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Yasukuni, el santuario japonés de la eterna discordia

Entre la legión de espiritus venerados figuran también los de criminales de guerra

Yasukuni, el santuario japonés de la eterna discordia abc

alexis rodríguez

En el santuario sintoísta de Yasukuni, en el centro de Tokio, reposan y se veneran las almas de 2.466.532 japoneses, coreanos y taiwaneses que dieron su vida por el emperador en los conflictos que ha librado Japón desde 1869, segundo año del reinado del emperador Meiji. En el altar hay una pequeña capilla con puertas de madera que guarda un sable y un espejo a los que han sido transferidas las almas de los caídos. Son dos objetos sagrados. Detrás, protegida por una pequeña construcción a prueba de fuego, está la Lista de las Ánimas con los nombre de los soldados fallecidos; entre ellos, 1.068 criminales de la Segunda Guerra Mundial y catorce criminales de clase A, altos cargos del Gobierno y del Ejército que tomaron las grandes decisiones durante la contienda. El alma de Hideki Tojo, primer ministro en 1941 cuando Japón atacó Pearl Harbor, descansa en Yasukuni.

El santuario fue levantado en 1869, tras la guerra Boshin en la que nobles y jóvenes samuráis partidarios de la devolución del poder al emperador se enfrentaron al Gobierno de Tokugawa a causa del trato de favor que este dispensaba a los extranjeros y el proceso de apertura del país. Se impuso la facción imperial en una guerra que costó la vida de 3.500 soldados. El emperador Meiji ordenó su construcción y lo visitó en 1874 para honrar a los caídos. Antes de abandonar el lugar recitó un poema: «Aseguro a aquellos que lucharon y murieron por su país que sus nombres vivirán para siempre en este santuario». Los vencedores, no obstante, fueron generosos con los vencidos y asumieron buena parte de sus postulados: la modernización del país continuó hasta convertirlo en la primera potencia de Asia en 1939.

«Este es un lugar de paz», dice a modo de saludo Tomoaki Higuchi, monje y jefe de relaciones públicas del santuario de Yasukuni, con una profunda reverencia. «En nuestra religión no hay diferencias entre amigos y enemigos. Las personas son responsables de sus actos y pueden ser culpables, pero no lo son sus almas. Y aquí veneramos todas las almas con el mismo respeto y consideración», explica Higuchi en referencia a la tormenta política que provoca en el Lejano Oriente cada visita de un político o primer ministro a este lugar sagrado. El 31 de enero de 1969 miembros del Gobierno y representantes del templo acordaron que los «kami» (espíritus) de los criminales de guerra eran también «susceptibles de ser honrados» en el templo, y aunque no hicieron pública la decisión, el 17 de octubre de 1978 los espíritus de los catorce criminales de guerra de clase A fueron consagrados como mártires de «Showa» ( reinado del emperador Hirohito ).

La noticia saltó a los medios de comunicación el 19 de abril de 1979 y desde entonces Yasukuni ha sido el ojo de un huracán. En el centro reina siempre la tranquilidad, mientras a su alrededor se desata cíclicamente la furia de chinos, coreanos o filipinos que ven en él un reconocimiento a los responsables de una terrible guerra de ocupación que causó la muerte de veinte millones de sus compatriotas.

El primer ministro, Shinzo Abe , visitó el templo hace un año, y las manifestaciones frente a las embajadas niponas en China y Corea del Sur dieron la vuelta al mundo. Fiel a su estilo de gobierno, talante negociador y pulso firme, Abe aseguró entonces que había ido al templo para «prometer a las almas de los fallecidos que nunca más nuestro pueblo sufrirá a causa de la guerra». «No es mi intención herir los sentimientos del pueblo chino y coreano», añadió a las puertas del templo. Pekín, donde cada visita reabre las heridas del pasado, no se dio por satisfecho y presentó una protesta formal. Los incidentes entre buques chinos y japoneses han seguido sucediéndose en las aguas de las disputadas islas Senkaku, en el Mar de China .

