Boston no despierta aún de la pesadilla
El centro sigue tomado por los servicios de seguridad, mientras la población intenta superar la psicosis
maría g.picatoste
Cuando faltaban diez minutos para las tres de la tarde, el caos se apoderó del último tramo del maratón de Boston. Acababa de registrarse una explosión unos metros antes de la línea de meta. Unos 15 segundos después, una segunda deflagración convirtió la calle Boylston ... en el centro de un sofisticado ataque.
En un instante, uno de los eventos deportivos más importantes del año, el más relevante e histórico de la ciudad de Boston, pasó de ser un cúmulo de alegrías e historias de superación a una tragedia sin sentido. «Estábamos disfrutando, hablando sobre nuestros tiempos y celebrando que habíamos terminado. De repente, todo eso, la alegría, desapareció», explica Todd, un atleta llegado de Texas que había terminado la carrera poco antes de las explosiones.
En cuanto la confusión inicial se disipó, los alrededores de la plaza Copley quedaron desiertos. Salvo por la presencia de policías y militares, ese sector de Boston daba una impresión apocalíptica. Las cercanías de la meta del maratón estaban intactas. Pieles de plátano en el suelo, botellas de bebidas energéticas medio llenas, barritas de cereales a medio comer, y centenares de bolsas y mochilas con las pertenencias de los corredores esperando a ser recogidas. Esta imagen de la ciudad se mantuvo durante toda la noche del lunes. Las autoridades habían pedido a los ciudadanos que no salieran de casa, y todos cumplieron.
Al amanecer, Boston pareció dividirse en dos ciudades antagónicas. Por un lado estaba la ciudad sitiada, un área de doce bloques donde la vida parecía haberse detenido. En esa ciudad, treinta expertos en explosivos proseguían su investigación y descubrían que las bombas habían sido depositadas en ollas a presión de seis litros de capacidad junto con clavos y perdigones que actuaron como metralla. Por otro lado estaba la ciudad que recuperaba la tranquilidad, tras la tensión y el nerviosismo del día anterior. Los aeropuertos habían reabierto y el sistema de metro, salvo por una estación, volvía a funcionar con normalidad. En la calle, decenas de personas paseaban vestidas con sus chaquetas conmemorativas del maratón y luciendo sus medallas.
Algo que olvidar
«Fue un día horrible, podías ver a gente llorando y hablando por teléfono», rememoró Silvia Kirkegaard, una estudiante barcelonesa que se encuentra haciendo un intercambio de estudios en el Babson College. «Ahora mismo el sentimiento que hay es de rabia y tristeza, la gente quiere saber quién fue el culpable y se está especulando mucho», añadió Kirkegaard.
«Bomberos, militares, sirenas… Parecía de película», recuerda Mario Marín, un corredor asturiano que competía en Boston por primera vez. Para Mario, como para muchos bostonianos, lo peor de haber vivido de cerca un atentado terrorista es que ahora es difícil dejar de pensar en que puede volver a pasar en cualquier lugar, en cualquier momento. Esa psicosis hizo que varios vuelos fueran bloqueados ayer temporalmente en el aeropuerto Logan de Boston para revisar equipajes que parecían sospechosos.
Boston no despierta aún de la pesadilla
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete