Ucrania, la última gran batalla de Rusia por preservar su imperio
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Ucrania, la última gran batalla de Rusia por preservar su imperio

Europa se encuentra al borde de la última invasión provocada por los rusos para conservar su histórica influencia, las cuales acabaron todas en baños de sangre

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  1. Osetia del Sur, Chechenia, Afganistán, Checoslovaquia o Hungría

    La historia se repite. Rusia está empeñada en no perder influencia en el mundo y para ello no duda en mandar a su Ejército allá donde sea necesario. Algo que ha ocurrido ya en muchas ocasiones a lo largo de los siglos XX y XXI, tanto antes de la desintegración de la URSS, de la que fue núcleo y estado principal, como después, tras convertirse en el sucesor legítimo del imperio socialista en la escena internacional.

    La última gran intervención militar rusa está a punto de producirse, si la OTAN no lo remedia, en Ucrania, después de que Vladimir Putin haya recibido todos los poderes de su Parlamento para desencadenar la guerra contra su país vecino. Una acción que ya ha sido calificada por el primer ministro ucraniano, Arseni Yatseniuk, de «declaración de guerra». Todo parece listo: Moscú tiene ya en Crimea a sus efectivos de la Flota del Mar Negro y habría enviado cerca de 10.000 soldados de refuerzo, mientras que el Gobierno de Kiev ha llamado a filas a todos los hombres menores de 40 años, con la intención de hacer frente a una posible invasión militar.

    En el retrovisor de la historia rusa recuperamos ahora otras invasiones la de Hungría en 1956, Checoslovaquia en 1968, Afganistán en 1979, Chechenia en 1994 y 1999 u Osetia del Sur en 2008. Veamos ahora las diferencias y similitudes, así como los resultados, de esto episodios protagonizados por la política agresiva llevada históricamente por Moscú.

  2. Osetia del Sur (2008): la «operación de paz»

    Artilleros georgiaos, en la localidad de Orfolo (2008)
    Artilleros georgiaos, en la localidad de Orfolo (2008) - EPA

    El comportamiento que está teniendo Vladimir Putin con el nuevo Gobierno de Ucrania es el mismo que tuvo en 2008 con Georgia: parece escuchar a los protagonistas de la política internacional, mientras se va haciendo con su presa, como pudo comprobarse este domingo con el envió de cerca de 10.000 soldados de refuerzo a la zona de Crimea.

    La de hace seis años fue la primera guerra de Rusia contra otra antigua república soviética, denominada curiosamente «operación para imponer la paz». Aquel fugaz y traumático conflicto acabó con una rápida victoria por la armas de Rusia y el reconocimiento por parte de Moscú de la independencia de Abjasia y Osetia del Sur, está última la que dio nombre a la guerra. Fue así como le fueron sustraídas a Georgia estas dos regiones.

    La tensión previa estuvo estrechamente relacionada con la cumbre de la OTAN celebrada en Bucarest aquel mismo año, en la que se dio el beneplácito a Georgia y Ucrania para que entraran en la Alianza. Rusia no lo podía a permitir, al igual que ahora no quiere admitir la salida del gobierno pro-ruso de Ucrania. La reacción de Putin fue la de estrechar lazos con ambas regiones independentistas de Georgia, distribuyendo pasaportes rusos. Rusia era consciente de la importancia estratégica que había adquirido aquella zona en los últimos años respecto a la ruta del transporte energético, tanto que Moscú y occidente se peleaba por ella.

    El ataque de Georgia

    Al ver el acercamiento ruso, la noche del 7 al 8 de agosto de 2008, Georgia lanzó un ataque para conservar el control de la región de Osetia del Sur. Rusia reaccionó inmediatamente y emprendió una gran operación militar que duró cinco días. El balance del conflicto sigue presentando muchas sombras. Las diferentes fuentes se contradicen en cuanto al número de muertos, entre los 100 y los 400 muertos por parte de Rusia, entre los 1.700 y los 2.100 civiles muertos en Osetia del Sur y unos 200 civiles y 3.000 militares fallecidos por parte de Georgia. Unas cifras a las que hay que sumar las más 150.000 personas que se vieron obligadas a abandonar sus casas, la mayoría de las cuales no ha vuelto todavía.

