Tres siglos de
cultura Omeya Andalusí
por Juan Pedro Monferrer

La textura formativa de la cultura andalusí es, sobre todo,
netamente oriental, aunque sin descartar ciertos ramalazos debidos a la influencia
cultural peninsular proveniente del sector eclesiástico. Dentro del inmenso y riquísimo
cuadro andalusí, la época omeya representa un periodo de gradual formación en todo el
variopinto espectro representado por el mundo de las ciencias árabes islámicas, así
como en el de la cultura material y artística en general. En Oriente, espejo en el que se
mira al-Andalus, se está experimentando un período de transición que viene recreado por
la ingente actividad traductora del legado científico-cultural de la antigüedad
griego y con mediación del siriaco que están llevando a cabo los traductores
arabófonos orientales, con un papel destacado del sector cristiano recientemente
arabizado. Es obvio, por ello, que al-Andalus, que todavía se halla diseñando su propio
modelo de Estado, se hallase a la zaga de cuanto Oriente iba desgranando.
Un elemento de capital importancia en
la formación cultural de al-Andalus viene dado por los múltiples condicionantes que
rodean a la «peregrinación» (hayy. El musulmán, favorecido por el precepto de realizar
una vez en la vida la peregrinación a los santos lugares de La Meca, viaja a Oriente no
sólo empujado por este único precepto cultural, sino que a él acompañan motivos
comerciales y culturales que ponen en estrecho contacto a abbasíes orientales y a omeyas
andalusíes. Los individuos que habían estudiado en la Península al calor de los
maestros andalusíes aprovecharon la peregrinacion para quedarse en Oriente y completar
sus estudios con reputados maestros de las diversas circunscripciones de la Comunidad
islámica (Umma) y de regreso a al-Andalus no sólo traerán consigo las enseñanzas
aprendidas, sino que además llevan obras de muy diverso género que contribuirán a
conformar el sustrato cultural de los andalusíes. En este sentido, el período omeya de
al-Andalus representa un ciclo que logra que la cultura árabe, unida a lo esencialmente
islámico y a las primeras traducciones del legado de la antigüedad, logren arraigar de
forma y manera inmediata en el seno del Estado árabe-islámico andalusí. Junto a esta
llegada de enseñanzas y obras, vendrán maestros orientales que imparten saber sobre las
más variadas disciplinas.
Cabe añadir a todo esto que la
cultura andalusí no es un producto meramente procedente del sector mayoritario que
integra esta sociedad. Cierto es que el sector musulmán, el agente principal de la misma,
tiene que ver directamente con el grueso de la ingente producción cultural de la que hoy
día tenemos noticia, pero además, es necesario recordar que el papel desempeñado por
determinadas capas de la población cristiana y judía tiene un valor de gran interés en
la conformación de esta sociedad culturalmente mixtiforme.
La miopía factual que impusieron
determinados sectores de la historiografía dominante a lo largo del siglo XX, unida a no
pocos excesos de corte espiritualista posromántico, acabaron por generar una visión
simplista y en buena medida errónea de la sociedad andalusí: así, por ejemplo, desde
las aberrantes y satánicas conceptualizaciones de falacias como «conquista» y
«Reconquista» hasta las cacareadas demagogias de una «idílica convivencia» de las
distintas comunidades que viven bajo el Estado árabe-islámico, pasando por el idealismo
de una supuesta imbricación cultural que alimentaba la creencia de los orígenes de una
lírica románica. Las comunidades judía y cristiana, que tuvieron que convivir dentro
del Estado con el sector musulmán, si bien gozaron de momentos de relativa calma, no es
menos cierto que tuvieron que sortear como pudieron las cargas fiscales con que se les
gravó en todo momento de las cuales no escaparon los musulmanes, así como la
labor de islamización que desarrolló el nuevo estado omeya andalusí. Pero si ello es
verdad, no es menos cierto que la labor de arabización, con la que el Estado pretendía
solidificar las bases sociales, acabó posibilitando una actividad cultural en árabe
entre estas dos comunidades, la cristiana y la judía, que arroja datos aún no valorados
en su justa medida.
