Este es el momento crucial, el
esperado por todos, por estas horas se han recorrido los Caminos. La Virgen del Rocío
pasea por la aldea, visita a los romeros, se deja mecer, a hombros de los almonteños, por
un mar de gentes ansiosas de rozar siquiera un varal
Pentecostés, cincuenta días después de Semana Santa, con
la primavera instalada en los campos, todo huele a camino, el camino que hacen las
Hermandades bajo la advocación de la Virgen del Rocío, en una de las peregrinaciones
marianas más importantes del mundo. No sólo es ese éxodo de más de un millón de
personas llegadas de toda Andalucía, de España y del extranjero, entre pinares y arenas,
es una colonización de campos, senderos, veredas, sendas en el nombre de la Blanca
Paloma. La Romería del Rocío es punto de encuentro, intersección de devociones, de
cientos de miles de fieles ansiosos de acercarse a Ella, la Reina de las Marismas, razón
primera y última de esta peregrinación que aúna devoción y fiesta.
Se abre un paréntesis a las prisas durante ese camino romero en el que se
olvidan los relojes construyendo una utopía breve pero intensa, se dejan atrás las
cargas pesadas de lo cotidiano, se vive una libertad entre cielo y suelo, en la que las
viejas medallas, curtidas por muchos caminos, son el pequeño gran símbolo, el adelanto
de la Virgen que espera en el Santuario, mientras se desgranan oraciones entre el silencio
y el cansancio, entre la canción y el paso, la luz y la noche.
El tiempo, en plena ebullición de la naturaleza, en ese trasfondo de
alegría entre divina y humana, mezcla aquí, en estos caminos antiguos, hollados por
tantas fidelidades marianas, la religiosidad popular, la que lo está regida por leyes, la
que hunde sus anhelos en lo más profundo del corazón del romero, con los ritos de
germinación, de fertilidad, de fecundación de la tierra, de petición de buenas
cosechas, la pagana victoria de la primavera eclosionada alrededor.
Enclaves privilegiados, bañados de humedales, salpicados de altos pinos, de
romero, yerbabuena, dunas, montes y marismas, ven desfilar hacia la aldea almonteña
noventa y siete hermandades, además de hermandades no filiales, agrupaciones y peregrinos
independientes, que crean un microcosmos de misterio y devoción, de fiesta en movimiento,
de ceremonia de convivencia. Pero sobre todo, ven pasar cientos de miles de almas, que en
particulares viviencias personales, se acercan a la Virgen del Rocío.