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Vida  
 

DON JUAN CARLOS UNA VIDA DEDICADA A ESPAÑA

El Rey ha confesado que, tras la muerte de Franco, su gran preocupación era qué hacer para instaurar la democracia. En ese punto, Torcuato Fernández Miranda trataba de calmarlo explicándole que cuando la gente viera que en lugar de Franco había un Rey, comprendería que las cosas no podían continuar como antes. Y una cosa más: su primer discurso. Ahí estaba la clave. Y Don Juan Carlos puso toda la carne en el asador. Esto es lo que tengo intención de hacer y así voy a hacerlo. Nada menos. «Durante todo un año fui el único dueño de mis palabras y de mis actos -recuerda Don Juan Carlos-.

Y utilicé aquel poder, en primer lugar, para decir a los españoles que en el futuro ellos eran quienes deberían expresar su voluntad». No está mal para alguien de quien François Mitterrand escribía en 1975: «Yo jamás he creído en Juan Carlos, ese Rey de tercera mano, pero le compadezco sólo de pensar en la ola que se lo llevará por delante. ¡Heredero de Franco! ¡Bonita pierna para un cojo que corre al vacío!».

Es curioso, pero Don Juan Carlos a veces minimiza esa labor definiéndose sólo como el hombre correcto en el lugar correcto en el momento correcto. Pero lo salpimenta con otra cosa: la suerte. «A mí la suerte me sonríe a menudo. Tengo el don de cogerla al paso, incluso de provocarla. Creo firmemente que hay que defender la propia suerte con el mismo encarnizamiento con el que se defiende el propio derecho». Y a este defensor de la suerte no le gusta tentarla. No faltan las anécdotas al respecto, como las que recoge en su libro Marius Carol: desde Isona en Cataluña a Cuba y Egipto, Don Juan Carlos sigue fiel a su máxima de «no poner a prueba la suerte». Así que toca el hueso del Hyselosaurus sólo por conocer su textura, no da tres vueltas a la ceiba cubana aunque sí lo hicieran la Reina, Aznar y Ana Botella e incluso Matutes. Y, por último, rehusa dar siete vueltas alrededor del escarabajo rosa que representa a Jepri en Luxor.

Para la inmensa mayoría de los españoles, ese Rey joven, apuesto, era hasta entonces un personaje silencioso, melancólico, y rodeado habitualmente de un aura de tristeza impenetrable. «La soledad -recuerda el propio Rey- comienza con el silencio que es necesario saber guardar. He pasado años sabiendo que cada una de las palabras que yo pronunciaba iban a ser repetidas en las altas esferas, después de haber sido analizadas e interpretadas según sus conveniencias por la gente que no siempre deseaba mi bien». Y, simplemente, cambió: se volvió afectuoso, cordial, extrovertido. Y desplegó sus armas. Fascinó a todos. Simplemente, Don Juan Carlos seduce. Llevó la transición de manera ejemplar, decretó una amnistía general, la legalización de los partidos y centrales sindicales, con un asombroso sentido de la política. Y sabiendo rodearse de personas clave: Torcuato Fernández Miranda, Adolfo Suárez... «En la vida -afirma el Rey- he tenido la suerte inmensa de tener cerca de mí a hombres excepcionales, primero entre mis profesores y después entre mis hombres de confianza y mis consejeros». Consejeros, profesionales, pocas veces Don Juan Carlos habla de amigos: «Para un Rey es difícil tener amigos. Para mí, el peligro se encuentra en la utilización que puede hacerse de mi amistad si se la otorgo a alguien. Cuando se es rey, no siempre es fácil distinguir entre un cortesano y un amigo. Por lo demás, raras veces me equivoco a este respecto».

