La mañana que lo cambió todo: Estados Unidos recuerda su jornada más negra
Los atentados del 11 de septiembre de 2001 convirtieron un día luminoso en la peor pesadilla para los norteamericanos. Occidente descubrió de forma brutal que era vulnerable y se abrió una nueva era de lucha contra el terrorismo y refuerzo de la seguridad
Todo el mundo supo que el mundo había cambiado a las 9:03 de la mañana del 11 de septiembre de 2001. Diecisiete minutos antes, se había registrado una explosión en las Torres Gemelas , en la Norte. En Nueva York, muy pocos vieron lo que pasó. Muchos escucharon el rugido de un avión sobre Manhattan, en la dirección que marca el río Hudson. Era extraño, porque esa no es la trayectoria que siguen los miles de vuelos que llegan o salen de Nueva York cada día. En el Sur de Manhattan, se sintió la detonación del avión comercial, un Boeing 757 con 11 tripulantes y 81 pasajeros. Entre ellos, cinco terroristas de Al-Qaida. Pero en ese instante, las 8.46 de la mañana, la confusión era máxima. Las cámaras de los móviles no estaban entonces por todos lados. Algún equipo de televisión atrapó el momento, pero ninguno en directo.
«Algún pirado ha estrellado su avioneta contra las Torres Gemelas», era el rumor que corría por la ciudad y que se filtraba hasta los medios de comunicación. En la torre Norte el caos ya era absoluto, con las llamas del avión, que hizo un boquete entre los pisos 93 y 99 -el rascacielos tenía 110-, propagándose por dentro del edificio. Desde fuera, el asunto se vía todavía como una rareza, quizá un accidente desafortunado que costaría la vida a decenas de personas.
La realidad solo se percibía en las comunicaciones entre controladores aéreos, aerolíneas y equipos de seguridad nacional. No era una avioneta, sino el vuelo número 11 de American Airlines, que había salido de Boston poco más de una hora antes y que había sido secuestrado veinticinco minutos antes de estrellarse contra la torre Norte. Esas líneas de comunicación ardían: otro vuelo -el 175 de United Airlines, con salida también desde Boston- también había sido secuestrado, casi a la misma hora de la primera explosión en el Sur de Manhattan, y se dirigía hacia Nueva York.
Catástrofe en directo
Era demasiado pronto para que esta información llegara a los medios de comunicación. Para entonces, todo el mundo tenía sus cámaras en directo apuntando hacia la torre Norte, de la que salía una columna de humo negro. En España, comenzaban los ‘telediarios’ de las tres de la tarde, las nueve de la mañana en Nueva York.
Los neoyorquinos recuerdan que era una mañana serena, con un cielo azul clarísimo, sin una nube. ‘Just a perfect day’, que hubiera dicho Lou Reed. Un día perfecto de Nueva York en septiembre, uno de los mejores meses para visitarla. El humo de la primera explosión oscureció el cielo. La segunda lo convirtió en el día más negro de la historia de Nueva York.
El impacto en la torre Sur fue más bajo, entre los pisos 77 y 85. Fue el momento en que todo EE.UU. supo que estaba siendo atacado. Las imágenes de aquel instante en las calles de Nueva York lo retrataron a la perfección: chillidos de pánico, terror en los ojos, carreras desesperadas.
Después, la situación solo empeoró. Otro avión secuestrado se estrelló en el Pentágono, en Washington. Uno más cayó más tarde en una zona rural de Pensilvania. La tripulación y los pasajeros ya eran conscientes de lo ocurrido y se enfrentaron a los secuestradores. Se cree que ese avión estaba dirigido a la Casa Blanca o el Capitolio. De vuelta en Nueva York, el desplome de las Torres Gemelas las convirtió en una trampa mortal para los que no pudieron huir a tiempo y para los equipos de emergencias. Casi tres mil personas fallecieron en los ataques.
