Berlín y el futuro
Tras la caída del Muro, Berlín parecía haberse convertido en capital del underground, pero la ciudad ambiciona convertirse en mucho más
Berlín y el futuro
Berlín es puro devenir, una capital en construcción que probablemente hasta mediados de siglo no alcanzará de modo pleno lo que vaya a ser. Cien años habrán hecho falta para que vuelva al lugar desde el que se desplomó.
Como muy pocas otras ciudades, cuenta ... con el futuro en sus propias manos. Depende de la clarividencia de los mismos berlineses, entre otras cosas en su esfuerzo por superar el reduccionismo de un Berlín meramente alternativo, epicentro de movimientos underground y paraíso de okupas, algo que fue propiciado en Berlín-Oeste por los subsidios y luego potenciado por los espacios vacíos dejados por la caída del Muro. La nueva arquitectura en el centro de la ciudad da el tono de ambición, sin perder la vanguardia, al que aspira la capital.
Depende igualmente de la apuesta que hagan el resto de alemanes, y también de su grado de atracción sobre el conjunto de los europeos. Para ser la capital de la Europa del siglo XXI carece de momento de suficiente fuerza económica y sus 3,5 millones de habitantes son escaso potencial humano.
Berlín ha perdido cien años, y cuando recupera el paso, la situación es bien distinta de la que conoció. «París es de ayer, Nueva York de hoy, Berlín del mañana», escribió Lion Feuchtwanger en 1931. A la capital alemana se le escatimó ese mañana. Como reinstaurada capital, ha recobrado el poder político y cada día crece como sede mediática, pero los cuarteles generales de bancos y consorcios industriales se muestran más reacios a una relocalización.
Si el mundo es bien distinto al de la preguerra, a Berlín le queda recobrar el perfil único que Joseph Roth describía en 1927: «Esta ciudad está fuera de Alemania, fuera de Europa. Es la capital de sí misma». Es esa singularidad la que la hace especialmente atractiva para gentes de todo el mundo. Será su cosmopolitismo, si se entrega a él con convicción, el que la volverá a consagrar como «Weltstadt». En su desventaja juega que el alemán ya no es la «lingua franca» de Mitteleuropa, aunque el aprendizaje de este idioma se está abriendo paso entre las nuevas generaciones de los países vecinos. «Me atrevo a profetizar», apuntaba Mario Vargas Llosa, «que Berlín sucederá a París probablemente en los años venideros como la capital espiritual de Europa. No hay razón alguna para levantar las cejas: ese Berlín será, sin duda, más europeo que prusiano, cosmopolita, multicultural, y —pese a lo que digan los apocalípticos agoreros— democrático». Berlín fue la Babel de principios del siglo XX y en Babel va camino de convertirse de nuevo cien años después.
Ver comentarios