
IÑAKI MARTÍNEZ
La Universidad de Alcalá de Henares, además de pasado histórico para el desarrollo
de la lengua y cultura castellanas, y de Patrimonio de la Humanidad, como la declaró la
UNESCO hace casi una década (diciembre de 1998) la forman también personas. Cerca de 30.000 integran esta institución que cumple este año 30 de su moderna historia, desde que volvió a su Alcalá de Henares de nacimiento, pero que ha “vivido” ya seis siglos desde que fue fundada en 1499. 25.000 alumnos, 1.700 profesores y casi un millar de trabajadores para las funciones de administración y servicios dan vida diariamente a una institución que se divide en tres campus (Alcalá ciudad, Científico-Técnico y Guadalajara) y una ramificación en el Centro de Enseñanza Superior Luis Vives-CEU, adscrito a la Universidad. Medio centenar de titulaciones oficiales, otros tantos doctorados y un amplio catálogo de programas de postgrado y másteres forman la oferta de la que está considerada como una de las mejores universidades de España y que ha sabido sumar a su tradición humanista el desarrollo de carreras científicas e ingenierías.
Hoy, bajo la batuta como rector de Virgilio Zapatero, doctor en Derecho y ex ministro de Relaciones con las Cortes (1986-1993), que cumple su quinto año al frente, la Universidad presume de sus modernas instalaciones, sus 14 bibliotecas y el entramado de empresas e instituciones en las que realizar prácticas. Y el recorrido, a pesar de la historia del centro, no ha sido tan largo, pues fue tan sólo hace 30 años, en 1977, cuando la Universidad volvió a abrir sus puertas en su sede alcalaína, tras un siglo XIX y buena parte del XX en los que sufrió las consecuencias del proceso de desamortización que terminó con su “traslado” a Madrid.
El paseo por la historia de la institución alcalaína, no obstante, retrocede mucho más allá en el calendario, incluso antes de su fundación en las postrimerías del siglo XV, hasta el XIII, cuando en España gobernaba el rey Sancho IV. A pesar de que su padre, Alfonso X, dejó por escrito que la sucesión debía de saltarse a su segundo hijo, Sancho, para pasar a su nieto, éste se sentó en el trono de León y Castilla. Gracias a aquella desobediencia al rey Sabio, dos años antes de su muerte, en 1293, Sancho IV aprobó la creación del Estudio General de Alcalá de Henares, germen de la posterior Universidad. Sin embargo, no llegaría hasta 1499 la fecha definitiva en la formación de la institución.
Hasta entonces, el castellano, que había “nacido” en el monasterio riojano de San Millán de la Cogolla, crecía y echaba a andar en los centros de Salamanca, Ávila y Valladolid. Pero no sería hasta su llegada a Alcalá cuando se hizo adulto y vivió su etapa de pleno esplendor y maduración. Artífice de todo ello fue Gonzalo Jiménez de Cisneros, conocido por la Historia como el Cardenal Cisneros (1436-1517), el religioso franciscano que por dos veces ejerció de regente de España y que fundó la Universidad.
Cuatro años después de ser nombrado arzobispo de Toledo, el mayor cargo religioso en España y segundo en escalafón político tras la Corona, el Cardenal pidió permiso al papa Alejandro VI para formar el centro que después desembocó en la que sería la Universidad. Del 13 de abril de aquel año son las tres bulas del Papa nacido en Valencia. Éstas son: Inter Caetera (autorizaba a fundar un colegio donde se impartiese Artes, Teología y Derecho Canónico); Militanti Ecclesiae (precisaba el fuero académico); y Etsi Cunctos (autorizaba la concesión de los grados académicos).
Aquellas bulas papales permitían al Cardenal crear el Colegio Mayor de San Ildefonso. Cisneros, de origen humilde, estaba dispuesto a llevar adelante una gran obra. Tras haber reformado la vida religiosa del clero para combatir la peligrosa relajación que la acechaba, entendió que la clave de todo comenzaba con la educación y la formación. Así, se propuso que el centro aprobado por el Papa fuese un proyecto único y especial. Él mismo colocó la primera piedra la primavera de 1501, y siete años después empezaron las clases.
Parte de la propia ciudad
A diferencia de otros centros castellanos o europeos, la Universidad de Alcalá crecía dentro de la propia ciudad, como parte de la misma, hasta que llegó a convertirse en corazón absoluto de ésta. La nueva institución nacía con la ventaja del tutelaje moderno del Cardenal. La organización aunaba la mejor tradición de centros de referencia como París o Salamanca pero también contaba con las innovaciones que llegaban desde ciudades europeas como Bolonia.
