parecen a Báez «muy agresivos con su política basada en invasiones. Me inclino por un cambio democrático».
Mano dura contra Castro
Parece en completa sintonía con Luis Duarte, montador en Discovery Channel, pero éste sí cubano-americano, hijo de exiliados cubanos y nacido en Florida hace 31 años. Es un ejemplo meridiano de la división que se extiende por su plexo étnico: mientras sus padres son republicanos hasta la médula, partidarios de la mano dura contra Castro, Duarte considera que el embargo no ha funcionado. Él y su núcleo hispano en el Discovery -Venezuela, Puerto Rico y Cuba- van a votar por Kerry, «sin ninguna duda. Este país tiene mucho poder e influencia en el mundo y debería darse cuenta de que hay muchos motivos para no votar por Bush, por todos los engaños que llevaron a la guerra de Irak, toda la propaganda y el uso del miedo. Yo vivo en este país, y aunque me sienta muy cerca de Cuba hay más cosas que Cuba».
El escritor Norberto Fuentes, autor de la «Autobiografía de Fidel Castro» (le da los últimos compases al segundo y último tomo: «El poder absoluto e insuficiente»). Después de luchar junto a Castro, de haber sido un autor mimado por el régimen, acabó por convertirse -como muchos predecesores- en un enemigo, vive ahora en Miami y sigue haciendo la guerra por su cuenta, y como muchos otros critica la medida de Bush de limitar de uno a tres el número de viajes a Cuba porque «está pensada para los más recalcitrantes, porque sabe que a quienes más va a perjudicar no pueden todavía votar».
Enterrados de pie
Fuentes, irónico y torrencial, recuerda que «los cubanos se vinieron a Florida no para hacer realidad el sueño americano, sino para impedir que cuajara la revolución en el patio trasero de Estados Unidos, porque pensaron que iba a ser una pequeña temporadita», y desde su terraza sobre Miami señala los cementerios «donde hay tantos y tantos exiliados enterrados, muchos de pie, para poder volver caminando hacia La Habana en la otra vida, cuando se acabe Castro».
A la conversación se suma Manuel Penabaz, con 40 años de exilio a cuestas y una vida llena de aventuras que le llevó de Sierra Madre a la Bahía de Cochinos y que relató en «La trampa». El mismo que acusó a John F. Kennedy de «traición» por haberles dejado tirados en playa Girón, cree que «el embargo ha sido el mayor aliado del fidelismo» y que «los trogloditas del exilio están encantados con las últimas medidas de Bush».
Penabaz está convencido de que «estas elecciones serán decisivas para el exilio, van a confirmar el cisma entre los tradicionalistas anticastristas y pro-republicanos y los demócratas partidarios de otra política. Bush ha desgraciado a este país. Es un completo inepto. Los Bush nunca han entendido ni querido entender al pueblo estadounidense, sino proteger intereses bastardos. Nos están quitando las libertades, este país está cayendo en el anhelo fascista».
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