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Ciudades

barcelona
por Juan Ángel Juristo

A diferencia de Madrid, una de las ciudades más representadas por literatos de todo tipo y condición, a Barcelona siempre le faltó su prosista cantor.

Es verdad que por ahí andaban gentes como Josep Plá que supieron sacarle todo el partido a Barcelona en artículos y columnas; como Josep María de Segarra, que nos dejó una descripción de la Barcelona que visitó Primo de Rivera en «Vida privada» con peculiaridades inolvidables pero que no terminaban de conformar la visión de una ciudad. Dije «siempre le faltó» hasta que apareció Eduardo Mendoza, cuya obra más grande gira en torno a la capital catalana. Mendoza se lanzó al mundo con «La verdad sobre el caso Savolta», allá por el año 75, unos meses antes de que muriera Franco, una novela en verdad nueva, tan nueva que muchos han querido ver en ella el principio de la narrativa española actual.

Y con ser tan nueva su temática trataba de la Barcelona revolucionaria de los años 17 al 19, cuando la ciudad se convulsionó con unos choques monstruosos entre sindicatos y la patronal con motivo de las consecuencias de la I Guerra Mundial y la Revolución Rusa. Los tipos humanos que pueblan la novela de Mendoza se perfilan con ribetes clásicos y bien puede decirse que poseen esa intensa impronta de los personajes que supo crear como nadie la mejor novela del XIX, pero lo que nos importa aquí es que, por fin, Barcelona tenía ya su prosista cantor.

Luego volvió en su homenaje capitalino con «La ciudad de los prodigios», otra espléndida novela sobre Barcelona, esta vez la de la Exposición Universal. Y ha cundido tanto ese título, que bien podemos decir que resume a la perfección una de las facetas de la ciudad, aquélla que tiene tendencia a renovarse de continuo buscando los resquicios que deja el marketing.

Barcelona, ciudad de proyección internacional, supo ser cantada antes por extranjeros, Jean Genet, Pieyre de Mandiargues, Walter Benjamin, que por nacionales. Con Mendoza Barcelona deja de ser pasto exótico para consumo de esnobs recalcitrantes y se convierte en una ciudad más plana y pequeñoburguesa pero, en el fondo, más real. Y más mágica. Como la vida misma.

 

 


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