    Las huellas de la guerra persisten hoy en las casas ruinosas y los muros acribilladosCuriosamente, tras finalizar su ataque, Rusia transformó lo que había denominado como «misiones pacificadoras», en una presencia militar en toda regla, la cual, además de tranquilizar a osetios y abjazos, aseguró de paso los intereses geoestratégicos de Moscú ante una eventual ampliación de la OTAN al Cáucaso.

    Pese a la gran cantidad de dinero aportada por el Gobierno de Moscú a Osetia del Sur (más de 790 millones de euros desde 2008), las huellas de la guerra persisten aún hoy en las casas ruinosas y los muros acribillados. Empresas rusas y osetias asociadas entre sí robaron este dinero destinado a la reconstrucción del país. Un peligro que también podría cernirse sobre Crimea si Rusia decide finalmente intervenir.

  3. Chechenia (1994): en defensa del terrorismo

    Un helicíoptero ruso en llamas, tras ser atacado por los chechenos
    Un helicíoptero ruso en llamas, tras ser atacado por los chechenos - epa

    En 1994, el primer presidente de la recién creada Federación Rusa, Boris Yeltsin, enviaba 40.000 soldados para evitar que Chechenia. En esta ocasión, el objetivo era evitar que esta región productora de petróleo situada en el Cáucaso se separara de Rusia. Comenzaba el primer episodio de una guerra que, durante años, se convirtió tanto para Yeltsin, primero, como para Putin, después, en el peor de los muchos conflictos que ha iniciado.

    Al igual que ocurre ahora ante una posible intervención en Ucrania, Rusia tuvo que soportar en Chechenia durante años la crítica de Occidente por su política de tierra quemada. Pero eso a Moscú parecía no importarle en absoluto, pues hay que tener en cuenta que los líderes rusos acababan de sufrir una transformación tremenda tras la caída de la URSS, que había sido un coloso militar cargado de armas nucleares avanzadas y tratado como la segunda potencia industrial del mundo. De hecho, la política mundial estaba dominada por la Unión Soviética y Estados Unidos, y eso les resultó difícil de olvidar: los rusos llegaron a asumir que esa situación estaba en el orden natural y permanente de las cosas, cuando en realidad no lo era.

    Los chechenos, que vivían a 1.600 kilómetros al sur de Moscú y eran predominantemente musulmanes, habían presumido durante siglos de ser capaces de desafiar a los rusos. En 1991, el presidente nacionalista de la República de Chechenia, Dzyojar Dudáyev, declaró la independencia de la región. En ese mismo momento, Rusia se encontró metida rápidamente en un atolladero como el de Estados Unidos en Vietnam.

    Civiles, la principales víctimas

    Tradicionalmente, esta guerra se ha dividido en dos fases, aunque los expertos cada vez más coinciden en las escasas diferencias en los actores, los propósitos y los resultados entre la etapa de 1994-1995 y la que se inició en 1999. Estas diferencias serían principalmente cronológicas y estratégicas por parte de los contendientes, pero el resultado siempre el mismo: el ejército ruso interviene sobre una región díscola para imponer el control del Kremlin, utilizando métodos expeditivos con los que la población civil resulta la principal víctima.

    En el ataque de Yeltsin a Grozni murieron cerca de 25.000 civilesDe hecho, cuando Yeltsin atacó la capital chechena de Grozni, solo en las primeras semanas de enero de 1995 murieron cerca de 25.000 civiles, a causa de los ataques aéreos y los disparos de artillería. Pero las cifras no se quedaron ahí: al final de la guerra, en 2009, se contabilizaban cerca de 200.000 civiles muertos, 25.000 soldados rusos y 30.000 guerrilleros chechenos.

    Para la administración de la Federación Rusa, esta operaciones se justificaban por el derecho, la necesidad e incluso la obligación de instaurar el orden en una zona conflictiva y de una peligrosidad contagiosa. Justamente, las misma razones empleadas por Putin en la actualidad, a la hora de autorizar una acción militar sobre Crimea, en Ucrania.