Cisneros, como hoy recuerda la Universidad de Alcalá de Henares, “quiso que esta Universidad, que nacía con la edad Moderna como avanzada en España de las corrientes renacentistas y humanistas de Europa, fuera el crisol donde se educara no sólo el clero regular y secular dispuesto a afrontar la reforma eclesiástica, sino también los nuevos funcionarios competentes que necesitaban los reinos de España (entonces Castilla y Aragón aún en proceso en fusión)”. Y funcionó. Fruto de aquella visión y de aquel planteamiento el centro alcalaíno se convirtió en un poderoso foco de atención de la mejor aristocracia, del clero más preparado y de los intelectuales más adelantados de España.
La cultura española vivió desde entonces dos siglos de explosión y desarrollo cultural. Fue el Renacimiento español, el hoy conocido como Siglo de Oro, una de las épocas más fértiles y productivas de las letras españolas. El castellano estaba en plena madurez. Alcalá, su Universidad, fue la incubadora donde el huevo terminó de eclosionar. Miguel de Cervantes nacía allí, en aquel Alcalá erudito y moderno, en 1547.
Y por las aulas de la institución desfilaban mientras tanto, como maestros y alumnos, los que hoy son algunos de los nombres más relevantes de la cultura e Historia del país: Antonio de Nebrija, Arias Montano, Juan de Mariana, Juan de la Cruz, Lope de Vega, Francisco de Quevedo... El prestigio cimentado en pocos años de historia desde su creación, y el referente que suponían sus maestros, convirtieron a la Universidad de Alcalá no sólo en un modelo para el país, sino en el molde que se usaría durante los siguientes años para la constitución de las nuevas universidades de América.
La Historia, sin embargo, se llenó de nubes un siglo después, cuando en el último tercio del XVIII los estudios universitarios en España se vieron sometidos a grandes cambios. Las políticas de desamortización y el afán centralizador, adaptación del ejemplo francés que se instauró en España y siguió después tras la salida de los galos, terminaron por cerrar la Universidad de Alcalá de Henares en el año 1836. El proyecto asentado alcalaíno se trasladaba entonces a Madrid con la nueva denominación de Universidad Central, que años después se convertiría en lo que hoy continúa siendo: la Universidad Complutense de Madrid.
Espíritu inmortal
Alcalá, sin embargo, se negó a deshacerse de su precioso legado. La ciudad, fruto de la ‘desaparición’ de su mayor institución, su pulmón, perdió a más de la mitad de sus habitantes, pero el espíritu se mantuvo vivo gracias la Sociedad de Condueños, que durante muchas décadas alimentó la esperanza de recuperar el centro.
Tampoco el siglo XX no iba a empezar bien para Alcalá, que no sólo ya perdía fulgor intelectual, sino también importancia como ciudad a favor de Madrid y Guadalajara. Sólo ese espíritu inmortal de la institución y el prestigio de un pasado como pocos en el país permitieron que entre las reformas que trajo la Transición, en el sector educativo se incluyese la reapertura de la Universidad de Alcalá de Henares.
Así, hace 30 años, en 1977, la ciudad de Cervantes volvía a abrir, como ya había hecho casi 500 años antes, las puertas de sus aulas. Desde entonces, el empeño de sus gestores, con el impulso de su tradición histórica, han contribuido a devolver la Universidad lo más cerca posible del puesto que en su día ocupó. Y a ello contribuyó sin duda que desde entonces, en su Paraninfo, y cada 23 de abril, el Rey haya entregado a los más importantes literatos de España y Latinoamérica el premio más destacado que otorgan las letras castellanas: el Cervantes.
Hoy, la Universidad de Alcalá de Henares, con seis siglos ya de historia a sus espaldas, encara el siglo XXI pensando en el futuro y con el reto “inmediato”, como apuntan desde la institución, de lograr “la convergencia europea”. Para ello tiene establecidas cuatro prioridades que marcan el camino a seguir. La primera, la “internacionalización de la Universidad mediante la adecuación de las titulaciones”; la segunda, la apuesta por la “innovación científica y tecnológica, dentro del marco internacional”; la tercera, la “modernización y adecuación de los servicios universitarios”; y la cuarta, la vinculación de ésta con “el entorno del Corredor del Henares, con las empresas más innovadoras”.
Es la ‘hoja de ruta’ de esta universidad histórica para abrir los próximos seis siglos de historia, pero siempre con un ojo en el pasado que la trajo hasta hoy. De esta manera, la Universidad se adentra en el futuro sin perder de vista las que considera sus “señas de identidad”.