ARRAIGO ANDALUSÍ
Varios son, pues, los ángulos desde
los que puede contemplarse el inmenso legado que con los omeyas consiguieron hacer
arraigar y desarrollar a los andalusíes. Al lado de las obras de naturaleza religiosa,
los modelos llegados de Oriente muy pronto dejaron sentir su peso específico en el medio
cultural andalusí. De hecho, la llegada a la corte cordobesa del célebre músico Ziryab,
en el año 822, sigue interpretándose en determinados ámbitos como la continuación de
la dependencia cultural que al-Andalus mantuvo con respecto a Oriente. Con todo, cabe no
perder de vista un elemento diferenciador que actúa en el seno de la masa arabófona de
la población andalusí: se trata del registro lingüístico empleado en al-Andalus que
responde al distintivo de malhán, distinto al de otras zonas dialectales del orbe
arabófono. Así, por ejemplo, el filólogo iraquí Ab li l-Qali llegó a la corte
cordobesa en el año 941, donde de creer lo que nos cuentan las fuentes árabes, sentó
las bases de estudio de la gramática y de la lexicografía con la intención de erradicar
toda una serie de defectos en la pronunciación andalusí de la lengua árabe. En esta
misma línea, y también en el siglo X, el filólogo sevillano az-Zub'idi redactó un
tratado sobre los errores gramáticales, así como de los defectos en la pronunciación
del árabe andalusí con respecto al modelo del árabe clásico. Ello no debe hacer pensar
en un deficiente conocimiento de la lengua árabe por parte los escritores andalusíes,
sino en una peculiaridad dialectal árabe en al-Andalus.
La escasa producción poética de los
siglos VIII y IX que ha llegado hasta nosotros se sirve, al modo oriental, de la temática
convencional, y de la imaginería tropológica y de los patrones clásicos de
versificación. Habrá que esperar una treintena de años, desde el momento de la
ocupación, para que al-Andalus cuente con una producción poética propia, en los
primeros momentos ateniéndose a los moldes y temas poéticos sirios genuinamente
clásicos, aunque derivando posteriormente hacia los modelos del gran período abbasí:
sobre todo los representados por los vates Abd Nuw's y al-Mutannabi. Entre los autores
reseñables tenemos a Ibn al-Simma, Ab-al-Jatt_al-Husam ben Dirar, as-Sumil ben H tim, Ab
l-Majshi, Abbs ben Firns, Mumin ben Saíd (m. 880) y al-Gazal. Los siglos X y XI, por
contra, ven aparecer una serie de divanes, buena parte de ellos perdidos, pertenecientes a
poetas que exhiben un estilo cada vez más pulido y encorsetado, donde la grandilocuencia,
el alambicamiento y la artificiosidad de unos contrasta con la claridad expositiva que
aflora de vez en cuando en otros: aquí sobresalen poetas como Ibn H'ni, ar-Ramadi o Ibn
Darray al-Qastalli, entre otros.
En el universo compilador de la prosa
enciclopédica destaca Ibn Aderrabbih, autor de «El Collar único». Otro autor que
descuella sobre el resto y que llegó a contemplar la caída del Califato es el cordobés
Ibn Shuhmid, autor de «Epístola de los espíritus y los demones». Pero si alguien
brilla con luz propia, aun cuando el Califato expira durante la vida de este autor, ése
no es otro que el polígrafo cordobés Ibn Hazm que crea «El collar de la paloma». El
muashshah es el tipo métrico por el que se apuesta.
En el campo del pensamiento existía
una creciente presencia de los mutazilíes, el sector más «progresista» del Kalam
(Teología islámica), que a través del ejercicio de la razón buscaban una explicación
de corte racionalista de la religión islámica, basada en la filosofía griega. Incluso
en el ámbito de la mística islámica, el sufismo empieza a echar raíces en al-Andalus
durante esta época. Estas dos prácticas diferenciadas, la mutazilí y la sufí
encuentran en Ibn Masarra a su máximo exponente, que consiguió establecer un sistema de
pensamiento que generó una escuela. Esta doctrina, sistematizada, racionalizada y con una
ansiada búsqueda conciliadora entre el pensamiento filosófico y la revelación
islámica, se nos muestra configurada a base de conceptos generales de raigambre
neoplatónico (ya difundidos en el Oriente islámico), donde prima el intento de
explicitar la racionalidad del Islam. Pero la doctrina suscitó pronto la animadversión
de los alfaquíes malikíes, quienes trataron de erradicar por todos los medios todo
ejercicio cultural que no se atuviese a la ortodoxia.
