Elecciones Alemania 2013: «Españoles y alemanes deberían aprender unos de otros»

Los españoles en Alemania aún tienen que sufrir en su piel ciertos mitos y clichés. Pero no tanto como creemos. También se nos quiere y aprecia

Elecciones Alemania 2013: «Españoles y alemanes deberían aprender unos de otros» j. g. jurado

juan gómEz jurado

Pasan las dos de la mañana y una fina, casi imperceptible lluvia cae sobre Berlín. El afamado psiquiatra Bernd Ahrens se pasa una mano por el pelo largo y canoso, antes de pagar nuestra última ronda de cervezas y dejar discretamente un billete de veinte ... euros de propina.

–Entonces –repite por tercera vez–, ¿juras no sacar mi foto en el periódico?

Me tiemblan un poco las piernas mientras me pongo en pie y nos salimos a la calle. No estoy acostumbrado a beber tanto, y agradezco infinitamente la grabadora , que registra su voz grave, milimétrica, cargada de razón y de razones. Cuando le juro que no habrá foto, se permite relajarse un poco y responder por fin a mis preguntas, tras más de una hora de insistencia.

–Españoles y alemanes deberían aprender unos de otros -dice-. Llevo desde 1970 visitando España al menos una vez al año. ¿Sabes cuándo aprendí más de tu país? Negociando el precio de un kilo de melocotones en un supermercado de Mallorca . Yo iba dispuesto a pagar lo que me pidiesen, pero ellos me enseñaron que las reglas son algo que se puede torcer ligeramente.

Sorprende esa respuesta en un bávaro duro como el acero de Duisburg, que encara su séptima década con una vitalidad que me hace difícil seguir sus pasos. Se resiste a hablarme de su labor con los jóvenes españoles, a los que dedica tres horas de su tiempo cada semana, ayudándoles a perfeccionar el idioma y dándoles valiosos consejos.

Donde sí se dimite

–Invierto en ellos porque tienen el futuro muy jodido -escupe al final-. No solo por la crisis, esas van y vienen. Es por quien maneja el timón. Mira a Guttenberg –el ministro de defensa alemán que dimitió hace dos años tras publicar un periódico pruebas de que había plagiado su tesis doctoral–. Un error del pasado en un ámbito ni siquiera político se destapa y él dimite al día siguiente pese a ser el mejor valorado del gobierno Merkel. ¿Allí suelen dimitir mucho vuestros políticos?

Pese al relente de la madrugada, una oleada de calor bochornoso me invade la cara, y el recuerdo de Bárcenas y ERES subraya lo retórico de la pregunta.

–A principios de los 90, toda plaza de pueblo español en la que parases estaba llena de viejos desdentados. Diez años después, todos esos agujeros estaban cubiertos de dientes de oro. Y se levantan Guggenheims de la nada, totalmente insostenibles -dice meneando la cabeza. En sus ojos hay weltschmerz, una de esas palabras compuestas tan hermosas que sólo un alemán puede inventar. Es el dolor romántico del mundo, el asombro y el estupor ante la diferencia entre cómo es y cómo nos gustaría que fuese. La noche y la lluvia calan en ambos hasta los huesos ese amargo sentimiento con sabor a hiel.

Miles de litros de cerveza

Tal vez por eso la noche siguiente decido pasarla en uno de los lugares más alegres de Berlín, la Höfbrau Munchen. Junto a la Alexanderplatz, el local cervecero más grande de Europa tiene capacidad para 2.500 personas que consumen 3.000 litros al día . La gente canta y baila al ritmo de yodels –canción tradicional–, en un entorno rústico más propio de la rival Bavaria que de la cosmopolita Berlín. Hay arañas en los techos, enormes tanques tras la barra y una clientela heterogénea, desde los más ancianos a jóvenes profesionales.

Me acerco a un grupo de estos últimos. Son unos cuarenta, tan sólo su jefe ha cruzado la barrera de la treintena, y en sus caras no hay el peso inquebrantable de la duda que existe cuando me acerco a sus compatriotas mayores. Son los empleados de una start-up de internet, dedicada a la promoción de canales de vídeo. Cuando me presento me ponen una cerveza de litro en la mano y se esfuerzan por contestar mis preguntas en mitad de una batalla de posavasos .

–¿Qué pienso de España? –responde Heinar, un ingeniero informático moreno y enorme, cuyas verticales asumen una inclinación tan sesgada como la opinión que va a brotar de su garganta–. Creo que los españoles tienen la culpa de la crisis , deberían pagar sus impuestos, no esperar que nosotros vayamos a sacarles del problema. Yo endurecería aún más las ayudas, y no querría que mi país siguiese dedicando un tercio de su presupuesto estatal a la Unión Europea.

En ese momento se escucha ¡PROST! y un par de jóvenes se ponen en pie a mi lado y chocan sus jarras, con tan mala fortuna que una de ellas se rompe y el líquido me empapa la camisa. Heinar aprovecha la confusión para escapar, y su lugar lo ocupa Wolf, un economista de 28 años, relajado y extrañamente irónico para un berlinés. Apoya su mano en mi hombro, lo cual entre los alemanes que han alcanzado la madurez es anatema. Observo una cierta mirada de extrañeza de los ancianos de la mesa de al lado, pero enseguida la conversación de Wolf nos lleva por el camino correcto.

