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La ausencia casi total de violencia marcó la cita de la economía global

El hotel Waldorf Astoria empieza hoy a recuperar sus salones de pasos perdidos y a esponjarse del cerco al que lo han sometido miles de policías durante los cinco días que ha durado el Foro Económico Mundial. Trasladado por primera vez en tres décadas desde Davos a Nueva York como muestra de apoyo a la ciudad y de homenaje a las víctimas del terror de septiembre, tanto en la clausura como en muchas sesiones EE.UU. fue la diana de las críticas de oradores.

Estados Unidos recibió las críticas de muchos oradores por su prepotencia, por cerrar los ojos a todo lo que haga Israel a expensas del mundo musulmán y por hacer oídos sordos tanto a las necesidades de los países pobres como a las opiniones de sus aliados.

Las calles del centro de Manhattan, que parecían las de un Estado policial en pie de guerra hasta ayer mismo, vuelven poco a poco a recuperar su fisonomía y tono habituales. El abrumador despliegue de fuerzas de seguridad no tuvo que vérselas, ni de lejos, con las manifestaciones monstruo que hicieron de cumbres de los líderes mundiales en Seattle o Génova una ratonera.

LAS ÚLTIMAS MANIFESTACIONES

Mientras ayer se celebraban las últimas y escuálidas manifestaciones bajo escuadrones de hombres de azul dispuestos a intervenir a la mínima, el domingo por la tarde varios centenares de manifestantes desafiaron los «corralitos» levantados por los agentes y protestaron contra el foro y la globalización en el East Village, donde resiste el Nueva York más o menos disidente de los sesenta y setenta, y el Upper East Side.

La Policía practicó 154 detenciones por desórdenes menores. Apenas un cristal de un edificio de apartamentos sufrió desperfectos. Entre el despliegue policial, la compasión por una ciudad pluricultural a la que golpearon duro al destruir las Torres Gemelas y el hecho de que buena parte de los activistas antiglobalización estuvieran concentrados en la ciudad brasileña de Porto Alegre, en un foro alternativo al de Davos/Nueva York, dejó las protestas en Manhattan diezmadas.

HILLARY CLINTON

Pero voces y ecos de la calle han acabado por llegar a las mesas del Foro Económico Mundial, donde también se han sentado responsables de organizaciones no gubernamentales como Human Rights Watch junto a titanes del capitalismo como Bill Gates, presidente de Microsoft y el hombre más rico del mundo. Mientras la senadora demócrata por el Estado de Nueva York Hillary Clinton sacó a colación una encuesta que califica a los estadounidenses deprepotentes y sólo interesados en propagar la globalización si beneficia a sus propios intereses, Gates aireó una circunstancia que hasta hace poco era tabú en las reuniones del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial: que las condiciones por las que se rige el comercio internacional son demasiado favorables al mundo rico, y la disparidad alimenta el resentimiento.

En otras palabras: sin justificar en absoluto el terrorismo, un sistema que día a día ahonda las diferencias entre ricos y pobres no puede esperar que se reduzca la violencia, y que en ese río revuelto de resentimiento pesquen predicadores sin escrúpulos. Como ayer declaró el director ejecutivo de Human Rights Watch, Kenneth Roth: «Por fin se ha extendido la idea de que ninguna empresa preocupada por su imagen de marca puede ser indiferente a los derechos humanos y las cuestiones sociales».

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