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A la caza del voto judío «ruso»

Netanyahu busca ganarse el apoyo decisivo de los miles de emigrantes de la antigua URSS, que viven en la ciudad de Rishon Lezion

Carteles electoral de Benjamin Netanyahu en una sede del Likud AFP
Mikel Ayestaran

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«Solo el Likud, solo Netanyahu» reza el eslogan que el partido del primer ministro en funciones ha colocado en los autobuses urbanos en Rishon Lezion, ciudad de la costa próxima a Tel Aviv. Un eslogan escrito en alfabeto cirílico, no en hebreo, dirigido a los 50.000 emigrantes de la antigua URSS que viven aquí y han convertido el centro urbano en lo que se conoce como «Pequeño Moscú». Benjamín Netanyahu espera ganar las elecciones de mañana y formar gobierno , algo que no pudo hacer tras los comicios de abril por la falta de apoyo de su ex ministro de Defensa, Avigdor Lieberman , el político israelí con más apoyo entre el electorado inmigrante judío de ascendencia rusa.

El dirigente ultraconservador de origen moldavo, líder de Israel, nuestra casa, precipitó la disolución del anterior Gobierno de coalición, impidió la formación de un nuevo Ejecutivo tras los comicios de abril y ahora, según las encuestas, volverá a ser decisivo porque puede doblar los resultados obtenidos hace cinco meses y alcanzar los diez escaños. Estos sondeos, los últimos del Canal 13, arrojan un nuevo empate a 32 escaños entre Netanyahu y la coalición Azul y Blanco , del exjefe del Ejército, Benny Gantz, lo que vuelve a complicar el juego de alianzas en una cámara de 120 asientos. Lieberman se ha erigido en defensor de un Israel laico y ha reabierto el debate sobre el papel que los partidos religiosos deben tener en el país con temas como la obligatoriedad del servicio militar para los jóvenes ultraortodoxos.

En las calles del «Pequeño Moscú» no se ven haredíes (ultraortodoxos), el idioma que se escucha en las paradas de autobús es el ruso y las carnicerías anuncian la venta de jamón y chuletas de cerdo, el animal más despreciado de todos los que no son kosher (término para referirse a lo que es apto desde el punto de vista de la ley judía). « Votaré a Lieberman porque es el único capaz de frenar a unos partidos religiosos que están destruyendo Israel y lo quieren llevar al pasado», confiesa Sofia Meirovich, emigrante polaca que llegó al país cuando tenía diez meses y que trabaja como profesora. A su lado, Larisa Leivobitz asiente y se abraza a su amiga con emoción. «Hay que echar a Bibi (apodo de Netanyahu) como sea. En mi caso voy a votar a Gantz y espero que forme Gobierno con Lieberman», declara Larisa, quien abandonó San Petersburgo en 1990 y confiesa que «es la primera campaña electoral en la que los judíos llegados de la ex URSS nos sentimos importantes».

El fracaso a la hora de lograr el apoyo de Lieberman para alcanzar la mayoría en el parlamento llevó al Likud a crear una especie de «centro de operaciones rusas» para intentar convencer a este grupo que supera el millón de personas en el país. Netanyahu encargó a Michael Raif la gestión de este órgano que se ha encargado de gestionar la publicidad en cirílico o las entrevistas del primer ministro con los medios israelíes de la comunidad de habla rusa. «Hemos detectado que los problemas principales son la falta de vivienda pública, el cobro de pensiones y la regularización de los matrimonios mixtos y Netanyahu se ha comprometido a solucionarlos», afirma Raif. Este miembro del Likud emigró desde Siberia a Rishon Lezion, donde trata de arañar todos los votos que puede a un Lieberman que «lleva más de una década prometiendo que arreglará los problemas de los rusos y no ha hecho nada. Solo un partido grande puede hacerlo y ese partido es el Likud».

De todos los países de la ex URSS, solo Rusia concede pensiones a los emigrantes judíos, informa Raif. En el seno de esta comunidad, que tres décadas después de la caída del telón de acero sigue siendo la que más emigración judía aporta a Israel –10.500 personas en 2018, según datos de la Agencia Judía–, hay 200.000 afectados por el problema de los matrimonios mixtos en los que solo uno de los miembros es judío y «son necesarios al menos cuatro años de trámite para regularizarlo, es algo que debemos acelerar para que no vivan en una especie de limbo», apunta el responsable del Likud.

A pocos metros de la oficina de Raif, en el parque central de Rishon Lezion, un grupo de ancianos juega al ajedrez en una pérgola que les protege del sol. Miden el tiempo de cada movimiento y colocan con fuerza las figuras de madera sobre los tableros. Si uno cierra los ojos podría pensar que está en un parque cualquiera de Rusia en pleno verano, pero no, está en la costa mediterránea y en el «Pequeño Moscú» que la emigración judía ha levantado en el corazón de Oriente Medio.

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