EE.UU. acababa de cerrar la puerta del siglo XX, en el que se había colocado como la gran potencia global, victoriosa en dos guerras mundiales, con un desarrollo económico apabullante, y con un triunfo moral ante la descomposición del bloque soviético en la última década. El nuevo siglo arrancaba, sin embargo, marcado por la debilidad: una veintena de terroristas habían atemorizado al país , destrozado familias y mancillado sus símbolos.
El atentado terrorista puso en marcha una serie de movimientos que cambiaron el mundo y la posición de EE.UU. en él. La reacción inmediata fue la de vengar las muertes y la humillación a toda costa. Para ello hubo consenso político, empuje de la opinión pública, despertar patriótico -decenas de miles de jóvenes se alistaron en el ejército- y el hambre de poder y de negocio con el que se alimentaron de forma mutua los ‘halcones’ de la política exterior y el complejo militar-industrial. En la vida privada, los estadounidenses, y con ellos el mundo, aceptaron el precio de redoblar la seguridad en la vida común -aeropuertos, viajes, registros- y someterse aun control ‘orwelliano’ de sus comunicaciones.
Guerra contra el terror
EE.UU. se embarcó en dos guerras en países lejanos, en pedregales y desiertos, entre conflictos tribales y étnicos centenarios, entre fanatismo y pobreza. De ellas salió humillado. La una, en Afganistán, para acabar con el refugio de los terroristas que les atacaron y sus protectores, los talibanes. La otra, en Irak, por la existencia de armas de destrucción masivas en manos de Saddam Hussein que luego se demostraron inexistentes.
Estas guerras de décadas sangraron a EE.UU., a las familias de los militares y a las arcas públicas. Y sus resultados fueron nefastos: en Irak, la asfixia al Gobierno de Hussein abrió la puerta a Daesh e impulsó la influencia de Irán en la región. La humillación en Afganistán -controlado ahora por los talibanes, con una salida sonrojan y rematado por un ataque terrorista que costó la vida a trece estadounidenses- está muy fresca.
En ese proceso, EE.UU. también ha cambiado de puertas adentro. La crisis financiera de 2007-2009 -los oficinistas de Nueva York no salían por ataques terroristas, sino despedidos por los abusos del sistema, con sus pertenencias en cajas de cartón- redobló la desconfianza hacia las elites. De ese caldo salió Donald Trump, empujado por la idea de que EE.UU. debe dejar de ser ‘el policía del mundo’ y centrarse en beneficiar a sus propios ciudadanos. El actual presidente, Joe Biden, ha reafirmado esa política. Como ha escrito Stephen Wertheim en ‘Foreign Policy’, “veinte años después, el 11-S rompió la pretensión de EE.UU. de ser indispensable a nivel global”.
Esa pretensión la tiene ahora China sin complejos, y Biden preside hoy un aniversario con EE.UU. en retirada y, a su vez, sin sacudirse la pandemia de Covid-19. Hoy se guardará silencio seis veces por los cuatro aviones estrellados y el derrumbe de las dos torres. Y tañerán las campanas de las iglesias de EE.UU. Será la tristeza de siempre, pero con un nuevo pesimismo sobre el lugar del país en el siglo XXI.
Actos de recuerdo
14.30 h. (Hora de españa peninsular)
Biden y su esposa, en Nueva York
El presidente de EE.UU., Joe Biden, y la primera dama, Jill Biden, acudirán desde Washington a participar en la ceremomia conmemorativa en el Memorial Nacional del 11 de Septiembre en Nueva York.
14.46 h.
Silencio y campanas por las víctimas
A la misma hora en que se estrelló el primer avión contra el World Trade Center hace 20 años se guardará silencio en memoria de las víctimas mientras los templos tocarán las campanas.
18.35 h.
Homenaje en Pensilvania
Biden y su esposa asisten a la ceremonia en la que se depositarán flores en recuerdo de las víctimas en el Memorial Nacional del Vuelo 93 en Shanksville (Pensilvania).
22.50 h.
Ceremonia en el Pentágono
El Pentágono, el otro escenario de los atentados del 11-S, acogerá también una ceremonia para depositar flores a la que igualmente participarán el presidente de EE.UU. y la primera dama.