Aficionada a los disfraces
Tanto
la Princesa de Asturias como sus hermanas ganaron en
varias ocasiones el premio de disfraces con motivo de las
fiestas del colegio, pues ponían especial empeño
y dedicación en la tarea. Sus compañeras recuerdan
que en cierta ocasión Letizia dio la campanada con
uno de Casimiro, personaje de Televisión Española
que mandaba a los niños a dormir, años después
de los «Telerín».
Cuando acababan las clases, la niña pasaba algunas
tardes en la sede de la emisora de Radio Oviedo en la que
trabajaba su abuela, Menchu Álvarez del Valle, quien
dio vida a programas muy recordados, como «Coser y cantar» (junto
a José Rivalla «Ceceda»), «Rumbo
a la gloria» y «Puente a su problema». Auténtica
fuerza viva del Principado durante décadas, Menchu
fue también una reconocida actriz de radioteatro y
guionista de miles de programas, además de columnista
en Prensa. El estudio donde trabajaba ocupaba la cuarta planta
del mismo inmueble que, en el primer piso, era sede del diario «La
Nueva España», por lo que años antes Menchu
había establecido una fluida relación de amistad
con Graciano García, quien fue redactor de esa publicación
ovetense y después artífice de la Fundación
Príncipe de Asturias.
Las
clases de ballet las recibían las hermanas Ortiz
en el estudio de Marisa Fanjul, situado entonces en el número
17 de la calle Melquíades Álvarez, de Oviedo.
La profesora rememora cómo Letizia sacaba de la cartera
sus libros y su bocadillo de Nocilla para hacer los deberes
mientras su madre asistía, también como alumna,
a las sesiones para adultos. Letizia reunía condiciones
más que aceptables para la danza, pero el ballet
fue para ella más un ejercicio de educación
corporal que un objetivo de alcance, mientras que su hermana
Telma sí destacaba en esta disciplina, a la que
entregó años de férrea dedicación.
Durante esos años Letizia tuvo ocasión de
subirse en varias ocasiones a las tablas del Teatro Campoamor
de Oviedo, donde el Joven Ballet de Asturias (entonces denominado
Petit Ballet) realizaba sus exhibiciones.
En el número 51 de la calle de Pérez de Sala
(el edificio donde residían los abuelos de Letizia
hasta que, hace unos seis años, Menchu Álvarez
del Valle y José Luis Ortiz se retiraron a una vida
más tranquila en una casona de Sardeu, en Ribadesella)
apenas queda memoria de la que, vagamente, hoy se recuerda
como una pequeña inquieta y vivaracha. Carmen Álvarez
Jiménez, la hija de «Conchita, la del primero»,
vecina pared con pared de los abuelos de Letizia, sí alcanza
a rescatar entre sus imágenes de hace más de
veinte años que, como todos los niños, dio quebraderos
de cabeza: un año, por San Mateo, la gran fiesta patronal
de Oviedo, la familia fue a ver las carrozas desde una peluquería
de la céntrica calle Uría y la cría metió la
cabeza entre los barrotes, con el sobresalto consiguiente.
Oviedo era entonces una ciudad pequeña. A los Ortiz
Rocasolano les encantaba, en los fines de semana y días
de fiesta, dar un tranquilo paseo desde la calle de Pérez
de la Sala, donde vivían los abuelos, hasta la capilla
del Cristo de las Cadenas en la que fueron bautizadas las
dos niñas mayores. La zona no estaba entonces urbanizada
como ahora y sí pespunteada de «praus» y
merenderos, muy agradables cuando el sol se dejaba ver. Algunos
días, optaban por las excursiones a las grutas del
Naranco.
Otra opción era la playa. Un año, los Ortiz
tuvieron alquilado un apartamento en Ribadesella, junto al
mar, y más adelante eligieron una casita en Argüero,
que pertenece al Concejo de Villaviciosa. Los veranos eran
intensos, para las tres hermanas. A las dos abuelas les encantaba
disfrutar de sus nietas y se organizaban para pasar con ellas
largas temporadas durante las vacaciones escolares. Así,
con los padres de Jesús Ortiz las niñas se marchaban
a Aldea de San Miguel, un pueblecito a pocos kilómetros
de Valladolid en el que había nacido la madre de Menchu
y donde podían hacer uso de la casa familiar. Cumplían
de este modo el rito de ir «a secar» a la Meseta,
como dicen los asturianos, nada proclives a utilizar la forma
reflexiva de los verbos. Con Francisco Rocasolano, taxista,
y Enriqueta Rodríguez, las pequeñas se marchaban
a Torrevieja, a un apartamento que los abuelos maternos vendieron
después de la jubilación para comprarse otro
en Alicante.
Pero, en contrapartida, la vida cotidiana de las hermanas
Ortiz mantenía un régimen disciplinado, en época
escolar, muy vinculado a la ayuda que prestaban, por proximidad,
los abuelos paternos. La tele sólo la veían
los fines de semana y su programa favorito era el «Un,
dos, tres». A Menchu Álvarez del Valle le gustaba
preparar artículos y guiones por la noche (la futura
Princesa de Asturias dice de ella que «escribe como
los ángeles») y sus vecinos tienen grabada la
imagen de su despacho, siempre atestado de papeles. Su esposo,
José Luis Ortiz, trabajaba como comercial en Olivetti,
la empresa de máquinas de escribir, en la que además
impartía cursos de aprovechamiento de los equipos.
El
padre de Letizia tenía una pequeña productora
a principios de los ochenta y la niña se interesó muy
pronto por todo lo referido a la comunicación. A
los diez años empezó a tomar parte en el programa «El
Columpio», en Antena 3 de Radio. No fue una experiencia
tan liviana como puede parecer, a la vista de su edad de
entonces. Jesús Ortiz encomendó la tarea de
preparar y realizar este espacio a sus dos hijas mayores
y a otros niños hijos de amigos y conocidos. Los
críos decidían en una reunión semanal
los contenidos y luego escribían los guiones y diseñaban
la escaleta.
«El columpio» se emitía los sábados
por la mañana y nadie interfería en la labor
de los chavales en cabina. Ellos mismos tenían que
componérselas para salir airosos si sufrían
un lapsus. Ya con un cierto rodaje, Letizia fue «nombrada» redactora-jefe
de aquel equipo.
Cuando la prometida del Heredero tenía catorce años,
en los primeros meses de 1987, su padre se trasladó a
Madrid, requerido para trabajar con su paisano Lalo Azcona,
quien unos años antes había creado su empresa
de comunicación en la capital. Jesús Ortiz,
avanzadilla de la familia, se instaló solo en un apartamento
de la calle Canillas para evitar partir el curso escolar de
sus hijas. Letizia estudió su primer año de
BUP en el instituto Alfonso XII de Oviedo y ya en septiembre
se marcha a la capital con su hermana Telma, para vivir ambas
con su padre en el Parque de las Avenidas. Quedaron adscritas
al instituto Ramiro de Maeztu, el que les correspondía
por zona de acuerdo con el primer domicilio madrileño
de su padre en el barrio de Prosperidad. A su madre no le
habían concecido aún el traslado a Madrid y
por eso Paloma Rocasolano y su hija menor, Érica, tuvieron
que permanecer un año más en Asturias.
Después de ya reunidos el matrimonio y las tres hijas,
la familia pasó una corta temporada en el Parque de
las Avenidas, mientras estaba en construcción la casa
que los Ortiz adquirieron, sobre plano, en la urbanización
Montesport de Rivas Vaciamadrid, un pueblo en expansión
del Este de Madrid situado junto a la carretera de Valencia,
que ya entonces se esbozaba como la ciudad-dormitorio de clase
media que hoy es. Su madre ocupó plaza en el ambulatorio
de Moratalaz, antes de pasar a desempeñar su actual
labor como «liberada» del Satse, un sindicato
profesional de enfermería en el que desempeña
la función de delegada del área sanitaria 1
de Madrid.
Boda civil y periodismo
Como Letizia y Telma hicieron los dos últimos cursos
del BUP y el COU en horario nocturno (debido a que no quedaban
plazas de mañana ni de tarde), su padre las recogía
cuando terminaban las clases, a las diez y media de la noche.
En el instituto conoció a Alonso Guerrero, profesor
de Lengua y Literatura diez años mayor que ella con
quien entabló un largo noviazgo que acabó en
boda civil en agosto de 1998, ceremonia que tuvo lugar en
el pueblo del contrayente, Almendralejo, y que fue oficiada
por el alcalde de la localidad pacense, Jesús Morán.
La pareja se divorció un año más tarde.
El primer matrimonio de Letizia coincidió en el tiempo
con la separación de sus padres.
Pero en esos momentos Letizia ya era una acreditada profesional
de los medios de comunicación. Tras concluir los
estudios secundarios y alentada por su infancia radiofónica
en Oviedo, su vocación estaba muy clara: en 1990
se matriculó en Ciencias de la Información
en la Universidad Complutense de Madrid, y se licenció en
Periodismo en 1995 con calificación media de notable.
Según los testimonios de sus compañeros, no
pertenecía al amplio grupo de estudiantes universitarios
asiduos al bar de la Facultad. Por el contrario, prefería
sentarse en las primeras filas de clase y se tomaba interés
en las disertaciones de los profesores, dispuesta siempre
a levantar la mano e intervenir. En el viaje de Paso del
Ecuador, en 1993, tuvo ocasión de recorrer Marruecos,
y no precisamente en «jet» privado. Con sus
compañeros viajó hasta Algeciras en tren,
desde donde tomó el ferry a Tánger, para hacer
después un recorrido en autobús por Fez, Casablanca
y Marraquech. Posteriormente, avalada por su buen expediente
académico, tuvo ocasión de participar en VIII
Encuentro Iberoamericano de Facultades de Comunicación
Social que se celebró en la ciudad colombiana de
Cali entre el 24 y el 28 de octubre de 1994.