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Alberto Fernández viaja a México para diseñar el «eje progresista»

El presidente electo de Argentina se reunirá hoy con López Obrador, que no oculta su simpatía hacia #los regímenes bolivarianos

El presidente electo argentino, Alberto Fernández, en la basílica de Guadalupe junto al padre Raymundo Maya Reuters

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El presidente electo de Argentina, Alberto Fernández , decidió realizar su primera visita al exterior –antes de su investidura, el 10 de diciembre- a México. La noticia se conoce después de que el sucesor de Mauricio Macri recibiera una llamada de Donald Trump para felicitarle por su victoria en las elecciones. El equipo de Fernández dio detalles de la conversación y aseguró que Trump le tendió una mano de cara a la inevitable renegociación de la deuda que Argentina tendrá que abordar con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Se trata nada más y nada menos, que de una línea de crédito de 57 mil millones de dólares (el último desembolso, de 5.400 millones se suspendió a la vista de las turbulencias y del nuevo ciclo político que se avecina).

Con Trump en una oreja y López Obrador en la otra, Fernández da una de cal y otra de arena al «kirchnerismo». La decisión de visitar ayer a AMLO, siglas que ya no necesitan explicación, tiene un simbolismo que no pasa desapercibido para nadie. El presidente de México no oculta su simpatía por lo que en tiempos de Hugo Chávez se denominó « el eje bolivariano ». Con Tabaré Vázquez (Uruguay) tuvo los reflejos de montar el «Grupo de contacto» para anular –y en buena medida lo consiguió- la influencia del Grupo de Lima en la comunidad internacional y su firme decisión de desalojar del poder a Nicolás Maduro. Con la ayuda, consciente o inconsciente, de Federica Mogherini, (el Gobierno de Pedro Sánchez no es ajeno) y la Unión Europea, el reloj que marcaba las horas para la Presidencia de Maduro pareció detenerse o al menos, ralentizarse hasta entrar en un estado comatoso. López Obrador, con Miguel Díaz-Canel (Cuba) y el inefable Daniel Ortega (Nicaragua) fueron de los pocos presidentes que felicitaron el triunfo bajo sospecha de Evo Morales en las elecciones de hace un par de semanas, que mantienen a buena parte de los bolivianos y al ex presidente Carlos Mesa (también a Jorge «Tuto» Quiroga), movilizados en las calles. Como era previsible, ni el presidente mexicano ni el nicaraguense hicieron observación alguna de un proceso a todas luces fraudulento del que la OEA pidió celebrar un balotaje, aunque la fiscalización en marcha termine arrojando que las actas (ahora) cuadran.

La idea de Alberto Fernández de ir a México se puede interpretar como un regalo para Cristina Fernández y los suyos que, en verdad, son prácticamente la totalidad de los diputados electos del Frente de Todos y los que quedan del Frente para la Victoria, la agrupación anterior donde, sin disimulos, ordena y manda la viuda de Néstor Kirchner y su hijo Máximo.

El 27 de octubre, la noche de las elecciones, el escenario del «bunker de campaña» de «los Fernández» fue protagonista de un espectáculo con el sello genuino del kirchnerismo. A Axel Kicillof, gobernador electo y primero en tomar la palabra, se «le soltó la cadena», en expresión porteña y hasta pareció marcarle la hoja de ruta a seguir al presidente electo que estaba parado en el mismo escenario a la espera de que el ex ministro de Economía terminara su diatriba contra Maurcio Macri, la gobernadora María Eugenia Vidal y todo le que le oliera a «neoliberalismo». En su arrebatada intervención, Kicillof hasta se confundió y llamó a «Cristina», «presidenta», lapsus que corrigió con algo parecido a un ataque de risa. La actual senadora y vicepresidenta electa, tomó el testigo del micrófono y después de decir lo suyo se lo pasó al hombre que eligió para disputar con ella las elecciones y ser proclamado Presidente de Argentina. «Alberto», entre otras cosas, recordó con emoción a Luiz Inacio Lula Da Silva, preso por corrupción y al que visitó en campaña provocando la ira de Jair Bolsonaro.

Como último gesto electoral Fernández (Alberto) estuvo acompañado en su noche triunfal, -además de José Luis Rodríguez Zapatero -, por el ex obispo y prolífico padre de varios hijos, Fernando Lugo, alineado durante su Gobierno con el mencionado «eje» sudamericano.

No está claro que los gestos o guiños de Fernández a la militancia sean simplemente eso o que detrás de ellos haya una estrategia para mantenerlos a raya mientras se devana los sesos sobre cómo gobernar y prepara una visita oficial, cuando sea presidente en ejercicio, a Washington. Quizás, al menos de momento, parece estar más en esta línea el eco que se ocupó de dar a su conversación con Trump, cuyo contenido puede ser como dicen -o no tanto-. Y, lo más curioso, que ésta se produjera horas después de que Fernández, -como publica La Nación- declarase su aversión a los dibujos animados «imperialistas». Lo que es cierto, 100 por cien, es que al futuro Gobierno de Argentina le tocará honrar (renegociar) la deuda que tiene con el FMI –y con los acreedores- o declarar, una vez más, una cesación de pagos. En recesión, con inflación camino de superar el 50 por ciento, sequía de dólares y materias primas lejos de aquel valor de 600 dólares, el futuro inquilino de la Casa Rosada necesita amigos más cerca de Washington que amistades peligrosas en ciudad de México, Caracas (para Fernández en Venezuela no hay dictadura sino «una democracia con problemas»), Managua o La Paz.

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