
Una Princesa radiante
Por BEATRIZ CORTÁZAR
Dicen los expertos en belleza que no hay mujer que no mejore tras su
primera maternidad. Las hormonas se disparan para luego equilibrarse y
dejar en su punto a unas madres dichosas y radiantes cuando por fin
tienen a sus bebés en brazos. Ayer la Princesa de Asturias era la viva
imagen de la placidez más hermosa, del equilibrio natural plasmado en
la luminosidad que irradiaba. No creo equivocarme al afirmar que nunca
antes Doña Letizia había estado tan radiante, ni en sus tiempos de
presentadora de Informativos con todo el voltaje de los focos sobre su
rostro. Ni tan siquiera el día de su boda con el Príncipe. Ayer fue el
blanco de un retrato oficial donde brilló con luz propia. Ayer fue su
gran día.
Una vez más Doña Letizia confió en el buen hacer del diseñador
Felipe Varela, quien la víspera se había ido de vacaciones tras las últimas
semanas de trabajo intenso, puesto que de su taller salieron todos los
vestidos que lucieron los familiares directos de la Princesa como son
sus abuelas, su madre Paloma y sus hermanas Telma y Érica.
La Princesa acertó de lleno con el «robe-manteau» (vestido-abrigo de
ceremonia que permite sentarse a comer sin tener que quitárselo) de
lana, cardado en tono tostado intercalado con cintas de seda en crudo.
Con la silueta totalmente recuperada volvió a sus finos tacones con un
zapato salón en raso champán. Sobria en los accesorios, lo más
llamativo fueron los pendientes largos de brillantes y perlas que
sobresalían entre los mechones de su melena. Muy bien maquillada y
peinada, Doña Letizia no se separó de su hija durante el tiempo que
duró la ceremonia. Llamó la atención lo bien almidonado y planchado
que estaba el faldón de cristianar de la Infanta Doña Leonor, el mismo
que en su día llevó el Rey Don Juan Carlos así como sus tres hijos y
sus otros nietos.
Al igual que ocurriera el día de la boda de los Príncipes, la parte
femenina de la familia de Doña Letizia estuvo engalanada por Varela. La
bisabuela paterna de la Infanta, la periodista Menchu Álvarez del
Valle, fue fiel a sus pantalones, esta vez en tonos verdes, mientras que
la abuela materna, Paloma Rocasolano, endulzó su imagen con un conjunto
de chaqueta de crepe en tono rosa talco con cuerpo y falda en seda y
gasa frambuesa. La guinda la puso en el color de sus zapatos de ante.
Tras unos meses con «brackets» en los dientes, la sonrisa de Paloma
Rocasolano sorprendió ayer por doble motivo: la ilusión del día y la
novedad de su imagen.
Quien no posó en los retratos oficiales fue la actual esposa de Jesús
Ortiz, Ana Togores. En contra de la decisión que se tomó el día del
enlace real, esta vez la actual señora de Ortiz sí estuvo entre los
asistentes, aunque por razones de protocolo no apareció en esas fotos
de familia.
Como viene siendo habitual en los últimos tiempos, la Infanta Doña
Elena volvió a destacar entre las más elegantes. Un conjunto Chanel en
tonos claros y un collar de perlas eran perfectos para la ceremonia. Su
hija Victoria Federica también se engalanó con un vestido de tafetán
en azul petróleo con encaje de bolillo en cuellos, mangas y bordes y
con falda abombada con tarlatana, diseñado por Victoria Satrústegui y
Gabriela Pascual, de Vitivic.
De nuevo los nietos de los Reyes fueron los más revoltosos de la
jornada como se demostró cuando rodearon la pila bautismal en el
momento en que la Infanta iba a recibir el sacramento con agua del río
Jordán de manos de Rouco Varela. Los pequeños se pusieron a jugar con
la pila mientras la Reina les pedía buen comportamiento con un gesto.
De los vestidos que llevaron las invitadas los más llamativos fueron
los que lucieron la esposa del presidente del Gobierno, Sonsoles
Espinosa, que, asesorada por Elena Benarroch, se colocó un abrigo
estilo años 50 muy a lo Jackie Kennedy con tocado-casquete, y la
presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre, con un diseño de las hermanas
Guiomar en terciopelo verde esmeralda. El hecho de que fuera una
ceremonia de día hizo que las señoras evitaran llevar joyas de gala o
largos inapropiados para esa hora. Como siempre ocurre, la Reina estuvo
en su papel, elegante y discreta, y siempre pendiente de que tanto la
Princesa como la Infanta Leonor estuvieran bien. Pese a los focos, el
agua bendita, las felicitaciones, los saludos y el lógico ambiente
cargado que algunas mujeres sofocaron con abanicos (a pesar del frío
que ayer hizo en Madrid la Reina y la Princesa utilizaron los suyos en
varias ocasiones) la pequeña Leonor ni se inmutó. Plácida en brazos
de su madre durmió ajena al momento histórico que estaba
protagonizando. Lo que se dice una delicia de bebé.