  4. Afganistán (1979): la yihad islámica

    Soldados soviéticos en la Guerra de Afganistán
    Soldados soviéticos en la Guerra de Afganistán - ap

    Hace unos días, antes de la entrada en acción de las tropas rusas en Crimea, el director de radio Eco en Moscú, Alexandr Venédiktov, advertía de que Putin se encontraba en una encrucijada histórica: o ayudar al separatismo pro-ruso en Crimea o dejar pasar la oportunidad y conservar su papel en el G-8. En el primer de los casos, que parece la opción por la que se está inclinando el Kremlin, advertía que Rusia asumiría riesgos inimaginables, como los de la URSS cuando invadió Afganistán, es decir, embargos cuantiosos y aislamiento internacional como el que ya se cierne sobre Putin.

    Efectivamente, cuando Gorbachov ordenó la retirada de las tropas soviéticas de Afganistán a principios de 1989, la guerra no solo dejó profundas heridas en la sociedad afgana, sino también en la soviética primero y rusa después. Empezando porque en los Juegos Olímpicos de Moscú, en 1980, casi 60 países se negaron a presentarse a raíz del conflicto. Y continuando porque se le recuerda como el Vietnam de la URSS por su alto coste en vidas y económico, por lo estéril de los resultados y por la aún mayor desestabilización que provocó en la situación política de una URSS próxima su desintegración.

    Pero eso no parecía importar para el Kremlin. La intervención soviética en Afganistán se situaba en la línea de expansionismos ruso que ya había sido practicado por los zares. La invasión era parte de un proyecto más amplio en el que la Unión Soviética había decidido, y logrado en gran medida, situar a un grupo de países en la órbita de la influencia comunista.

    Temores de Occidente

    La ocupación rusa en 1979 despertó, al igual que hoy en Ucrania, serios temores en Occidente y, especialmente, en Estados Unidos. Pronto adquirió esta guerra un increíble relieve internacional y una importaba decisiva. Se pensaba que los rusos querían extender su control al área del Océano Índico. La revolución iraní de 1978-1979 había acabado con el principal aliado de Estados Unidos en la zona y todo apuntaba a que esta revolución podía extenderse hacia el Oeste, lo cual había desestabilizado el sistema y el equilibrio político de los países del Golfo Pérsico con Occidente.

    La yihad islámica sacaría a los rusos de Afganistán 10 años despuésA los siete años de la invasión, poco se habla en el mundo de la trágica realidad afgana, a pesar de que las fuerzas soviéticas habían aumentado su número de soldados de 85.000 en 1979, a unos 125.000 en 1985, sin que hubieran conseguido controlar lo más mínimo a la mayor parte del país. Y encima, sumaba ya 30.000 bajas entre muertos y heridos y hubiera perdido 15 billones de dólares.

    Se puede decir que este es el escenario en el que nace y se desarrolla la yihad islámica, apoyada por Estados Unidos, que sacaría a los rusos de Afganistán 10 años después, contribuyendo indirectamente, y sin pretenderlo, al hundimiento y desaparición de la URSS. Sin tener en cuenta el balance devastador al final de la guerra: más de 100.000 muertos y 125.000 heridos entre los dos bandos.

  5. Checoslovaquia (1968): contra la democratización

    Estudiantes checos sobre un tanque ruso en 1968
    Estudiantes checos sobre un tanque ruso en 1968 - AP

    Las entrada de las tropas del Pacto de Varsovia en Checoslovaquia, mayoritariamente de la URSS, es quizá el episodio más simbólico de todos cuantos se sitúan en este reportaje. De él se han escrito miles de libros y se han realizado cientos de documentales en los 47 años transcurridos desde entonces.

    Precisamente decía ayer el ministro de exteriores checo, Lubomír Zoarálek, comparando la actual situación de Crimea con la invasión de Checoslovaquia, que «la dirección rusa nos ha metido a todos en la máquina del tiempo y nos ha trasladado al año 1968, cuando las tropas soviéticas nos invadieron y aplastaron la Primavera de Praga».

