| palermo | |
| por Juan Ángel Juristo | |
|
|
Palermo es una ciudad donde viven algunos puñados de aristócratas y centenares de miles de sirvientes. La definición, de Leonardo Sciascia, sobre una ciudad que sobrevive casi intacta desde los tiempos en que normandos y árabes se la disputaban, no deja lugar a dudas en cuanto a lo que puede esperarse de ella, de su fascinación y de su irredimible realidad, como una metáfora de toda Sicilia. Y, aunque es verdad que, antes de Sciascia, el mundo encontró la imagen que quería de la isla y de la capital, y que luego el cine llevó a su paroxismo popular con sus fascinantes Claudia Cardinale, Alain Delon y Burt Lancaster —éste último en su increíble papel de Príncipe de Salina—, no lo es menos que «El Gatopardo» no es tanto Palermo como Sicilia y que la ciudad es sólo para el Príncipe un lugar donde hay que estar. Pero en Sciascia Palermo vive ya no como centro de una isla que a veces le da por tener sueños evanescentes de independencia, sino que la ciudad posee un alma que la hace única. El secreto es su modo de estar en el mundo y, por eso, conviene que volvamos a echar un vistazo a aquella novela de Sciascia, «El Consejo de Egipto», donde Fray Giuseppe Valla se inventa un códice árabe que tiraría por tierra el derecho ancestral de la vieja aristocracia rural a favor de la Corona, asentada en la muy lejana Nápoles. Aquí se encuentra el retrato definitivo de una Palermo que se dedica, por tejemanejes de abades y caballeros, a falsificar la historia.
Ahora,
cuando esta ciudad se conoce por otros exotismos, cuando la Mafia
se ha convertido en curiosidad casi turística, lo que es
significativo, es cuando debemos recurrir a los retratos que de
Palermo nos ha dejado este escritor siciliano, tan grande como
Pirandello, su paisano, y que, como él, sabía que
el hombre es un hilo frágil enredado en una trama de
|
|