960 millones de electores, un millón de colegios y 44 días: así vota la India, la mayor democracia del mundo

Con el primer ministro, Narendra Modi, como favorito, desde hoy hasta el 1 de junio se celebran los mayores comicios del planeta, un esfuerzo titánico de organización y cultura democrática

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Los funcionarios trabajan en la máquina de votación electrónica (EVM) en vísperas de la primera fase de la votación R. Satish BABU / AFP

Si el tópico define a las elecciones como la fiesta de la democracia, los comicios que empiezan este viernes en la India suponen un auténtico macrofestival. Hasta el 1 de junio, el país más poblado del mundo, que superó a la dictatorial China ... el año pasado, celebra las mayores elecciones del planeta en siete fases y con el actual primer ministro, Narendra Modi, como favorito para lograr un tercer mandato de otros cinco años.

Tras arrasar en las elecciones de 2019 y obtener 352 de los 543 escaños en liza de la Lok Sabha, la cámara más potente del Parlamento, la coalición que lidera su formación, Bharatiya Janata Party (BJP) o Partido Popular de la India, aspira ahora a ganar más de 400, lo que supondría una supermayoría sin precedentes.

En contra tiene a la alianza de partidos bautizada como India (Indian National Development Inclusive Alliance), que se formó el año pasado con 40 grupos de la oposición. Su principal formación es el histórico Partido del Congreso de Jawaharlal Nehru, su hija Indira Gandhi y el hijo de esta, Rajiv. Su rostro más popular es el de la cuarta generación de esta saga política, Rahul Gandhi, quien no parece que vaya a cumplir con la tradición familiar de convertirse en primer ministro de la India porque parece un rival muy flojito para Modi.

Es increíble que, después de diez años en el poder, la popularidad de Modi no solo no haya decaído, sino que continúe al alza. El motivo principal es el orgullo que ha contagiado a la mayoría de la población con su discurso nacionalista, de marcado acento hindú, y un ambicioso programa de infraestructuras que tiene todo el país levantado en obras. Dedicando desde 2019 un 4,5 por ciento del Producto Interior Bruto (PIB) a dichas construcciones, el Gobierno ha iniciado hasta este año proyectos presupuestados en 1,8 billones de dólares (1,7 billones de euros) dentro de su Red Nacional de Infraestructuras.

A estos cambios, de los que los indios se benefician con nuevas autopistas, aeropuertos y líneas de trenes, se suma que la economía tira como una máquina y creció durante el año fiscal 2022-23 un 7,2 por ciento, uno de los ritmos más rápidos del planeta y casi el doble de la media de las potencias emergentes.

Para este año y el próximo, el Fondo Monetario Internacional (FMI) pronostica para la India un crecimiento del 6,8 y 6,5 por ciento, respectivamente, muy por encima de su previsión para la otra superpotencia del mundo en desarrollo, China: 4,6 y 4,1 por ciento. Tras superar en 2022 al Reino Unido, su antigua metrópoli, la India es ya la quinta economía mundial con un PIB de 3,7 billones de dólares (3,5 billones de euros). Para 2027, su objetivo es rebasar a Japón y Alemania y convertirse en la tercera, solo por detrás de Estados Unidos y China.

Poder económico e influencia diplomática

Buena prueba de su creciente peso es que el año pasado aportó el 16 por ciento del crecimiento global y su Bolsa, radicada en Bombay, superó en diciembre a la de Hong Kong y es ya la cuarta con mayor capitalización del mundo: cuatro billones de dólares (3,75 billones de euros).

Este poderío económico va ligado a una influencia diplomática cada vez mayor en la escena internacional, como se vio el año pasado durante la cumbre del G-20 celebrada en Nueva Delhi. Atrayendo inversiones y ganándose el cortejo de Occidente, la India se está aprovechando de la tensión geopolítica de EE.UU. y la Unión Europea con China. Pero, al mismo tiempo, sigue comprándole a Rusia armas y petróleo barato, que luego vende bastante más caro a Occidente.