    Un paralelismo que podemos encontrar en que, al igual que hoy, en 1968 e Kremlin no admitía desviaciones sustanciales de los países del bloque socialista con respecto a Moscú. Mientras el movimiento de Putin se acaba de producir nada más echarse del poder en Ucrania al cuestionado presidente pro-ruso Victor Yanukovich, la invasión de Checoslovaquia por parte de la URSS en agosto de 1968 fue la respuesta definitiva al proceso liberalizador que estaba llevando a cabo el Gobierno de Alexader Dubcek. Éste pretendía allanar el camino de su país hacia un socialismo democrático a través de reformas políticas y económicas, la introducción de un sistema multipartidos y la suspensión de la censura de los medios de comunicación.

    Contra la «Primavera de Praga»

    Moscú se enfrentaba a lo que se conocía como la « Primavera de Praga» con el recurso que mejor dominaba, la fuerza militar, aunque en este caso en contra de un miembro de su propio partido.

    Los checos protagonizaron protestas no violentas contra RusiaDurante más de una semana los checos y eslovenos participaron en manifestaciones masivas de resistencia no violenta en contra de la ocupación militar rusa. Sin embargo, Dubcek se encontraba en un callejón sin salida, viéndose obligado a negociar con el objetivo de evitar un baño de sangre y asegurar el retiro de las fuerzas invasoras.

    En la operación, cuyo nombre en clave fue «Danubio», participaron cientos de miles de soldados (algunas fuentes hablan incluso de 500.000). Alrededor de 500 civiles checoslovacos fueron heridos y más de 100 fallecieron en la invasión, lo que provocó que las reformas de liberalización fueran detenidas y se reforzase la autoridad del Partido Comunista de Checoslovaquia.

    El mismo día de la invasión, el 21 de agosto, se produjo una reunión del Consejo de Seguridad de la ONU, durante la cual el representante ruso, Yákov Málik, aseguró que en Checoslovaquia no pasaba nada extraordinario y que la vida del país seguía sus cauces normales.

  6. Hungría (1956): desintegración del bloque del Este

    Como en los anteriores episodios, la invasión de Hungría se debió a la revolución espontánea surgida en 1956 contra el gobierno comunista y sus políticas impuestas desde la Unión Soviética. La sombra de la URSS era tan grande que, tras la Segunda Guerra Mundial, el país pasó a formar parte de los territorios ocupados por la Unión Soviética. Cuatro años después, el inestable equilibrio político del país quedó definitivamente alterado cuando los comunistas, cuya representatividad política real no pasaba de un muy módico 17%, se adueñaron completamente del poder bajo la dirección de Mátyás Rákosi y el obvio respaldo de Moscú.

    Tras siete largos años de rígida dictadura, el 23 Octubre de 1956, una manifestación estudiantil encendió la mecha de lo que sería una de las rebeliones más sangrientas de la historia. Stalin había muerto tres años antes y en Marzo de ese mismo año Nikita Kruschev había pronunciado ante el XX Congreso del Partido Comunista su famoso discurso criticando a un miembro del mismo partido que defendía una apertura del régimen hacia formas menos dictatoriales.

    Se había iniciado la «desestalinización» del comunismo soviético y la represión comenzaba a debilitarse en Rusia. Como consecuencia, los líderes comunistas de los países satélites –como Wladislaw Gomulka en Polonia, o Imre Nagy en la misma Hungría– creían que había llegado el momento de, por leve que fuera, suavizar levemente la presión que la URSS ejercía sobre Europa Oriental.

    Revolución espontánea

    Desatada y en buena medida conducida por estudiantes e intelectuales, la Revolución Húngara de 1956 comenzó espontáneamente como corolario de la apertura polaca. Pero los soviéticos consideraron que, aunque hubieran podido controlar Polonia, el caso de Hungría podía resultar más complicado. La URSS ve peligrar sus posiciones en Europa central, ya que la disidencia húngara podría significar la desintegración del bloque del Este.

    Para evitar perder el control de Hungría, los rusos mandaron sus tanques y, literalmente, ahogaron la revolución en sangre. La consecuencia más inmediata fue el recrudecimiento de la Guerra Fría, después de que la ONU condenara la invasión y exigiera inútilmente la retirada rusa de Hungría. Finalmente, perdieron la vida algo más de 700 soldado soviéticos, por los más de 2.500 muertos que se produjeron entre los checoslovacos.

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