Entrevistas

 

 

LUIS BOLÍVAR
« Delante del toro se olvidan las nacionalidades»

Ilusión y responsabilidad a la vez, Luis.

—Sí. Es un sueño cumplido estar en un San Isidro como matador de toros. No me cambio por nadie en el mundo.

—Ha tenido que remontar el drama de su alternativa en Valencia, cuando una cornada en el pulmón, que se quedó a centímetros del corazón, le paró en seco en sus aspiraciones.

—Fue una pared muy dura que me encontré en mi carrera. La he tenido que escalar madurando, como persona y como torero; he asentado la cabeza sobre los hombros como hombre y como torero. Gracias a Dios en casa de Victorino, que conoce el toro de pitón a rabo, y a lo que he sufrido he aprendido muchísimo.

En América, en su Colombia natal desde donde un día armó el hatillo camino de España, se dieron bien las cosas.

—He tratado de purificarme para encontrar lo que es la verdad del toreo.

—¿La cicatriz mental también se ha curado?


—Sí. Si no, me hubiera retirado. Todo los días me la veo en el espejo. A la vez me siento orgulloso, porque ese día hice lo que tenía que hacer, y lo volvería a hacer. Cuando miro la cicatriz, me sube la moral.

Su confirmación es doble. La oficial, con los atanasios, y la extraoficial, con la corrida de Victorino, que eso sí que es confirmar…

—En Madrid todas las tardes son clave. De momento, pienso en la de Atanasio, y lo otro es una apuesta fuerte… Intuyo que las cosas van a salir bien.

—¿Le gustaría ser el sucesor de Rincón?

—El maestro César nunca va a tener sucesor. El maestro César ya es leyenda e historia, y las leyendas y las historias no se repiten. A la vez sería bonito, pero… Yo quiero marcar mi camino y sacar el nombre de Colombia adelante.

—¿Le ha sido más duro el camino por ser inmigrante, aunque sea de un país hermano?

—Cuando uno es capaz de pegarle pases al toro se olvidan de las nacionalidades, de qué color eres, de dónde vienes. Quieren ver a un hombre capaz de templar la velocidad del tiempo y del toro.

—¿Su obsesión es el temple?

—Sí, en mi vida y en el toro, por supuesto. Es una virtud de privilegiado. Es mi obsesión, buscar el temple en sí mismo.

—¿Ha sido la casa de Victorino el lugar adecuado para hallar el temple?

—Sí. Porque es un animal que lo tiene, aunque a veces haya que buscárselo para sacárselo, con la firmeza y la pureza y el ritmo.

—Muchos porrazos, ¿no?

—Hay que estar al cien por cien en cada tentadero. Si los encajas, da sitio. El cuerpo es de costumbres.

—¿Qué se siente cuando una vaca le pega una voltereta y se oye por detrás la dorada carcajada de Victorino?

—(Risas). No se oye, porque está cerrado el palco. Pero lo que sí se escuchan son las broncas, tanto las del padre como las del hijo. No te permiten dormirte en ningún momento.