¿Qué pasó con Maddie? Editorial 08/09/2007
LA triste historia de Madeleine McCann ha dado un giro espectacular con la imputación por la Policía a los padres de la niña como presuntos autores de un homicidio accidental. El largo interrogatorio ha desembocado en la confirmación aparente de la sombra de una sospecha levantada hace ya unas semanas.
A salvo, por supuesto, las garantías jurídicas y la presunción de inocencia mientras no se confirmen los indicios, resulta inevitable reflexionar sobre la distancia que separa la realidad de unas especulaciones mediáticas que han mantenido en vilo a medio mundo. En efecto, se ha dado por seguro todo género de explicaciones peregrinas y de hipótesis extravagantes, generando una lógica corriente de simpatía hacia unos padres destrozados por la tragedia. Si las cosas son como ahora parece, el matrimonio McCann habría adoptado una arriesgada estrategia de defensa ante un probable descuido de fatales consecuencias, difícil de sostener en el marco del despliegue informativo provocado por un asunto de interés internacional. Las vacaciones en Portugal de esta familia británica de clase media se han convertido paradójicamente en un drama que refleja las contradicciones de la condición humana y los extravíos de la conciencia colectiva.
El protagonismo de los medios de comunicación en la sociedad de masas es un fenómeno, insoslayable, que necesita ser encauzado con prudencia y buen sentido. La pregunta que se hace el mundo entero en estos momentos es qué pasó con Madeleine, justo ahora, cuando los padres de la pequeña ya no son percibidos como víctimas, sino como culpables. De repente se produce un punto de inflexión en el curso de las investigaciones que altera súbitamente los sentimientos colectivos, que pasan en cuestión de segundos de la conmiseración al asombro y, finalmente, al reproche de la conducta de unos padres sobre los que se estrecha el cerco, primero de la duda y después de la certeza de que algo extraño se cierne sobre un caso que ha despertado una expectación universal.
Y los medios de comunicación, en su afán por transmitir los acontecimientos en tiempo real, corren el riesgo de caer en el sensacionalismo, aventurando hipótesis o estableciendo peligrosos juicios
paralelos. Es preciso respetar el trabajo de la Policía y, con posterioridad, la independencia de los tribunales en los países democráticos, sin crear historias de «buenos» y «malos» o imaginar fábulas que la realidad se encarga siempre de desmentir.
Habrá que seguir con todo interés la evolución de los hechos, procurando transmitir información veraz y objetiva, acompañada de análisis que permitan matizar los diversos enfoques de esta lamentable historia, fiel reflejo de las contradicciones en las que se debate la sociedad de nuestro tiempo.