Como ha podido comprobar este corresponsal desde su primer viaje a la India en 2007 hasta el último el verano pasado, entre la población ha cundido un renovado orgullo nacional y es uno de los pocos países donde se respira optimismo. «El futuro es nuestro», nos contaban con una amplia sonrisa los estudiantes del Instituto Nacional de Diseño de Ahmedabad, uno de los centros educativos punteros del país.

Desigualdades y tensión religiosa

Todo ello a pesar de la miseria, casi medieval, que todavía abunda en la India y de sus muchos y enormes retos. Como atestiguan los 800 millones de personas que dependen el reparto público de comida, el desarrollo de la India se ve lastrado por sus desigualdades. Con una pobreza extrema que afecta a entre el 10 y 20 por ciento de su población, el país aún debe crecer mucho más y mejor para formar una clase media todavía difícil de cuantificar. Para algunos, pertenecen a la clase media todos aquellos que no forman parte de los 200 millones de pobres ni de los 100 millones de ricos: es decir, entre 800 y 900 millones de personas. Pero, de ellos, 650 millones no ganarían más de 3,2 dólares al día, lo que no es miseria extrema pero sí pobreza. Como clase media propiamente dicha, pero que empieza a partir de solo 400 euros mensuales o de tener coche, hay entre 150 y 300 millones de personas, de los que 24 millones son funcionarios del Gobierno.

Junto a la pobreza, el otro gran problema de la India es la creciente división entre hindúes y musulmanes. Aunque Modi ha sabido explotarla electoralmente con su discurso hindú para ganarse al 80 por ciento de la población, supone jugar con fuego en un país donde 200 millones de personas profesan el islam y se han vivido sangrientos estallidos de violencia interreligiosa. Esta tensión también la sufren otras minorías como los sijes y los cristianos.

De igual modo, los críticos de Modi le acusan de autoritario y de debilitar a la oposición con causas penales y fiscales. Además de congelar los fondos del Partido del Congreso por viejas causas pendientes por impago de impuestos, lo que le impide volcarse en la campaña electoral, el ministro jefe de Delhi y uno de los principales líderes de la oposición, Arvind Kejriwal, fue detenido en mayo por corrupción.

«La democracia está tan arraigada en la India que nadie cuestiona los resultados porque la clave para ganarse la confianza es la transparencia»

Rajiv Kumar

Comisionado jefe electoral de la India

Más allá del debate político, las elecciones de la India suponen un esfuerzo titánico de organización y logística por las dimensiones del país y su superpoblación. Con 968 millones de electores llamados a las urnas, más que la población conjunta de la UE y EE.UU., estos comicios se prolongarán durante 44 días.

En la primera fase de este viernes, que se desarrolla en 21 estados y territorios, votarán 102 de las 543 circunscripciones de la cámara baja del Parlamento, mientras que en la última, el 1 de junio, se decidirán 57 escaños. Estados como Uttar Pradesh, que tiene 230 millones de habitantes y aporta 80 diputados, votarán parcialmente en cada fase.

Para facilitar el voto y agilizar el recuento, la Comisión Electoral de la India instalará un millón de centros de votación, que van desde las nevadas montañas del Himalaya hasta las junglas de Tamil Nadu pasando por los desiertos de Rajastán. En cada uno de estos colegios solo podrán votar 1.500 electores registrados, que utilizarán una máquina electrónica para marcar su decisión.

«La Comisión Electoral fue creada en 1970 y es responsable en buena parte de que la India sea la mayor democracia del mundo», se enorgullecía su responsable, Rajiv Kumar, el verano pasado ante un grupo de medios internacionales, entre ellos ABC. En su opinión, «la democracia está tan arraigada en la India que nadie cuestiona los resultados porque la clave para ganarse la confianza es la transparencia».

Hasta el 4 de junio, cuando se anuncien unos resultados que seguramente darán como ganador al primer ministro Modi, la India vivirá con estas elecciones su colosal fiesta de la democracia.

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