Hazte premium Hazte premium

Argentina y esa extraña costumbre de vivir en crisis

Azotado por las devaluaciones, este país tuvo en el siglo XX el dudoso honor de ser el de mayor inflación del planeta

Argentina y esa extraña costumbre de vivir en crisis carmen de carlos

carmen de carlos

La maldición de la inflación y las devaluaciones parecen ser eternas en Argentina. En el siglo XX tuvo el dudoso honor de ser el país con la mayor tasa de inflación del planeta. En la década de los años 50, la media fue de algo más del 31 por ciento. Y en la de los años 60 desbordó ligeramente el 22 por ciento. Pero lo peor estaba por llegar. En los años 70, durante la dictadura argentina (1976-83), la inflación superó con creces el 200 por cien. Y en los años 80, durante los últimos años del régimen militar y el Gobierno de Raúl Alfonsín (1983-89), la cifra -también la media- trepó hasta un 565 por cien. Entrado 2002 se produjo el «crack» y Argentina exportó un nuevo término al mundo: el «corralito» que bloqueó el libre acceso a los depósitos.

Con estos antecedentes, no sorprende que los argentinos estén «cancheros» (avezados) en soportar y sobrevivir a las crisis .

«Para nosotros vivir así es casi, casi natural»Amancio Salvatierra, «afilador y vigilante nocturno en un cochera» (garaje), considera que la última medida del Gobierno - devaluación oficial del 17 por ciento - le afectará «cuando vuelva a hacer compras. Ahora tengo stock de alimentos de las fiestas de Navidad». El caso de este hombre, de 56 años, en España puede parecer insólito, pero en Argentina es otra cosa. «No tengo ni cuenta corriente ni caja de ahorros, pero dispongo de una tarjeta de crédito». Con su «mastercard» paga «el cable (televisión), el gas, el teléfono, el celular (móvil)» y «el colegio de mi hija». Su fórmula para amortiguar la inflación (en torno al 28 por ciento) es «seleccionar el consumo. Si veo una lechuga a 40 pesos (cinco dólares) ese día comemos otra cosa. Si me intentan vender un paquete de galletitas a doce pesos (dólar y medio) cuando en la esquina lo vi a ocho (un dólar), me espero. Compro solo lo que está a precio razonable».

Salvatierra, de 56 años, vive en la localidad de Merlo, al oeste de Buenos Aires. Trabaja día y noche para lograr unos ingresos de «siete u ocho mil pesos al mes» (entre 647 y 739 euros al cambio oficial).

Marcelo Dos Santos, de 45 años, vive en el barrio de Versalles. Al frente de la Confitería Quintana, un clásico del acomodado barrio de Recoleta, prefiere, «mientras pueda aguantar», no trasladar los precios al cliente. Vende pasteles, pan, fiambres y prepara comidas para llevar. No acepta pago con tarjetas de crédito porque salió escarmentado de la crisis de 2002. «Tardaron casi tres meses en acreditarnos la plata y para que lo hicieran tuvimos que hacer infinidad de trámites», recuerda.

Subida de la harina

Su actividad es una de las más castigadas por la inflación a causa del aumento del coste de la harina. «La última escalada de precios fue de entre el 15 y el 20 por ciento», pero la que lleva arrastrando -en seis meses, durante 2013, se triplicó el coste de la bolsa de harina- le ha obligado «a dejar de vender una de las especialidades de la casa: el pan artesanal». Además, otros productos, «como el pan dulce (bizcocho con almendras, nueces...)», desaparecieron de su escaparate «por la escasez de frutos secos». La situación se agravó a finales de año «por los cortes de luz. Tuvimos un 20 por ciento menos de pedidos». Con tristeza reconoce que «cada día es más difícil de soportar» esta situación.

Para Marcela Martín, de 48 años, y su marido, Arturo Ritrovato, de 50, enero ha sido un buen mes en términos profesionales. «Colocamos más implantes que nunca», comentan. Ambos son odontólogos, alternan su trabajo en el seguro médico de Ospia, el Sindicato de la Alimentación, con su consulta privada. Una de sus últimas pacientes, depiladora de profesión, razonó su visita de este modo: «Tengo que gastar la plata porque mañana no vale nada. Y mejor gastarlo en salud que perderla por la inflación».

«Los Kirchner eligieron más de lo mismo, enriquecerse»Aunque estas semanas les ha ido bien, el baile de precios que ocurre desde hace dos años les obliga a hacer malabares financieros. «Los materiales y productos que utilizamos suben prácticamente cada tres meses un 15 y hasta 20 por ciento». «Nos programamos día a día, compramos en función de la demanda que tenemos y nos levantamos todas las mañanas pensando: a ver qué pasa hoy». Dicho esto, puntualizan: «A ustedes les resulta complicado entenderlo pero para nosotros vivir así es casi, casi, natural».

José Ramón Vales, de 51 años, es «por la experiencia acumulada muy pesimista». «No es serio un país donde el Gobierno dice que el dólar “blue” (negro) es ilegal y en la calle Florida, mientras caminas, te gritan: ¡Compro, compro!», observa en alusión a los cambistas callejeros conocidos como «arbolitos» . Con su mujer, Analía Álvarez, abrió hace tres años el «Coffee Town» , un quiosco-bar especializado en café en el mercado de frutas de San Telmo. La inflación le lleva a maltraer y la devaluación no ha hecho más que pronunciarla. «Al día siguiente del anuncio de la devaluación remarcamos (aumentar los precios). Ya sabíamos lo que venía», asegura.

Con las ideas así de claras, sabe lo que hay que hacer, «no endeudarse más» y «vivir al día». Desencantado, se refiere al matrimonio Kirchner con decepción: «Pudieron hacer un país para los próximos 50 años, pero eligieron más de lo mismo, enriquecerse».

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación