El nuevo rostro del yihadismo

El mundo después del 11 de septiembre

Pese a ser rivales, Al Qaida y el Estado Islámico participan del mismo fervor islamista y del recurso a la violencia

El mundo después del 11 de septiembre reuters

rogelio alonso

Trece años después de los atentados del 11-S, ¿a qué tipo de amenaza terrorista nos enfrentamos? En primer lugar, podemos concluir que Al Qaida ha sufrido duros golpes que han diezmado considerablemente su capacidad operativa. Diversos factores han contribuido a ello: la eliminación de ... Osama bin Laden, junto con la de otros dirigentes, así como la presión a la que ha sido sometida al combinarse instrumentos coactivos tanto políticos como legislativos, policiales y militares, entre los que se incluye la campaña de «selección de objetivos de alto valor» con aviones no tripulados en Pakistán, Yemen y Somalia.

El poder de Al Qaida reside en su sistema de alianzas y su capacidad de adaptaciónSin embargo, los éxitos en la lucha contra Al Qaida no han logrado el «colapso» de la organización que algunos políticos estadounidenses llegaron a anunciar con excesivo optimismo. Al Qaida ha suplido su debilidad con una notable capacidad de adaptación mediante un nuevo liderazgo que ha conseguido diversificar su influencia en diferentes regiones a través de grupos como Al Qaida en el Maghreb Islámico, Al Qaida en la Península Arábiga, Tehrik-e Taliban, Al Shababh, Jemaah Islamiya o Boko Haram. Se ha beneficiado para ello del santuario que le ofrece Pakistán y que posiblemente aumentará con la retirada de la presencia internacional en Afganistán. Por tanto, la efectividad de AQ radica en su resistencia, en su capacidad de regeneración y establecimiento de alianzas, y en la propagación y contagio de una violenta ideología. Su éxito es limitado en tanto en cuanto no ha alcanzado su objetivo declarado de reinstaurar el califato e imponer a escala global su interpretación fundamentalista del islam.

Esa eficacia, matizada por una capacidad operativa mermada pero no invalidada, ha permitido la reproducción de un ideario violento que sigue atrayendo a radicales en todo el planeta. Su potencial se multiplica a través de redes sociales, cuya profusa utilización constituye un inmenso canal de radicalización de difícil control. En nuestro propio país las operaciones antiterroristas en los últimos años evidencian un creciente número de sospechosos sin vinculación con dicha organización terrorista, aunque inspirados en ella, y que han encontrado en la red un excelente nudo para iniciar y fortalecer su fanatización.

La debilidad de Occidente

A pesar de la aparente distancia, la desestabilización de la zona comporta un peligro evidente para España. Además este grupo terrorista atrae a un ingente número de radicales occidentales a zonas de conflicto en las que perpetran una violencia que podrían repetir al regresar a Europa. El señalamiento de España como blanco del terrorismo, algo que ya se aprecia en su propaganda, parece una consecuencia lógica de su radicalización en esa interpretación fundamentalista del islam que propugnan.

El yihadismo es una amenaza evidente para EspañaComo ha concluido el analista Yoram Schweitzer, «sin subestimar los logros del EI, el secreto de su poder radica principalmente en la debilidad de sus enemigos». Sus «enemigos» somos nosotros: España y Occidente. Por tanto, también es responsabilidad de este Gobierno diezmar a un enemigo aparentemente lejano pero en realidad muy cercano. Nuestro país tiene la responsabilidad y la obligación de contribuir a que los entornos en los que el yihadismo intenta desarrollar sus actividades sean hostiles y desafiantes.

Se ha aludido a un «síndrome de Irak» para justificar que España no haya integrado la coalición conformada dentro de la OTAN para responder al yihadismo. Si no se vence ese complejo, se demostrará una seria incapacidad política para liderar una respuesta tácticamente imprescindible para la seguridad de nuestro país. La política antiterrorista requiere también liderazgo político para persuadir y educar a la sociedad, con absoluta transparencia y sin manipulaciones, sobre la necesidad de cumplir con nuestros compromisos en la lucha contra el terrorismo internacional. Sería dañino para nuestra seguridad que los esfuerzos gubernamentales se orientaran a disfrazar una exigua reacción con meras tácticas comunicativas que intentaran compensar relevantes carencias mediante el anuncio de otras iniciativas, también necesarias pero insuficientes en unos momentos como los actuales.

Los gobiernos occidentales, incluido el nuestro, están obligados a concienciar a la opinión pública de la seriedad y alcance de la amenaza, lo cual exige también incidir en la naturaleza de la misma. Tan cierto es que el combate contra el terrorismo no se puede librar solo inundando de tropas determinados escenarios como que esta batalla posee un importante componente ideológico frecuentemente minusvalorado.

En su reciente discurso Obama negó categóricamente que el grupo terrorista denominado «Estado Islámico» fuera ni «estado» ni «islámico». La fórmula retórica tiene sentido para evitar magnificar el poder del grupo terrorista y facilitar el apoyo de naciones del mundo islámico a la nueva alianza contra el yihadismo que algunos de esos mismos países contribuyen a alimentar. Sin embargo, oculta la motivación ideológica de quienes a través del terror intentan imponer un modelo social y político basado en una interpretación fundamentalista y violenta del islam.

Una respuesta a medida

Si se vacía de contenido el terrorismo yihadista, desdeñando su calculada racionalidad, se distorsiona uno de sus componentes primordiales. Se dificulta así su comprensión y, por tanto, el desarrollo de herramientas contra esa ideología que la política antiterrorista debe contener. El islamismo radical que aboga por una estricta y literal adhesión a la ley islámica o sharía de acuerdo con las interpretaciones tradicionales del islam induce a un extremismo que cuestiona códigos políticos, sociales, morales y culturales que también deben defenderse.

Persiguen a destrucción de nuestro sistema de valores y libertadesEl pensamiento estratégico de Clausewitz buscaba el equilibrio entre propósito, objetivos y medios. Una década después de los atentados del 11 de septiembre la estrategia antiterrorista contra el yihadismo no debería ignorar que el terrorismo y el fanatismo de quienes lo perpetran y justifican ansía unos objetivos claros: la expansión y consolidación de una ideología excluyente, dogmática y totalitaria que persigue la destrucción de nuestro sistema de valores y libertades.

En este tiempo, los indudables logros contra el terrorismo yihadista se han alternado con reveses, que revelan importantes déficits que aumentan nuestra vulnerabilidad ante una amenaza permanente y en constante evolución. Nuestras debilidades fortalecen al terrorismo, por lo que es indispensable la adopción de una respuesta estratégica más amplia y exhaustiva.

El mundo después del 11 de septiembre

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