China canta victoria sobre la revuelta uigur a la espera del viernes de oración
Tomada todavía por un fuerte despliegue militar que separa a los “han” de los uigures, Urumqi recupera poco a poco la calma
Sentados en la postura del loto en un callejón, un batallón de soldados canta, grita y aplaude en las inmediaciones de la Puerta del Sur, la plaza que da acceso al barrio musulmán que se levanta junto al Gran Bazar y la mezquita de Urumqi. ... Después de cuatro días de caos, el Ejército chino ha cantado hoy por fin victoria sobre la revuelta uigur en la región noroccidental de Xinjiang , que estalló el domingo pasado cuando miles de manifestantes de esta etnia musulmana tomaron las calles de la ciudad y se desató una violenta batalla campal que acabó con 156 muertos y más de un millar de heridos..
Gracias al despliegue de más de 20.000 militares y agentes antidisturbios, muchos de ellos armados con metralletas, el Ejército se ha hecho con el control de esta ciudad de dos millones de habitantes. Gradualmente, se ha restablecido el tráfico y las tiendas han vuelto a abrir sus puertas.
Sin embargo, Urumqi se encuentra dividida en dos. A un lado, en el distrito financiero y comercial plagado de modernos rascacielos, galerías comerciales, bares y karaokes con luces de neón, se sitúan los “han”, la etnia mayoritaria de China que ha colonizado la región. Al otro, en lo poco que queda del casco histórico enclavado alrededor de la mezquita, los uigures, la población autóctona de Xinjiang que profesa el islam, habla una lengua emparentada con el turco y suspira por el sueño imposible de la independencia para esta vasta región, rica en petróleo y minerales, que ocupa tres veces la superficie de España.
Interponiéndose entre ambos, el Ejército, que sigue formando barreras alrededor del centro, imponiendo el toque de queda por la noche y patrullando por las calles en camiones con grandes pancartas en rojo donde se pueden leer eslóganes propagandísticos como “El separatismo trae la ruina a la nación” y “Debemos derrotar a los terroristas”.
Protegidos por sus soldados, a los que aplauden y miman entregándoles botellas de agua mientras custodian las plazas y parques tras sus escudos antidisturbios, los “han” se sienten más seguros después de la demostración de fuerza del martes. Ese día, miles de personas invadieron las calles armadas con palos, barras de hierro y cuchillos y se dirigieron al barrio uigur en venganza por la sangrienta revuelta del domingo, en la que el Ejército también abatió a balazos a muchos alborotadores.
“La culpa es de Rebiya Kadeer y de las fuerzas separatistas que actúan desde el extranjero”, repite la versión oficial dada por el Gobierno chino, que culpa a la principal cabecilla de la causa uigur en el exilio, una joven apellidada Zhang. Tras el “miedo” pasado durante los últimos días, la muchacha vuelve de compras a las tiendas situadas en los alrededores de la plaza del Pueblo, en cuyos altavoces se escuchaban canciones un tanto irónicas para la ocasión, como el himno pacifista de John Lennon “Imagine”.
Calma chicha en la zona uigur
Menos festivo era el ambiente en la zona uigur, donde muchos negocios aún permanecían cerrados tras gruesas persianas metálicas de color verde. En las esquinas, aparecían los primeros vendedores de telefonía móvil y algunos comerciantes ambulantes de ropa osaban mostrar el género sobre las aceras. A través de guardias de seguridad uigures, el Gobierno repartía por poco dinero verduras, frutas y hortalizas, ya que todavía son pocos los tenderos que se atreven a abrir sus establecimientos y se han disparado los precios de los artículos de primera necesidad.
Pero la verdadera prueba de fuego para el régimen chino tendrá lugar mañana, día sagrado para los musulmanes al celebrarse la oración del viernes. “Los fieles que vengan a rezar deberán marcharse a sus casas. Gracias por su cooperación”, advertía un cartel a las puertas de la mezquita del distrito de Tianshan, cerca del Gran Bazar. Aunque algunas otras mezquitas de menor tamaño ya han abierto sus puertas tímidamente, Ahmed no sabía “si podremos reunirnos a rezar porque el Gobierno no quiere que comentemos juntos lo que ha pasado”.
Temeroso de que un mínimo incidente encienda la chispa del odio interétnico, e l Gobierno preparará de nuevo un fuerte despliegue militar o incluso prohibirá la oración en las principales mezquitas . “Debemos enfatizar el pensamiento de la estabilidad sobre todo lo demás entre las masas de todas las etnias en Xinjiang”, declaró en un comunicado el Politburó del Partido Comunista, encabezado por el presidente de China, Hu Jintao, y formado por los nueve hombres más poderosos del régimen.
El Politburó culpó de los disturbios a “tres fuerzas nacionales y extranjeras”, en relación a los extremistas religiosos, los separatistas y los terroristas, y abogó por “castigar duramente a los culpables de crímenes y vandalismo”, “tomar medidas preventivas contra las fuerzas enemigas que socavan la unidad étnica” y “educar a la mayoría de los uigures”.
Tras el infierno de esta semana, Urumqi intenta cerrar sus heridas. Pero lo que tardará más tiempo en curarse será el odio entre las etnias “han” y uigur que ha desatado este, de momento, último estallido de violencia.
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