Dejando a un lado la dependencia
cultural y espiritual que el judaísmo andalusí mantenía con las academias rabínicas de
Sura y Pumbedita (Mesopotamia) durante la época emiral, el verdadero despegue de la
cultura que se ha dado en denominar judeoespañola arranca con la llegada al poder de
Abderrahmán III. Aquí es donde aparece la inmensa figura del jiennense Hasd'i ben
Shaprut, personaje-mecenas clave en la articulación cultural de las comunidades hebreas
andalusíes y hasta del norte peninsular quien, además, tuvo una importante
participación en las tareas administrativas y culturales en esos inicios del Califato
cordobés. El foco cultural proyectado por Hasd'i, de naturaleza polimórfica tendrá
siempre como base la Biblia judía y sus múltiples posibilidades escriturísticas. A la
par, la brillantez expresiva que la lengua árabe adquiría en la producción poética
hará mella en los autores judíos españoles, que no sólo trasladarán los moldes y los
patrones estilísticos y formales a la poesía hebrea que se generaba por entonces, sino
que incluso se lanzarán de lleno a componer piezas en árabe. El estudio de la lengua
hebrea, por otro lado, experimentó un creciente interés científico a lo largo del siglo
X, lo que llevó a algunos conspicuos filólogos a redactar tratados sobre aquella lengua:
es el caso de Menahem ben Saruq y de su diccionario conocido como Mahbéret y también lo
es el de su contrincante el oriental Dunsh ben Labrat y las series de Teshubot redactadas
contra el método adoptado por aquel al confeccionar su obra. Muerto Hasd'i, la cultura
sefardí dará personajes de grandísima talla, pero siempre de forma aislada y
marcadamente individualizados.
En el ámbito de la cultura material,
la fusión de los elementos hispánicos y los puramente orientales van a generar todo un
catálogo artístico de aparente y perdurable valor. El primer momento de la ocupación,
el representado por los gobernadores, no registra ninguna tradición arquitectónica.
Ésta tiene su inicio con Abderrahmán I una vez que éste ha conseguido unificar la vasta
extensión territorial andalusí, tras veinte años de reinado. En el ámbito
arquitectónico destacan en el período omeya, sobre todo, dos construcciones cordobesas
sin par. Las dos construcciones cordobesas aludidas no son otras que la Mezquita aljama,
con sus sucesivas ampliaciones en buena medida como consecuencia del progresivo
crecimiento de la población, y la ciudad palatina de Medina Azahara; a estas dos cabe
añadir un tercer espacio del que lamentablemente nada se nos ha conservado, la
celebérrima ciudad erigida por Almanzor, Medina Al-Zahira. Entre los espacios
arquitectónicos erigidos por los omeyas hay que mencionar los salones basilicales o de
recepción, las casas, los huertos-jardines, los baños y los patios. La edificación de
muros, torres y alcazabas, la construcción y reconstrucción de puentes, junto a la tarea
reforzadora de las plazas ocupadas era una actividad constante, aunque sin perder de vista
otro tipo de obras de muy variada utilización, como por ejemplo la construcción de
aljibes. La ornamentación y el esplendor de la corte omeya se reflejan, por otro lado, en
la variedad de piezas elaboradas con oro, plata, marfil y bronce, además de los tejidos y
de los diferentes utensilios realizados en cerámica vidriada, lo que evidencia el grado
de refinamiento y del boato de la corte omeya. Pero, desgraciadamente, el derrumbe del
Califato cordobés vino acompañado de no pocas destrucciones que nos han privado de más
de una maravilla.
Durante las épocas emiral y califal,
sobre todo a partir del siglo IX, el canto y la música gozaron de un alto aprecio en
al-Andalus, aunque será a partir del siglo XI cuando el aprendizaje musical adquiera un
rango que en ocasiones parece rayar lo institucional. Desde luego, aunque no la única, la
figura del polifacético iraquí Ziryab, entre cuyas innovaciones en el campo de la
música se encuentra la de haber añadido una quinta cuerda al laúd y la de haber
sustituido el plectro de madera por otro realizado con garra de águila, es la primera luz
que brilla en el primer tercio del siglo IX. Aunque el repertorio instrumental andalusí
no es ciertamente reducido: cítara, bandola, arpa, variedades de flauta, caramillo
instrumento de cuerda antecedente de la guitarra, etc, los dos instrumentos
preferidos por los músicos andalusíes parecen haber sido la flauta y la pandereta, a los
que se sumaba el apreciado laúd. Las orquestas, en no pocas ocasiones mixtas, que
también podían contar con alguna cantora y bailarina, pese a las febriles restricciones
impuestas en los tratados de hisba malikíes, tenían una presencia inexcusable en todo
tipo de festejos: bodas, fiestas nocturnas de las elites urbanas, recepciones reales, así
como en celebraciones familiares, como el nacimiento o circuncisión. La cultura omeya,
que en su variedad libresca tiene como referente inigualable la biblioteca de al-Hakam II,
verá acercarse su fin con el ocaso del Califato, en los postreros días de Almanzor. El
aviso a todo ello ya se presagió cuando en uno de los días más aciagos que le cupo
vivir a la cultura omeya ardieron en la pira los volúmenes de la biblioteca de al-Hakam
II.
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