En esos veinticinco años transcurridos desde entonces, Don Juan Carlos consiguió cautivar al pueblo español: nadie sabe cómo, pero casi todos le definirían como él mismo se describe: «Yo soy, pues ... como soy yo: extrovertido, patalallana, nada complicado...», pero confiesa que durante esos largos años junto a Franco aprendió básicamente tres cosas: mirar, escuchar y callar. Es el Rey un hombre de gestos, de sonrisa, de mímica, que habla directamente a los ojos. Hay pocos que puedan resistirse a su encanto. Y él sabe utilizarlo para salvar situaciones comprometidas, para lograr el apoyo de alguien, para vencer reticencias... Su carisma se basa en una cordialidad extrema, una simpatía contagiosa, un extraordinario sentido del humor, una cuidada amabilidad y una gran profesionalidad en el ejercicio de sus responsabilidades. Unió moderación con modernización y ha tenido siempre un claro sentido de lo que los españoles esperan de él. Aunque a veces sea simplemente estrecharle la mano: «A la gente siempre le gusta estar cerca de los Reyes. Sienten que deseas saludarlos a todos, aunque no tengas manos suficientes porque sólo tienes dos», señala Don Juan Carlos.

Hacer una biografía cronológica de Don Juan Carlos es fácil: fechas y acontecimientos pueden sucederse uno tras otro sin mayor complicación. Pero lo realmente difícil es verter al papel lo que hay detrás de todo eso. En cualquier caso, Don Juan Carlos ha sido en eso generoso para el cronista y el historiador. Por dos razones: primera, gusta especialmente de actuar mediante gestos, resolver situaciones complicadas apenas con unas sencillas palabras que alguien se encargará de recoger y repetir. Segunda, porque su espontaneidad desata enseguida el boca a boca para repetir lo que el Rey ha dicho o hecho.

Recorrer esos últimos veinticinco años era ver a Don Juan Carlos pálido y ojeroso en los momentos graves de nuestra historia reciente, como fue su primer discurso; o admirable y valiente al comparecer en televisión el 23-F: como recuerda Sabino Fernández Campo, el Rey entonces no ejerció su papel moderador sino que defendió la Constitución, y como llegó a decir uno de los mentores del Rey, el ex ministro Laureano López Rodó, «el 23-F el Rey transgredió la Constitución para salvarla», puesto que asumió unas funciones que la Carta Magna no le otorgaba. Aunque, eso sí, «nunca pasó por mi cabeza ni por una décima de segundo abandonar el país». Es también verle relajado, dinámico, jovial en los momentos alegres; es ser testigo del respeto que merece en todo el mundo; es verle llorar la muerte de su padre... Es dibujar una vida consagrada al cumplimiento del deber que heredó al nacer. Su destino como hombre está ligado a su condición de representante de una dinastía. Su historia es nuestra historia. En estos veinticinco años se ha visto el derrumbe del sistema franquista, el nacimiento de la democracia, el intento de golpe de Estado, la primera victoria socialista, la entrada de España en la UE y la OTAN... Don Juan Carlos lo que ha sabido es poner en práctica la política que quería su padre, una Monarquía parlamentaria.

Pero, ¿cómo descubrir al hombre que existe detrás del Rey? «Un hombre en el poder no siempre es una marioneta sin alma, sino un ser humano con sentimientos como cualquier otro, con alegrías, con frustraciones, con penas», ha dicho Don Juan Carlos. Una de las vías que nuestro Monarca utiliza para que la gente sepa que lo que el Rey dice es lo que el Rey piensa, es el mensaje de Navidad. Lo demás, el descubrir al hombre que hay detrás del Rey, se intuye y se descubre en el trato, en los gestos, en las palabras de quienes le han conocido y tratado por diversas razones.

Se destaca su sencillez, su inteligencia, su conocimiento del pueblo español, su capacidad para penetrar más allá de la apariencia de las personas, su fidelidad a su destino como eslabón de una dinastía y, sobre todo, su habilidad para desconcertar, para sorprender al interlocutor, para ser sencillo pero sin quitar nunca una cierta barrera invisible que no permite la excesiva confianza más que a aquellos que él quiere, que considera que para el Rey de España es importante pagar impuestos no por ser Rey sino por ser español... «Tengo especial interés en que los españoles diferencien entre el Jefe del Estado, prisionero de las obligaciones de su cargo, y el Rey, un ser humano que hace lo posible para no causar demasiados problemas a sus conciudadanos», declara Don Juan Carlos a Vilallonga.

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