La renuncia de Don Juan
Por Alfonso Ussía

Don Juan, comprobado el camino inequívoco emprendido por su hijo, el Rey, decidió renunciar a la plenitud de sus derechos dinásticos a principios del año 1977. No fue fácil convencer a algunos políticos de entonces de la necesidad de aquella renuncia. Treinta y seis años de Rey de Derecho en el exilio y Jefe de la Casa Real Española se resumían en una decisión tan dolorosa como imprescindible.

Se rozaron muchas sensibilidades. Se llegó a insinuar a Don Juan la conveniencia de resignar el uso del Condado de Barcelona, por su título soberano de La Corona. Se discutió el escenario del acto, con resultados negativos para los deseos de Don Juan. Ni el Salón del Trono del Palacio Real ni el Congreso de los Diputados. Se haría en privado, casi de forma vergonzante, en La Zarzuela. En aquellos días, ni Adolfo Suárez ni su Gobierno comprendían la trascendencia del legado histórico que se traspasaba de padre a hijo. Muy pocos invitados. Landelino Lavilla, como ministro de Justicia y Notario Mayor del Reino, dio fe del acto. Don Juan, en soledad, leyó previamente su discurso en voz alta. Se detuvo emocionado. Lo intentó de nuevo, una y otra vez, hasta que pudo terminarlo. --Ya estoy dispuesto--, se dijo. En el salón de audiencias de La Zarzuela, bastantes rostros hostiles.

Aún permanecían al servicio del Rey los últimos baluartes del franquismo. Lo contaba divertido, años más tarde. --allá donde ponía la vista me encontraba con la mirada de alguno que me había llamado «cabrón»--. Leyó el discurso magistralmente, y a punto estuvo de interrumpirlo por la emoción. Cuando terminó, se cuadró ante su hijo y bajó la cabeza. Treinta y seis años de destierro y firmeza en su figura. Era el 14 de mayo de 1977. «Majestad, por España, todo por España». Las mismas palabras que su padre pronunció cuando depositó sobre sus hombros de marino y su corazón de Rey el legado histórico de la Corona de España.

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