Breve historia de las relaciones anglo-irlandesas y un brindis en Windsor

El presidente irlandés visitó el memorial de un pariente de la Reina asesinado por el IRAFue ella misma quien inició este ciclo final del reencuentro anglo-irlandés con su celebrada visita a Dublín en mayo de 2011, la primera en sus seis décadas de reinado. Pero ayer martes, en suelo inglés, hablaron sobre todo los gestos. El presidente irlandés y su mujer, Sabina, visitaron por la tarde el memorial en la abadía de Westminster que recuerda a Lord Mountbatten, primo de la Reina y tío de su esposo el duque de Edimburgo, que fue asesinado en su barco en 1979 por el IRA.

Durante el banquete, las todavía heridas sangrantes de Irlanda del Norte, ese pedacito de Reino Unido en la isla irlandesa, se cerraron un poco más en la hora de los himnos. El presidente unionista (protestante) del gobierno regional del Ulster, Peter Robinson, escuchó en pie el himno irlandés. Y lo mismo hizo su número dos, el republicano (y católico) Martin McGuinness, ante los compases del «God Save the Queen». La presencia en la velada en palacio de McGuinness, uno de los líderes del Sinn Fein y ex comandante del IRA , es sin duda uno de los símbolos más poderosos de esta nueva dinámica constructiva y de los crecientes lazos afectivos en las islas.

En su turno de ofrecer un brindis a los asistentes y a su anfitriona -Isabel II iba ataviada con corona, diamantes y esmeraldas-, el presidente Higgins, poeta de profesión, confirmó que su propia visita esta semana a Inglaterra «cierra un círculo» iniciado por la Reina en Dublín hace tres años, y «marca la bienvenida transformación de las relaciones entre nuestros países en los últimos años, una transformación que ha progresado considerablemente gracias a los avances de la paz en Irlanda del Norte», dijo el jefe del Estado irlandés.

Unas horas antes, Higgins había sido más honesto todavía en su discurso en el parlamento británico. «La relación entre nuestras dos islas ha alcanzado una cercanía y una calidez que parecía inalcanzable», dijo. Cercanía física la que tuvieron, por ejemplo, los primeros ministros británico, David Cameron, e irlandés, Enda Kenny, charlando en Windsor con el propio McGuinness, que se sentó en el banquete entre la activista por las libertades civiles Shami Chakrabati y el genetista y premio nobel, Paul Purse.

Entre los invitados, figuraban también el actor irlandés Daniel Day Lewis y la británica Judi Dench. Pero las relaciones entre los dos países no fueron siempre así de cordiales.

Las invasiones normandas del siglo XII fueron las que dieron comienzo a las tormentosas relaciones entre las islas vecinas. La Corona de Inglaterra no se hizo con el control de las tierras irlandesas hasta 1541, cuando el parlamento irlandés concedió el título de Rey de Irlanda a Enrique VIII, el rey inglés de la dinastía tudor. Hasta entonces, desde el siglo XII, el Rey de Inglaterra era Señor de Irlanda por concesión en realidad del Papa de Roma.

Las coronas de Irlanda y de Inglaterra se unieron a la de Escocia en 1603, cuando la accesión de Jaime VI de Escocia al trono de Inglaterra estableció la llamada unión de las coronas tras la muerte de Isabel I, la última soberana de la dinastía tudor. En 1707, se produjo la unión de los respectivos parlamentos de Escocia e Inglaterra a través de las llamadas leyes de unión. Si hasta entonces conformaban dos Estados diferentes que compartían la Corona, a partir de este momento nace un nuevo país llamado Gran Bretaña, a partir de la unión de Inglaterra y Escocia.

La nueva entidad tenía un parlamento único con sede, todavía hoy, en Westminster. Irlanda, por su parte, mantuvo su propio parlamento hasta 1801. Su abolición aquel año e integración con las islas vecinas dio lugar a la creación del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda mediante esta segunda oleada de leyes de unión (acts of union) de 1801. A nivel social, la integración de Irlanda en el territorio controlado desde Londres supuso la llegada desde el siglo XVI de colonos ingleses y escoceses, que desplazaron a muchos irlandeses católicos en la propiedad de la tierra.

Esta inmigración por lo general protestante que terminaría por hacerse mayoritaria en los condados del norte de Irlanda. La tensión social y económica resultante tuvo su mayor incidencia con la gran hambruna irlandesa de los años 1840, que provocó la muerte -en parte por una injusta estructura distribución de la tierra, según numerosos historiadores- de casi un millón de irlandeses, y el exilio forzoso de entre uno y dos millones, según las cifras. Muchos irlandeses lo han percibido históricamente como un «genocidio» británico en Irlanda. Y todavía hoy, las tensiones culturales entre católicos y protestantes en una ciudad como Glasgow derivan en parte de aquel contexto.

