Miura, vuelve la leyenda

 

 

Miura, vuelve la leyenda

TEXTO: ROSARIO PÉREZ

Tallado en madera y escoltado entre dos calaveras, el nombre de la mítica ganadería anuncia, en medio de un hondo silencio, la entrada a Zahariche, templo de la bravura. Ese profundo silencio se rompe poco a poco a medida que se adentra en la finca, anclada en el término sevillano de Lora del Río. Voces de vaqueros, cencerros de cabestros, el paso de los caballos o el bramido de algún toro inquieto por las gotas de lluvia que se han apoderado de la mañana... «Cuando el tiempo está revuelto, los animales se alborotan». Son palabras de Eduardo Miura,

heredero junto a su hermano Antonio del legendario hierro, fundado en 1848 por Juan Miura, un acaudalado sombrerero. Desde entonces hasta ahora la ganadería ha permanecido en manos de la familia Miura, un apellido que infunde respeto y que encierra toda una leyenda.

«Parece que llevan una persona dentro de lo bien que discurren», sentenció Rafael El Gallo. «Es un toro con personalidad —asevera Antonio—. Aprende rápido. Si se le hace algo mal y se da cuenta de que manda él, se viene arriba, lo capta enseguida. En el campo hay que hacerles las cosas muy bien para que no se enfaden. Cuando sale al ruedo, más bueno o más malo, es distinto».


La acentuada personalidad de estos toros, de procedencia Cabrera, provoca siempre un inusitado interés.

Así, su regreso a Las Ventas después de diez años de ausencia ha levantado una gran expectación. ¿Por qué una década sin pisar la Monumental? «Unas veces porque no hemos tenido toros para Madrid y otras porque la empresa no nos lo ha pedido».

Los ganaderos saben que su corrida será examinada con lupa. «El apellido Miura siempre implica una responsabilidad añadida. Los espectadores van con una ilusión y quieren que se cumplan las expectativas». Un trío de aguerridos matadores, El Zotoluco, Juan José Padilla y Dávila Miura, dará cuenta de los toros de la A con dos asas. «Respetamos a todos los toreros. El hecho de que toree nuestro sobrino supone una presión aún mayor, pero ha sido su decisión».

Bohemios pero realistas con el negocio ganadero, los hermanos Miura sueñan con que la corrida desarrolle el juego «ideal»: «Un toro que responda en el caballo y que no deje de embestir desde que aparezca por toriles hasta que lo arrastren las mulillas». Pero el toro soñado, como la faena perfecta, rara vez se da. «Y si nace, puede no ser su tarde», apunta Antonio. «Hay que tener en cuenta que es un ser vivo —continúa—. Su comportamiento durante la lidia depende en gran medida del día que tenga. Pero aquí no hay ensayos. Sólo existe una oportunidad».
Aunque fieles a su línea ganadera, también consideran necesaria la evolución. «Si la Fiesta dura es porque ha ido evolucionando, lo que no se puede pretender es que sea como hace cien años. En nuestro caso, con los mimbres de siempre hemos hecho el cesto que hoy día se demanda. Cuesta más trabajo, pero es la hipoteca que tenemos que pagar. El toro se ha ido dulcificando, se ha ido limando la violencia».

Atrás quedan en el tiempo aquellas dramáticas corridas miureñas en las que el albero se barnizaba de sangre. Pero la leyenda negra permanece viva. «Jocinero» escribió el primer capítulo trágico de este hierro. «¿Es argo?», preguntó Pepete. Y a los tres minutos murió. «Jocinero», nacido en enero de 1857, berrendo en negro, botinero y capirote, había atravesado su corazón. «Perdigón» se llevó luego a El Espartero, «Desertor» a Domingo del Campo e «Islero» alimentó aún más el mito con Manolete. También fueron corneados novilleros, banderilleros... «Algunas ganaderías han matado a más toreros, lo que ocurre es que la nuestra siempre ha tropezado con nombres famosos».

Episodios de gloria


Pero no todo han sido penumbras, la historia de Miura guarda también numerosos episodios de gloria: «Zapatero», que propició el triunfo de Machaquito en 1911, «Aguardientero», designado mejor toro de San Isidro 1977, y un largo etcétera. Pepe Luis Vázquez —el torero que más corridas miureñas mató en la Feria de Abril, el preferido de don Eduardo en los tentaderos—, El Viti, Rafael Ortega, Manili o Ruiz Miguel, conocieron las mieles del éxito gracias a esta divisa, siempre con el corazón encogido. Sólo su imponente aspecto, altos, agalgados y con ese cuello largo capaz de revolverse a una velocidad tan vertiginosa que ni un radar podría detectarla, asusta. «Porque un miura siempre es un miura». La emoción está servida.