Cien soldados de EE.UU. ponen en marcha la distribución de ayuda en Puerto Príncipe
La población recibió amigablemente a los militares estadounidenses, repartidos de tres en tres por la capital
Un centenar de soldados estadounidenses sobre el césped del derruido Palacio Nacional bastaron para que el operativo de ayuda humanitaria se pusiera en marcha una semana después del terremoto que asoló la capital haitiana.
Elementos de una compañía aerotransportada llegaron en helicóptero, tomaron tierra frente al Campo de Marte (convertido en un inmenso campo de refugiados), estiraron los músculos, se apostaron en cuatro esquinas y en el Hospital Central... y Puerto Príncipe comenzó a respirar.
Por las calles de la ciudad empezaron a desfilar patrullas policiales de la ONU, gendarmes franceses se hicieron cargo del tráfico frente a su embajada en la avenida John Brown, las ambulancias se movían de un lado a otro, camiones con comida y agua se apostaron en diversos puntos de la ciudad -la ONU ha instalado 15 puntos de distribución de ayuda y a finales de esta semana tendrá ya capacidad para alimentar a un millón de personas-. Incluso las gasolineras empezaron a distribuir combustible, con lo que Puerto Príncipe recuperó parte del caótico, casi imposible, tráfico vehicular que le era característico (de ahí que ayer, más que nunca, el mejor modo de desplazarse por la urbe fuera en mototaxi, uno de los pocos buenos negocios en estos atribulados días).
No ha hecho falta la presencia de los «marines» -acampados en la bahía, a las afueras de Puerto Príncipe- ni un fuerte despliegue militar -los soldados estadounidenses, de tres en tres, departían amigablemente con la población- para poner en funcionamiento una operación, denominada «Respuesta Unificada», que Naciones Unidas con 9.000 efectivos sobre el terreno bajo mando brasileño no ha sido capaz de hacer arrancar en siete días.
Dos pistas de aterrizaje
Así, parte de la ayuda humanitaria que se acumulaba en la sede militar de la Minustah (misión de la ONU para Haití, desplegada desde 2004 tras la expulsión del presidente Aristide) comenzó a ser distribuida en diferentes puntos de la ciudad, aunque en medida muy limitada a las necesidades de una población que deambula por las calles arrastrando colchones, mantas, cachivaches, y que se busca la vida como puede entre toneladas de escombros y olor a cadáveres en avanzado estado de descomposición.
La ayuda también ha comenzado a llegar a otras ciudades de Haití. EE.UU. anunció también que abrirá otras dos pistas de aterrizaje hoy para canalizar la ayuda a Haití. Una de las pistas se situará en la vecina República Dominicana.
Resulta difícil imaginar cómo han subsistido más de un millón de personas que lo han perdido todo, cuando en las abigarradas calles apenas se puede encontrar a alguien vendiendo un plátano, aunque sea posible hacerse con una botella tamaño petaca de Barbancourt o una cajetilla de Comme il Faut, el ron y los cigarrillos locales.
Lo que sí ha hecho el Consejo de Seguridad de la ONU es reforzar el contingente militar y policial de su misión en Haití con 3.500 efectivos más. «Con la aprobación del envío de estos 2.000 soldados y 1.500 policías, la comunidad internacional ha demostrado que está con Haití», dijo el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon.
Ban alabó el papel de la República Dominicana en asistir desde el primer momento a las víctimas del desastre, y dijo que da «la bienvenida» a la oferta dominicana de enviar tropas.
Convertida en cabeza de puente para la ayuda humanitaria, desde el aeropuerto de Barahona, cerca de la frontera, se han abierto nuevas rutas de abastecimiento. La población del otro lado de la isla se ha volcado en colaborar.
Quienes comienzan a abandonar el país son los equipos de rescatistas, a pesar de que el lunes aún fueron salvadas dos personas con vida en la Universidad.
Lágrimas en los ojos
Con lágrimas en los ojos, equipos de bomberos dominicanos, panameños y franceses abandonaban de madrugada, después de catorce horas de trabajo, la búsqueda de posibles supervivientes en una sucursal bancaria, convertida en un «club sandwich», según el jefe de los bomberos locales.
Tres perros habían marcado signos de vida entre las ruinas, y los aparatos de ultrasonidos captaron el latir de un corazón. Tras una ardua tarea con retroescavadoras, palas, fresadoras, cizallas y a mano pelada, los equipos dieron por perdido el milagro. También los equipos españoles han empezado a preparar el petate.
Pero, pese a que la situación ha mejorado de manera manifiesta, la ayuda se acumula en el aeropuerto de Haití sin forma de distribuirla o almacenarla por falta de coordinación, denunciaba la Organización Mundial de la Salud (OMS). «Tenemos que coordinarnos mejor. Esto es un desafío. Sabemos que ha habido tensiones», dijo Jon Andrus, subdirector de la Organización Panamericana de Salud, filial de la OMS.
El secretario de Estado para Iberoamérica, Juan Pablo De Laiglesia, de visita en Puerto Príncipe, reconocía que no está llegando a la población toda la ayuda «con la abundancia con que llega al aeropuerto», debido a «la aglomeración de gente, la destrucción de las infraestructuras y falta de medios para atender y llegar a todos los damnificados». Parte de la ayuda ha tenido que ser repartida por particulares locales durante toda esta semana
Pero, pese a los episodios puntuales de violencia y saqueo -como el de las bandas delictivas que aprovecharon el seísmo para recuperar parte del control del barrio marginal de Cité Soleil-, el comportamiento de la gente se puede calificar de ejemplar.
No es temor, sino lástima, lo que provocan estos cientos de miles de almas perdidas en las calles de esta ciudad fantasma.
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