A partir de la segunda mitad del siglo XIX, el auge de la ideología nacionalista que recorría Europa se convirtió en el factor principal de las relaciones anglo-irlandesas. El primer ministro británico de la época, el gigante (políticamente) liberal William Gladstone (1809-1898), se comprometió desde 1886 al autogobierno irlandés. Un compromiso que generó una traumática escisión en el Partido Liberal, mayoritario en la época, y que terminó con la integración de los llamados liberales unionistas -contrarios a la autonomía irlandesa- en el Partido Conservador.

Desde 1912, la formación que hoy preside el primer ministro David Cameron lleva, de hecho, el nombre oficial de Partido Conservador y Unionista, aunque este último elemento de resonancias alcanforadas suele quedar fuera de la comunicación oficial de los «tories». En 1913, los más radicales de aquella facción crearon la Fuerza Voluntaria del Ulster (Ulster Volunteer Force), que fue décadas después uno de los grupos armados protestantes más activos en el conflicto norirlandés.

Hasta la Primera Guerra Mundial, el parlamento británico discutió hasta tres proyectos de ley para restablecer el autogobierno (Home Rule) irlandés, en 1886, 1893 y 1912. Pero ninguno fue aprobado. La frustración entre los nacionalistas irlandeses fue en aumento. «La "cuestión irlandesa" dominó la política británica entre 1886 y 1922», recuerda el periodista David Torrance en su libro «La Batalla por Gran Bretaña». Unos 200.000 irlandeses lucharon por el entonces Rey de Inglaterra en la Gran Guerra.

Un periodo bélico aprovechado por un grupo republicano para levantarse en armas contra el Imperio Británico en lo que se conoce como el Alzamiento de Pascua. El levantamiento apenas duró seis días a finales de abril de 1916, antes de ser reducidos por las tropas británicas, muy superiores en número y potencia de fuego. Caso un siglo después, los caídos entonces bajo las balas del Rey Jorge V fueron honrados por su nieta, Isabel II, con un minuto de silencio durante su histórica visita a Dublín en 2011. Su gesto de recogimiento en el Jardín del Recuerdo, construido en 1966 en honor a los caídos en el Levantamiento de Pascua, fue sin duda el momento de mayor intensidad simbólica de la visita.

En diciembre de 1918, el partido republicano e independentista Sinn Féin se hizo con 73 de los 105 escaños irlandeses en el parlamento británico en las elecciones generales celebradas al finalizar la Primera Guerra Mundial. El 21 de enero de 1919, los diputados independentistas conformaron un gobierno autónomo y declararon la independencia de la República Irlandesa. Así dio comienzo la Guerra de Independencia irlandesa, que enfrentó a las guerrillas del recién creado Ejército Republicano Irlandés (IRA) contra las tropas británicas.

En 1920, el gobierno británico aprobó -tarde- la constitución de dos gobiernos regionales, uno para los seis condados del norte de la isla y otro para el resto de Irlanda. La medida no logró apaciguar las demandas nacionalistas y el conflicto continuó hasta el Tratado Anglo-Irlandés del 6 de diciembre de 1921, que abría la puerta a la independencia tras las conversaciones de paz con el primer ministro británico Lloyd George. Un año más tarde, nacía el Estado Libre Irlandés a partir de la escisión de Gran Bretaña.

El tratado contemplaba la posibilidad de que el parlamento regional de los seis condados del norte de Irlanda -de mayoría protestante- pudieran optar por no incorporarse al nuevo Estado. Así ocurrió, claro. Además, el acuerdo de paz establecía que el nuevo país no sería legalmente un Estado independiente sino un dominio del Imperio Británico, con un estatus similar al de Australia o Nueva Zelanda, y con el Rey de Inglaterra como soberano. Estas dos disposiciones provocaron una guerra civil dentro del propio nacionalisno irlandés, entre los partidarios del acuerdo de paz, liderados por Michael Collins, y quienes lo consideraban una cesión excesiva, con el histórico líder nacionalista Eamon de Valera al frente.

Aunque muchos sitúan la independencia de Irlanda en 1922, el parlamento británico no la reconoció formalmente hasta 1931. Y el nuevo país no adoptó su nueva constitución hasta 1937, cuando pasó a denominarse oficialmente como Irlanda-Eire. El joven país no abandonaría la Commonwealth, o comunidad de naciones vinculadas a Gran Bretaña, hasta 1949. La independencia irlandesa, de nuevo, obligó a alterar la denominación oficial del Reino Unido, que en 1927 pasó a ser el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte.

Una denominación que conserva todavía, a expensas de lo que ocurra en el referéndum de independencia escocés del próximo 18 de septiembre. Entonces, una hipotética victoria del Sí a la secesión obligaría a rebautizar de nuevo al país con capital en Londres, puesto que quedaría disuelta la Gran Bretaña creada en 1707 por la unión de los parlamentos de Inglaterra y Escocia. Algunas quinielas hablan de su sustitución por el Reino Unido de Inglaterra, Gales e Irlanda del Norte. La historia lo dirá.