| atenas | |
| por Juan Ángel Juristo | |
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El destino de Atenas es trágico, haciendo honor al sublime género que inventó. Luz de nuestra civilización, como aún hoy se dice, almacén de antigüedades en la dominación romana, aldea llena de bellísimos escombros desde entonces, pero adoptando formas nuevas en las que ocultar su belleza, como cuando los catalanes hicieron del Partenón la Seo dedicada a la Virgen María, mucho antes de que terminara usándose para usos más infames hasta llegar al espacio vacío y admirado que es hoy. Atenas es como Roma, salvo que con un destino más juvenil, más poético. Por eso tiene poco que enseñar salvo el aire y su color, que es el mismo que respiró Sócrates cuando buscaba un plátano de sombra donde cantaban las cigarras. Por eso tiene tanta importancia que recordemos aquí la única novela que escribió el poeta Yorgos Seferis, laureado con el Nobel en 1968, «Seis noches en la Acrópolis», porque en ella Atenas da cuenta de su trágico destino como ciudad moderna. Seferis era de Esmirna y en esta novela se asiste al trauma histórico de la pérdida en 1922 del Asia Menor, después de tres mil años de continuado helenismo. Seferis, que soñó un día con Ramón Gómez de la Serna montado a lomos de un elefante, canta un helenismo irrecuperable, nada nostálgico, y muy alejado de la que se presentaba a los turistas por aquel entonces, no digamos el de hoy. Seferis asistió, junto a unos jóvenes Henry Miller y Lawrence Durrell, al grito de Katsimbalis en la Acrópolis, que hacía que cantaran al unísono los gallos del Ática, poco antes del estallido de la II Guerra Mundial y de que la esvástica ondeara encima del teatro de Dionisos. Demasiada simbología para una ciudad que, a duras penas, ha salido de un largo letargo que el turismo no ha ayudado a disipar. En el libro de Seferis, Atenas adopta aires de laberinto surreal, de pesadilla digna de ser cantada por Dante. Sólo por esto, por otorgarnos el don de describir una ciudad tan alejada de su tópico turístico, merece la pena ligar el nombre de Seferis al de Atenas, y ello si logramos hacer caso omiso de su poesía, que es grande y difícil. Como la ciudad que amó.
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