Grecia, principal problema

–Cuando los españoles vienen a Berlín se portan de forma excelente, se adaptan muy rápido. Precisamente nosotros tenemos tres en la empresa –dice señalando hacia el fondo del enorme banco–, y son excelentes trabajadores y compañeros. Yo no soy una persona que consuma muchos medios de comunicación tradicionales, pero sí sé cuál es el pulso de la calle y estoy al tanto de la actualidad política. Nadie en Alemania está enfadado con España . El principal problema no es tu país, sino Grecia, que derrochó en salarios y corrupción el dinero que les dimos para infraestructuras y para creación de empleo. Y no, nunca oirás a un político alemán hablar mal de los países del Sur, ni de España, ni utilizarlo como argumento electoral. Cuando un político dijo recientemente de Berlusconi que era un payaso, los medios alemanes le criticaron fuertemente. Nosotros somos el país que ha perdido dos guerras mundiales, así que ahora nos tomamos muy en serio la integridad de los demás países.

Sus palabras subrayan a la percepción el carácter alemán, más propenso a la cauta reserva que al enfrentamiento directo. El alemán dice poco, piensa bastante y hace mucho. No comprende la indefinición típica del español, nuestro tradicional «es que…», que si es esgrimido en una conversación no tendrá como respuesta más que la solución al supuesto problema. Si pretendes librarte de la invitación inoportuna de un alemán y respondes «es que tengo cita en el callista» , lo más probable es que él se ofrezca a llevarte y traerte con su coche, ya que entenderá que tus movimientos están impedidos.

–Somos un país de técnicos, un país de mentes precisas -interviene Jurgen, un diseñador gráfico de 26 años-. Cuanto más viajas al Sur, más inclinación muestran la gente hacia la libertad, la creatividad, la improvisación. Eso tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. Con esos rasgos viene también la tolerancia hacia la corrupción y el gusto por la pillería.

Preguntado por el tópico español de vino, paella, toros, impuntualidad y siesta, Jurgen se encoge de hombros. Le he transmitido esa misma cuestión a todos los entrevistados, y en todos he hallado esa misma renuencia a admitir la evidencia inquebrantable: nuestra imagen en el exterior tiene el peso del traje de faralaes y el toro de Osborne tan marcada como un mexicano el famoso sombrerito redondo.

–Los españoles aquí no estamos demasiado bien vistos, me cuenta Cristina, una licenciada de ADE que lleva un año viviendo en Berlín. De primeras, partes con menos puntos que los demás, y tienes que luchar mucho más duro para ganarte su respeto. Ellos aprecian por encima de todo la puntualidad, la eficiencia y la responsabilidad, y en un español no es algo que se dé por supuesto, no como en un alemán. Nunca te lo dirán a la cara, pero se nota cuando se les escapa un chiste. El otro día tenía que ir a una reunión que se pospuso media hora y el jefe dijo, casi sin querer, que era horario español.

El tendero y el cliché

Tengo que caminar varias manzanas, hasta un supermercado abierto hasta tarde, para conseguir alguien que admita abiertamente el cliché. Se trata de Eckhart, un tendero cincuentón oriundo del Berlín Este, que apoya su oronda barriga sobre el mostrador y se mesa despacio el bigote mientras me mira con desconfianza. En sus estanterías hay una tendencia al abarrote, reacción comprensible en alguien que creció en un colmado en el que lo único que hacía honor a su nombre eran las cucarachas corriendo sobre anaqueles vacíos. Sus ojos de azul desvaído han visto muchas cosas en la Alemania ocupada, ha vivido la mitad de su vida al son de marchas y consignas , de cánticos y propaganda. Tal vez por eso en su mente hay una concesión al tópico facilón, incluso admitiendo no haber puesto en su vida un pie al sur de Postdam.

El español es vago . Es vago, no hay más que ver que en cuanto te das la vuelta deja de trabajar, y yo lo sé porque he ido a muchos bares donde trabajan españoles y eso es una vergüenza. Y además todos sabemos que no quieren otra cosa que la fiesta y la siesta, mujeres y a vivir. No, no me gustan los españoles. Son corruptos y han empobrecido a Alemania, pidiendo subvenciones a la Unión Europea que acabamos pagando nosotros.

Escombros del muro

No puedo contenerme, y faltando a mi profesionalidad, le afeo a Eckhart esa actitud en alguien que precisamente vivió al otro lado del Muro y que como europeo del este que fue en su nacimiento, tras la unificación fue mirado con desconfianza. Aún hoy en día los ricos bávaros siguen recordando los cien marcos que se le dieron a cada alemán del este cuando se rasgó el Telón de Acero. Caería el Muro, pero aún quedan escombros.

–Eso es distinto -masculla, ronco-. Nosotros necesitábamos ayuda, no teníamos nada por la ocupación. No éramos libres para crecer ni para vivir. Los españoles no vivieron algo así.

Eckhart obvia cuarenta años de dictadura, o quizás los ignora, mientras se enroca en sus convicciones. Pero su nariz roja y venosa parece desmentir esa actitud de que su mierda huele mejor que la de los demás, arrugándose con desagrado.

Imagen por los suelos

Por contradictoria que sea, su opinión parece coincidir con la del último barómetro de la Marca España, que habla de un profundo deterioro de la imagen de nuestro país en Alemania. Se nos considera un país pobre (71%), tradicional (77%), ocioso y poco trabajador (40%), egoísta (42%) y corrupto (48%).

Paseando por Berlín, disfrutando del carácter abierto y agradable de sus gentes y el trato amigable hacia los españoles, uno estaría inclinado a creer a Disraeli cuando afirmaba que existen tres clases de mentiras: mentiras, malditas mentiras y estadísticas. Pero luego resuena en mi mente la última frase que me dedicó Bernd Ahrens, cuando le comenté eso: «Hijo, no te olvides nunca de una cosa: Berlín no es Alemania» . Y luego se marchó, dejándome calado hasta los huesos, con el brazo extendido, llamando a un taxi que aún tardaría mucho tiempo en llegar.

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