|
|
Vida | |
|
La muerte de Don Juan
El pueblo español que tiene un finísimo olfato político conocía en el fondo de su corazón quién era aquel hombre marcado por las renuncias. Y se echó multitudinariamente a la calle para desfilar ante su féretro en el Palacio Real. La afluencia no se interrumpe. Es tanta la llegada de personas que obliga a mantener la capilla ardiente hasta las seis de la mañana del 3 de abril, apenas unas horas antes de celebrarse las solemnes honras fúnebres. Don Juan tendrá honores de Rey de España. Y allí, en el Patio de Armas del viejo alcázar, sonaron los veintiún cañonazos mientras se inclinaba la Bandera nacional al paso del féretro. Acompañando al armón funerario iban el Rey Don Juan Carlos y su hijo y heredero el Príncipe de Asturias. La continuidad de la Historia... Luego, en el Monasterio de El Escorial, tras una ceremonia íntima y solemne, los monjes agustinos se hacen cargo de los restos mortales y entonces fue cuando todos los españoles sentimos el corazón en un puño al ver a Don Juan Carlos y a Doña Sofía llorar amargamente. Don Juan había entrado en la Historia, sí, pero su hijo quiso que lo hiciera como lo que había sido por derecho durante treinta y seis años: Rey de España en el exilio. Y junto a esas lágrimas desconsoladas por el padre muerto estaba su decisión real de que fuera enterrado con los máximos honores y que su cuerpo reposase, entre los verdes mármoles y los dorados bronces, en el Panteón Real donde duermen el sueño eterno los Reyes que hicieron posible la Historia de España. Todo un reconocimiento filial tan emocionante como estremecedor.
|
| Publicidad | |||