Putin saca pecho en unos Juegos celebrados junto a zona de guerra
Intenta convertir la competición de Sochi en escaparate de la modernidad de Rusia, pero es una apuesta de alto riesgo que se le puede volver en contra
rafael m. mañueco
Al igual que los Juegos Olímpicos de Moscú de 1980 supusieron un esfuerzo del régimen comunista para abrirse al mundo y tratar de demostrar que la URSS no era el «imperio del mal», los de Invierno que mañana arrancan en Sochi significan para el presidente ... Putin, la oportunidad de mostrar el «desarrollo» y la «modernidad» que Rusia ha alcanzado bajo su mando. La ciudad balneario de Sochi, en la costa del mar Negro y a los pies de la cordillera caucásica, se convierte así en el escaparate con el que Putin ansía darle brillo a su reinado. Pero se trata de una apuesta de alto riesgo, ya que se encuentra a tiro de piedra de una zona en situación de guerra permanente y azotada por el terrorismo.
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El esfuerzo para convertir Sochi en ciudad olímpica ha sido titánico, dadas las infraestructuras deficientes y obsoletas de la localidad. Pero levantar todo ello desde cero, en un tiempo récord y en una administración tan desordenada como la como la rusa ha provocado abusos y corrupción. Expropiaciones sumarísimas sin la debida compensación, daños medioambientales y una brutal explotación a los inmigrantes contratados para las obras. El coste de los preparativos del evento se calcula en 37.000 millones de euros, el más alto de la historia para una olimpiada y, según distintas estimaciones, por lo menos un tercio ha ido a parar a manos de corruptos.
Proyecto personal
Pero el escándalo parece haber quedado atrás y ahora está todo listo para que Putin se luzca e impresione al mundo. «Yo elegí personalmente este lugar», afirmó el jefe del Kremlin en un programa especial sobre los Juegos. Sochi es un proyecto personal del máximo dirigente ruso. Él mismo se trasladó a Guatemala en julio de 2007 para defender ante el COI la candidatura del balneario ruso y logró obtener la organización del acontecimiento deportivo con el que espera mejorar la reputación de su país y reforzar aún más su poder.
Sin embargo, la jugada implica riesgos muy altos y lo que pretende ser una perspicaz operación de marketing político podría convertirse en un severo revés. Los Juegos van a discurrir a menos de 100 kilómetros, monte a través, de Karachaevo-Cherkessia, donde tienen lugar frecuentes operaciones del Ejército para desarticular células terroristas. No muy lejos se encuentran también otras repúblicas musulmanas con brotes insurgentes como Kabardino-Balkaria, Ingusetia, Chechenia y Daguestán. En ésta última los ataques de la guerrilla islámica son prácticamente diarios y de ahí procedían los terroristas suicidas autores de las matanzas del 29 y 30 de diciembre en Volgogrado. Precisamente ayer, las fuerzas de seguridad mataron en una operación en Majachkalá, la capital de Daguestán, a Dzamaltín Mirzáyev, supuesto cerebro de los atentados de Volgogrado, ciudad situada a menos de 700 kilómetros de Sochi.
De ahí las descomunales medidas de seguridad adoptadas. En Sochi han sido desplegados 75.000 hombres de la Policía, del Ejército y del Ministerio de Protección Civil. Hay agentes prácticamente en cada esquina y estrictos controles de seguridad hasta para subir a los telesillas. Y los accesos a la ciudad recuerdan puestos fronterizos.
Putin tendrá que hacer frente también a posibles protestas por las leyes aprobadas en Rusia el año pasado contra la propaganda homosexual y la prohibición de adoptar a parejas homoparentales. Tales medidas, unidas al demostrado talante autoritario del mandatario ruso, han propiciado el boicot soterrado de los principales líderes mundiales a los Juegos.
A Sochi no acudirán el presidente Obama ni nadie de su entorno más cercano. Al igual que tampoco lo harán los primeros mandatarios de Alemania, Francia, Reino Unido y Lituania.
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