Las maras sudafricanas se apoderan del extrarradio de Ciudad del Cabo
Las bandas callejeras imponen su ley en los barrios marginales, en una sangrienta guerra por el control del territorio y el tráfico de drogas
jaime velázquez
La situación es tensa en el barrio marginal de Lavender Hill , a las afueras de Ciudad del Cabo. Unos 2.500 jóvenes pertenecientes a la banda de los « Mongrels » vigilan cada esquina, cada bloque de pisos de este barrio diseñado por ... el apartheid para recluir a los mestizos en la época de la segregación racial.
Hace una semana, su líder Ronald Jacobs fue tiroteado junto a otros dos gángsters a las puertas de su casa. Recibió un tiro en la pierna y uno de sus compañeros perdió dos dedos cuando se interpuso entre los pistoleros. Jacobs se apoya en un bastón y muestra la herida en la pierna aún con los puntos que le dieron hace una semana. De pie, frente a los sillones con tapetes de ganchillo y una Biblia en la mesa baja.
«Ahora este sitio huele. Apesta. Se preguntan, "¿qué va a hacer?". Esperan instrucciones. Todos están temblando. Pero yo he mirado a los ojos de mi enemigo y le he dicho que no voy a tomar represalias. En este sitio hay niños. No voy a empezar una guerra; al final estaré vivo, pero habrá una decena de inocentes muertos».
El líder de los «Mongrels» en Lavender Hill quiere la paz -«al final los gángsters se matan y el dinero se lo llevan otros»-. Pero la guerra ya ha comenzado. Hace un año fue aquí. Hoy es en Manenberg. Mañana en Hanover Park, en Elsies River, en cualquier otro barrio del área de Mitchell’s Plain .
La situación en Manenberg ha llevado recientemente al Gobierno provincial a reclamar la intervención del ejército y a cerrar 16 colegios debido a los tiroteos. El saldo hasta ahora es de al menos cuatro policías abatidos y otro medio centenar de personas muertas o heridas de bala, muchas de ellas en fuego cruzado.
Mitchell’s Plain es una vasta extensión urbana creada por el apartheid para confinar a la población mestiza a las afueras de la lujosa Ciudad del Cabo. El régimen racista construyó centenares de bloques edificios sin los mínimos servicios, desolados ahora por el desempleo, la venta y consumo de drogas, y la violencia de las bandas callejeras.
«Tienes que pertenecer a una banda. Es la única manera de estar protegido», lamenta Eric Nduna , trabajador social del Instituto Nacional de Prevención y Reinserción, durante su ronda diaria por las calles de Mitchell’s Plain. «Es la pobreza. Tienes hambre en casa y la banda te da lo que necesitas. Y también necesitas amor. Tu padre está en la cárcel y la banda te acoge como una hermandad».
Las maras sudafricanas toman sus ritos de iniciación de las bandas carcelarias –la mara 26, robo; la 27, sangre; la 28, violación-. La mayoría de los líderes llevan tatuado alguno de estos números tras su paso por prisión, y reclutan a sus miembros en los colegios de Mitchell’s Plain, a partir del último año de Primaria.
«Los gángsters usan a los jóvenes, especialmente a esos que no tienen antecedentes penales, porque es más difícil que vayan a la cárcel. Es parte de la iniciación: vender drogas o proteger el territorio. Y está la droga, el «Tic» (metanfetamina). Están enganchados, y trabajan para la banda para conseguir la droga», explica el trabajador social.
Americans, Mongrels, Hard Livings, Dixy Boys, Sexy Boys, Cowboys, Junky Funkies... Hasta 450 bandas operan en la provincia sudafricana de Cabo Occidental , luchando por el control del territorio y el tráfico de drogas. Un «auténtico problema de seguridad» en Ciudad del Cabo, según el portavoz del consejero de Seguridad Ciudadana. «Nuestra principal preocupación son los tiroteos y el fuego cruzado en el que mueren niños y personas inocentes. Como gobierno provincial, no podemos combatir el gangsterismo. Por eso reclamamos al Ejército y más apoyo de la Policía Nacional . Cuando los gángsters ven que no son condenados, se crea un sentimiento de impunidad», explica Greg Wagner, portavoz del consejero Dan Plato.
Las maras llevan instaladas en Ciudad del Cabo desde el final de la Segunda Guerra Mundial , con el éxodo a las urbes de las poblaciones rurales y el retorno de los combatientes. Pero en los años 70 y 80, las bandas mantenían la paz, recuerda Ivan Waldeck , histórico líder de los Americans. «Ahora todo tiene que ver con la droga y con el poder. Es un negocio diabólico y destructivo. Cuando te unes a una banda, firmas con tu vida».
Waldeck se unió a los Americans a los nueve años para sobrevivir. Ya en el colegio llevaba un cuchillo. Tenía que probar que estaba dispuesto a robar y morir por la banda. A los 14 mató a cuchilladas a su primera víctima. A los 15 ya tenía 41 cargos en su contra. Fue condenado por 21 de ellos y salió de la cárcel a los 26 años.
«Tu padre es adicto o está en prisión. Ahí empieza el conflicto, y al final de la calle está la tienda tapadera de un gángster. Empecé ayudando a llevar cajas. Te llevan en coche y te dan algo de dinero, te compran algo de comer. Ahora también les dan drogas. Cuando te quieres dar cuenta, ya tienes el tatuaje de los Americans», recuerda. «Los jóvenes ven cómo viven los líderes, con sus BMW y sus ropas de marca. Viven en complejos de lujo, tienen hoteles, clubes nocturnos. Hay un glamour en esa riqueza, sobre todo para un joven que vive en las calles de Mitchell’s Plain», añade.
«El apóstol»
Waldeck advierte de que «una vez que te dan algo, ya estás en deuda, y una vez que te han visto con ellos, ya eres el enemigo para otras bandas. Puedes mudarte a otra provincia, pero no es fácil salir. Solo uno de cada veinte lo conseguirá. Has visto demasiadas cosas, han matado por ti. ¿Y ahora pretendes dejarles?»
Waldeck salió de la cárcel a los 26 años, y tratando de cambiar de vida, acudió a la Iglesia. Hoy es conocido como «El apóstol», y rescata a jóvenes que han sido presas de las bandas callejeras.
Una docena de exgángsters pertenecientes a distintas bandas viven ahora en un piso tutelado por Waldeck, y acuden cada día a su congregación religiosa. «Parecía que no podríamos. En la calle nos mataríamos, pero empezamos a comunicarnos entre nosotros», recuerda Nigel Pieterson , ex de los Mongrels.
Estos jóvenes ahora tratan de explicar su experiencia a esos niños de Primaria que empiezan a ser atraídos por las bandas. «Les digo que no tengan miedo. Cuando ven que tienes miedo van a por ti. Te dan dinero y ropa, pero eso luego se acaba. Ahora lo único que te dan es una pistola».
Junto a Nigel, en el centro de acogida, Anthony Mathews , ex American, comparte la visión con el que hasta hace meses fue su enemigo. «He perdido toda mi educación. He pasado toda mi vida huyendo, en la cárcel. No hay vida ahí, sino una bala. El precio es la prisión y el cementerio, y tu familia y tus amigos llorando por ti».
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