Avanzamos descalzos por el interior de Yasukuni Jinja (literalmente, santuario de un pueblo pacífico) después de lavarnos las manos y enjuagarnos la boca para purificar nuestros cuerpos. «No queremos que nuestro santuario sea noticia, que se politice, somos una institución religiosa —explica Higuchi— y nuestro único deber son las actividades propias del sintoísmo». Nos detenemos delante del altar, una reverencia para saludar a las almas, dos palmadas bien fuertes para llamar su atención, bebemos sake para honrarlas y de nuevo una reverencia. «Algunos medios de comunicación extranjeros nos critican y nos llaman santuario de la guerra, pero eso es porque no conocen el sintoísmo y no entienden nuestro país».

El pasado es de todos

En Japón es inconcebible ver a los políticos uitlizar el pasado como arma arrojadiza para atizarse unos a otros. El pasado es de todos, pertenece a todos por igual y todos son responsables, de lo bueno y de lo malo. El hecho de que cinco millones de japoneses visiten este templo cada año es para Tomoaki Higuchi una señal inequívoca de que las heridas de la guerra se han curado y de que «la mayoría de los japoneses quieren que Yasukuni siga como hasta ahora». Para Shigeru Matsuda, director adjunto de la división de Asia y Oceanía del Ministerio de Asuntos Exteriores, «Japón ha pagado todas sus deudas y ha cumplido con su pasado. No podemos cambiar la Historia, ni borrar lo que hicimos, y nuestro deber —prosigue— es conocerla, contarla correctamente y no repertirla».

Sin embargo, una buena parte de los japoneses no parece tener claro que el destino de las almas de Yasukuni sea inamovible. Más de la mitad de los encuestados apoyan que el emperador y el primer ministro visiten el templo; un porcentaje tiene dudas porque antepone las buenas relaciones con sus vecinos chinos y coreanos a la veneración de los «kami», mientras que otro porcentaje no desdeñable, incluido el propio Matsuda, duda de que el Museo Yushukan deba estar dentro del recinto del santuario. Yushukan es una alabanza a la historia militar de Japón. En él se exhiben armas, documentos, reliquias de la II Guerra Mundial como el famoso caza Zero japonés, el bombardero Suisei, el torpedo humano Kaiten (guiado por un suicida, aunque no llegó a utilizarse) y muchos mapas que describen las conquistas de las potencias occidentales en Asia.

Seigo Matsumoto, jefe de Exposiciones del museo, contesta respetuoso cuando se le pregunta por el ataque a Pearl Harbor : «Nosotros dimos el primer paso, pero EE.UU. no nos dejó otra opción, nos metió en la guerra». En un rápido reccorrido por 2.600 años de historia, Matsumoto se detiene primero en las cartas y fotos de los kamikazes (era tradición entre ellos despedirse bebiendo sake y con un «nos vemos en Yasukuni»), y luego en el mapa de las conquistas durante la II Guerra Mundial. Matsumoto señala las islas Filipinas: «Nosotros las conquistamos y ustedes los españoles lo hicieron mucho antes... ¿verdad?».

«Se quedan aquí»

Shinzo Abe parte hoy como gran favorito para la reelección. En su programa siguen pendientes las reformas económicas dirigidas a sacar al país de la recesión, la mejora de la productividad del sector agrícola, la lucha contra el envejecimiento de la población o la incorporación de la mujer al mercado laboral. Pero el destino de las almas de Yasukuni, piedra de toque de las complicadas relaciones con sus vecinos, no es un asunto menor. «El primer ministro Shinzo Abe quiere someter a estudio este asunto y lo ha remitido a un comité de expertos en el que también participan ciudadanos de a pie —explica el monje Higuchi—. Pero quiero recordarle que Yasukuni es una entidad independiente, no tiene nada que ver con el Museo Yushukan y no tiene por qué hacer caso a dictámenes de políticos o gobiernos de ningún país. Digan lo que digan, las almas se quedan aquí».

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