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Vida  
 

La muerte de Don Juan
Por Santiago Castelo


El 1 de abril de 1993 muere Don Juan de Borbón. Era una muerte esperada, aunque el viejo marino batalló fieramente contra ella durante años. Pero le rindió aquel mediodía de primavera cerrando una página impresionante, hermosa y patética de la Historia de España. Con el viejo Rey de todos los exilios moría el hombre que supo llevar sobre sus hombros la difícil responsabilidad de la Casa Real española en años amarguísimos, el que conoció toda clase de denuestos y difamaciones, el que se enfrentó abiertamente a Franco en defensa de una Monarquía de todos los españoles, el que, en fin, siendo hijo de Rey y padre de Rey hubo de sacrificarse, como en una tragedia griega, y no serlo para salvar la Institución. Todo esto que parecía desconocido resulta que se sabía o se intuía aquella tarde del mes de abril cuando se difundió la noticia de su muerte.

El pueblo español que tiene un finísimo olfato político conocía en el fondo de su corazón quién era aquel hombre marcado por las renuncias. Y se echó multitudinariamente a la calle para desfilar ante su féretro en el Palacio Real. La afluencia no se interrumpe. Es tanta la llegada de personas que obliga a mantener la capilla ardiente hasta las seis de la mañana del 3 de abril, apenas unas horas antes de celebrarse las solemnes honras fúnebres. Don Juan tendrá honores de Rey de España. Y allí, en el Patio de Armas del viejo alcázar, sonaron los veintiún cañonazos mientras se inclinaba la Bandera nacional al paso del féretro. Acompañando al armón funerario iban el Rey Don Juan Carlos y su hijo y heredero el Príncipe de Asturias. La continuidad de la Historia...

Luego, en el Monasterio de El Escorial, tras una ceremonia íntima y solemne, los monjes agustinos se hacen cargo de los restos mortales y entonces fue cuando todos los españoles sentimos el corazón en un puño al ver a Don Juan Carlos y a Doña Sofía llorar amargamente. Don Juan había entrado en la Historia, sí, pero su hijo quiso que lo hiciera como lo que había sido por derecho durante treinta y seis años: Rey de España en el exilio. Y junto a esas lágrimas desconsoladas por el padre muerto estaba su decisión real de que fuera enterrado con los máximos honores y que su cuerpo reposase, entre los verdes mármoles y los dorados bronces, en el Panteón Real donde duermen el sueño eterno los Reyes que hicieron posible la Historia de España. Todo un reconocimiento filial tan emocionante como estremecedor.

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