Un siglo contado por ABC
La hombría de los toreros
(Publicado en ABC el 30-8-1947)
Un
día del mes de diciembre de 1944, después de una de las más brillantes
temporadas rematadas por Manuel Rodríguez «Manolete» «hombre muy
hombre, valiente, entre los valientes, artista entre los grandes», como
acaba de decir Luis Miguel «Dominguín», testigo excepcional de sus glorias,
de su maestría y de su trágica muerte, un grupo de preclaros poetas,
acaudillado por José María Pemán, ofreció en Madrid al gran torero un
homenaje literario. Nuestro colaborador, Agustín, de Foxá, leyó entonces
este admirable poema, que evoca maravillosamente el arte y la figura del
inolvidable cordobés, severo, arrogante, justo y profundo como un Séneca
del toreo
Viene el juego de Grecia, por el Mediterráneo,
¡oh, toros entre redes de los vasos de Creta!
Pasifaé en la playa contempla, enamorada,
al blanco toro entre la espuma fresca.
¿Fué en la vieja Tartesos que exportaba la plata
la primera verónica? ¿En qué arcilla alfarera,
que hoy es arqueología, citó el primer torero
con púrpura fenicia a la mortal cabeza?
Muchos siglos prensados cual dorados racimos,
¡oh, «Manolete»!, hasta llegar a tu muleta.
¡Cuánta herida y mugido hasta tu pase de oro!
¡Qué pedestal de sangre te sustenta!
Bisontes de Altamira, abultados en ocre,
¿soñaron tu verónica que da alar a la seda?
Negros toros ibéricos, incendiadas las astas,
murieron sin la gloria de tu arena.
De la primera línea de las plazas lejanas
a nuestra retaguardia sencillamente llegas.
Noventa y tres ciudades del toro has conquistado.
Ya están bajo la noche de las ganaderías
fraguando feroces combates de la tierra.
Ríos de sangre brava se encrespan en los prados
e instintos milenarios, para que tú los venzas.
La Puerta de la Gloria ya está abierta; has entrado
al teatro, terrible con su muerte de veras.
¡Qué perfume de dehesas en el toro cegado
del toril con su noche a una plaza sin velas!
La cornada en la seca armazón del caballo
ha abierto la sorpresa de unas entrañas frescas.
Y en el quite te llevas prendidas las heridas,
y en la leña del asta cuaja un abril de seda.
Ya está el toro en el centro; paso a paso, despacio,
te acercas al asombro de su embestida ciega
y deshojan su empuje dieciséis naturales
como pétalos rojos que en el aire se quedan.
El terreno del toro ya es tuyo. ¡Y qué terrible
esa arena arrancada a su mar de violencia!
¡Qué tierra movediza donde pones tu estatua
con un seto de Muerte que, erizado, te aprieta!
Ya es intangible el toro; ya es inútil la malva.
La fina flor del campo y el Betis que la riega
sólo la Muerte puede eternizar su giro
cuando, cuadrado, el rayo fulminador le acecha.
¡Qué tempestad de plata en su jardín de entrañas!</CW>
¡Qué vidrio en su mirada cuando inmóvil se queda!</CW>
Destruido por dentro, y, por fin, se derrumba
humillando a tus plantas su almenada cabeza.
Luego, amaranto y oro, o de manzana y plata
das el giro al anillo, el trofeo en tu diestra,
como brasa de sangre, y parece la plaza
un velero arbolado de pañuelos que vuelan.
Dos mil años de lidia sobre esta piel de España
(¡oh, cráteres de luna de su redonda tierra!)
hasta ti, «Manolete», que das ritmo y medida
al anárquico empuje del instinto y la fuerza.
Yo saludo al torero más valiente del ruedo.
Saludo el abanico difícil de tu izquierda,
que hace al toro satélite, luna de tu oro antiguo
con órbita de estrellas.
Y saludo en ti a Córdoba, olivares y ermitas,
surtidor de odaliscas, hoy cubierto con tierra,
que te dió esa elegancia de califa sin trono,
de Almanzor que no vuelve, que es desdén y nobleza.
AGUSTÍN DE FOXÁ
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