Absuelto tras 26 años en la cárcel en EE.UU.: «Siempre supe que tenía la verdad de mi lado»

Lacino Hamilton fue condenado por el asesinato de su madre adoptiva tras la confesión falsa de un supuesto confidente, en un ejemplo de los abusos policiales a la minoría negra en Estados Unidos

Ficha policial de Lacino Hamilton ABC

«Mi nombre es Lacino Hamilton . Me metieron en la cárcel el 8 de julio de 1994 por un crimen que no cometí. Me costó 26 años probar mi inocencia y fui exonerado el 30 de septiembre de 2020». Tres frases que resumen ... un drama. El de un joven de Detroit que fue condenado por el asesinato de su madre adoptiva. No fue él. Se dejó la piel en demostrarlo y lo consiguió. Una injusticia sangrante, irreparable, pero que no es excepcional en EE.UU. Hay miles de casos como el suyo en el país. Sobre todo, de varones negros.

Historias como esta quedan muchas veces enterradas. Pocos fracasos más grandes para una sociedad que condenar a un inocente. Este periódico descubrió la de Hamilton por casualidad, en una iglesia del oeste de Detroit (Míchigan), poco antes de las elecciones presidenciales del pasado 3 de noviembre . La visita era para hablar con el pastor Kevin Harris, que estaba inmerso en los esfuerzos por movilizar el voto negro de Detroit, una de las grandes ciudades negras de EE.UU. «Deberías hablar con Lacino», dijo entonces Harris, señalando a un hombre con camiseta oscura, casi tumbado en una silla. «Le acaban de exonerar después de muchos años en la cárcel». Hamilton, que ahora tiene 46 años, llevaba entonces apenas tres semanas libre. En la oficina del pastor de la iglesia, entre túnicas púrpuras y libros de góspel, y en una entrevista posterior a distancia, el exonerado contó su historia completa a ABC.

Problemas con la policía

«Nací en Detroit, Míchigan, en noviembre de 1974. Mi madre era muy joven cuando dio a luz, tenía 14 o 15 años. Ella estaba bajo tutela del estado de Míchigan . A mí también me pusieron en adopción temporal», cuenta Hamilton. Acabó bajo la tutela de Willa y Rodney Bias, sus padres adoptivos. «Odio que siempre se hable de ella como mi madre adoptiva, para mí era mi madre», dice sobre Willa, la mujer que apareció muerta en la cocina de su casa en el verano de 1994, cuando Hamilton tenía 19 años. Para entonces, su vida ya había caído en una espiral de pobreza, exclusión y delitos menores. Pero no siempre fue así.

Lacino Hamilton, en la actualidad en Detroit J. Ansorena

A pesar de vivir en un barrio duro, la vida de Lacino iba por el buen camino: jugaba a fútbol en el equipo del colegio, tocaba el clarinete y el saxo en la banda, las notas no eran malas y era muy popular. «A los once años, me convertí en un fugitivo», explica. Su padre adoptivo había muerto tres años antes y el Departamento de Servicios Sociales de Míchigan quería sacarlo de su familia y encontrarle un nuevo hogar de acogida. Le llevaron a otra casa y él huyó con su madre. Cuando vio que le volvían a buscar, decidió escaparse y vivir en la calle.

«Al principio, vivía donde podía. Dormía en el sótano de alguien o en el garaje de algún conocido. Robaba comida en gasolineras o en tiendas», recuerda. Esto fue en medio de la epidemia de crack que sacudió a las grandes ciudades de EE.UU. en la década de los ochenta. Un tipo le ofreció un trato: un refugio donde quedarse a cambio de vender droga al que tocara la puerta. Con 14 años, la policía le pescó y le devolvió a Servicios Sociales. Pero se volvió a escapar y así siguió, metido en los bajos fondos, hasta que la vida le cambió en julio de 1994.

Desde 1989, se han contabilizado en Estados Unidos casi 2.700 exoneraciones por condenas injustas

Pese a sus líos con la policía, visitaba a su madre adoptiva de vez en cuando. Un día, en el barbero de su barrio, se enteró de que la habían matado. Poco después, le detuvo la policía por otra historia, por una supuesta conexión con un narcotraficante . En el interrogatorio tuvo un altercado. Al día siguiente, le informaron de que había sido acusado de homicidio en segundo grado de su madre adoptiva.

«La única prueba fue el testimonio de otro detenido en la comisaría, que dijo a la policía que yo le había confesado el crimen», explica. Él negó haber confesado nada, ni siquiera vio a esa persona. Dio igual. En el juicio, sin testigos, sin armas, sin huellas dactilares, esa prueba fue suficiente para convencer al jurado. Fue sentenciado a entre 50 y 80 años de cárcel. Hamilton entró en prisión sin haber acabado un libro en su vida. Se formó y se fajó para entender qué le había pasado y conseguir apoyos para su defensa. «Escribí como nueve mil cartas en todos estos años», dice. Tras siete años entre rejas dedicado a estudiar su caso, consiguió una circular interna de la fiscalía en la que se discutía el uso de informantes en las celdas de las comisarías para obtener confesiones falsas.

