«Y yo te digo que tú eres Pedro, y que sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos. Y todo lo que antes en la tierra será también atado en los cielos: y todo lo que desates en la tierra será desatado en los cielos». En estas palabras se esconde la promesa con que Cristo da al apóstol Pedro la potestad plena y absoluta de «atar y desatar» como su representante en la tierra. De este modo, arranca la Iglesia primitiva: con la figura del Pontífice romano como el más alto Tribunal de la Cristiandad, a cuya jurisdicción (extensible de Oriente a Occidente) se recurre en caso de conflicto o desacuerdo. Desde entonces, han transcurrido dos mil años, y por la sede de Pedro han pasado un total de 264 Pontífices reconocidos oficialmente (además de ellos, cerca de una decena fueron, en algún momento —especialmente durante los siglos XIV y XV—, reconocidos como tales por determinadas iglesias nacionales).


Defensor de la Fe


En la primera etapa de la Iglesia, el sucesor de Pedro se encargaba de examinar y dictaminar sobre las distintas actitudes heréticas que ya por entonces empezaban a germinar en el seno de la Iglesia. Prueba de ello son las sucesivas condenas que del arrianismo, el nestorianismo, monofisismo, etcétera, tienen lugar en el Concilio de Nicea (325), Efeso (431) y Calcedonia (451). A lo largo de este periodo, el prestigio y la primacía de la Santa Sede crecieron con la misma fuerza con que empezaba a declinar el hasta entonces casi infinito poder del Imperio Romano.


Un hecho fundamental que atestigua la autoridad y el prestigio de que gozaba el obispo de Roma fue la firma de la famosa «Fórmula de Hosmidas» en el año 517 a cargo de más de dos mil obispos orientales, el patriarca de Constantinopla y el Emperador de Oriente. En ella, se declaraban «fieles y comunes a la Sede apostólica por todos reconocida».


Durante el primer medio siglo de la historia de la Iglesia, la principal preocupación de la Santa Sede fue la de declarar como axiomáticas su procedencia y sistema de sucesión. Estos planteamientos empezaron a transformarse a partir de la época medieval: comenzó el afán de acumular poder temporal con una adquisición progresiva de territorios y tierras y con una autoridad completa sobre sus inquilinos.

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Juan Pablo II ha sido el Pontífice número 264 de los Papas reconocidos oficialmente a lo largo de los 2.000 años de la Iglesia. En este tiempo, el Papado ha vivido infinidad de vicisitudes, pasando de un poder temporal prácticamente similar al de un emperador a hallarse «encerrado» tras los muros de Roma. Se han vivido cismas y uniones entre los cristianos en torno al sucesor de Pedro