En su caso fue un hombre llamado Oliver Cowan, que se inventó que Hamilton le había confesado el crimen. En el juicio, su testimonio sonó muy realista: mencionaba detalles de la muerte de la madre adoptiva que era imposible saber sin haber estado allí. Se lo había contado la policía para dar veracidad a la confesión.

Prueba de ADN

«A cambio, la policía le abrió la puerta de la calle», explica la abogada de Hamilton, Mary Chartier, que ha trabajado pro bono para conseguir su exoneración. Cowan no solo salió de prisión de forma irregular por inventarse una confesión. También murió –por sida– antes de que se celebrara el juicio a Hamilton, por lo que solo se escuchó su testimonio en juicio, sin posibilidad para la defensa de interrogarle. «Mi caso y el de otros no han sido fallos, es un plan montado por la policía», dice Hamilton. Tenían informantes en las celdas de la comisaría que les daban confesiones falsas de sospechosos a cambio de beneficios.

Pese a estos descubrimientos escandalosos, Hamilton tardó otras dos décadas en conseguir la libertad. Muchos grupos de Innocence Project, la red de expertos que tratan de invalidar condenas injustas , le quisieron ayudar, pero siempre se topaban con trabas en la búsqueda de pruebas. Una combinación de factores posibilitó su exoneración: los esfuerzos personales de Hamilton desde su celda, la fortuna de que Chartier quisiera trabajar para él y la creación en 2018 de la Unidad de Integridad en las Condenas (CIU) en el condado de Wayne, al que pertenece Detroit. Aceptaron el caso de Hamilton en marzo de 2019.

Hamilton cumple su deseo de comerse un chuletón al salir de la cárcel ABC

Una semana después, encontraron una prueba de ADN, la misma que Hamilton pidió durante años a la policía y nunca apareció. Su madre adoptiva se defendió de su asesino y se tomaron restos de piel debajo de sus uñas. Todavía se tardó más de un año en determinar que ese ADN no era de Hamilton, algo en lo que colaboró el grupo de Innocence Project de Cooley, la facultad de Derecho de la Western Michigan University. Más de 9.500 días después de su encarcelamiento, Hamilton vería la luz el pasado 30 de septiembre y se fundía en un abrazo con sus abogados. «Nunca pensé que tardaría tanto tiempo en salir de la cárcel», cuenta ahora. «Pero siempre supe que tenía la verdad de mi lado». Ahora, la utilizará para exigir una compensación millonaria a las autoridades por los años que pasó en prisión de forma injusta.

«Cada exoneración es un milagro», asegura Marla Mitchell-Cichon, directora del Innocence Project de WMU-Cooley. La mayoría de las condenas injustas nunca se descubren, a pesar de los esfuerzos de grupos como el suyo, que desde 1989 han conseguido casi 2.700 exoneraciones en todo EE.UU. Entre ellos están Richard Phillips, Wilbert Jones, Ronnie Long o Charles Finch. Todos pasaron más de 40 años en la cárcel por crímenes que se determinó que no cometieron. Algunos fueron condenados a pena de muerte.

«Me metieron en la cárcel el 8 de junio de 1994 por un crimen que no cometí. Me costó 26 años probar mi inocencia», afirma Lacino Hamilton

«Una estimación conservadora sitúa las condenas injustas entre el 5% y el 10% de los casos», dice Mitchell-Cichon. Son decisiones judiciales producto de confidentes que se inventan testimonios, identificaciones erróneas, pruebas falsas, confesiones forzadas a sospechosos y otros tipos de abusos policiales. Casi siempre, con el solo objetivo de mejorar las estadísticas de crímenes resueltos. Y muchas veces, con la minoría negra como principal víctima.

El tramo final de la lucha de Hamilton por su libertad coincidió con el avivamiento de las tensiones raciales en las grandes ciudades de EE.UU. el pasado verano. La muerte de George Floyd , un joven negro de Mineápolis, a manos de la policía y otros casos de abusos -las muertes de Breonna Taylor en Kentucky o de Rayshard Brooks en Atlanta- volvieron a poner el foco en el racismo estructural que EE.UU. no ha conseguido sacudirse. La historia de Hamilton es un grano de arena –flagrante y atroz– en el trato desigual que recibe la minoría negra y en el círculo vicioso de exclusión, falta de oportunidades, desconfianza de las autoridades y abuso policial que afecta a buena parte de sus comunidades.

Aumenta la conciencia

Según un estudio de Samuel Gross, de la Universidad de Michigan, en 2016 eran el 13% de la población de EE.UU. y el 47% de los absueltos por condenas injustas. Hamilton asegura que si no hubiera sido por las protestas y tensiones raciales del verano él seguiría en la cárcel. «Ha aumentado la conciencia de la gente sobre la situación», asegura.

«Lo que le pasó a Lacino sigue ocurriendo hoy en las comisarías», defiende Chartier. Las indagaciones del propio Hamilton apuntan a que otras setenta personas –todas negras– fueron condenadas en la misma comisaría de Detroit por confesiones falsas como la que se le atribuyó a él.

Fuera de la cárcel , su único objetivo es ayudarlas, dedicarse al activismo para abolir los sistemas que le quitaron la libertad de forma injusta. «A mí me sacaron de la cárcel, pero eso no es justicia. Porque la situación no se ha corregido, no se ha solucionado. Quedan muchos como yo».

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