Un siglo contado por ABC

Palabras finales: El hombre y el estilo

Cartel de la corrida de Linares en la que Manuel Rodriguez «Manolete» se citó con la muerteSobre el espacio que Juan Belmonte había descubierto y conquistado, rompiendo las viejas tablas de la ley taurina, cuando ya todo parecía logrado y ninguna emoción nueva podía superar a la que Belmonte trajo, «Manolete» creó un estilo y edificó sobre lo que por su volumen y trascendencia podríamos llamar «Continente belmontino». Para edificar sobre el terreno que el hombre había ganado heroicamente al toro, había también que ser héroe. Y crear, genialmente. Héroe y creador genial fue Manuel Rodríguez Sánchez. A partir de «Manolete», el toreo adquiere una estética nueva. (...)

Si de Belmonte tuvo la genial intuición innovadora y el don supremo de crear estilo, de «Joselito» tuvo la amargura de no ser estimado ni comprendido. Y su fin trágico también. «Joselito» sonreía siempre tristemente, «Manolete» ni sonreír supo, cargado de amargura. Ni él ni «Joselito» fueron populares en el sentido caliente y entrañable de la palabra. No podían serlo. Ni tenían por qué, que la popularidad, en el fondo, está hecha de gregarias concesiones. O de algo peor, que es eso de tejer ratimagos y brindar ofrendas a la galería despreciable del circo. Ni «Joselito» ni él fueron plebeyos. Fueron héroes nacidos del pueblo, convertidos en auténticas expresiones de aristocracia y señorío profesional. «Manolete» había escrito en su confesión más auténtica: «En el toreo no existen terrenos determinados; todo depende de la improvisación y del momento.» Y él no improvisó, sino que creó un estilo, nacido de su manera de ser. Porque en «Manolete el estilo era el hombre.

Él había dicho también: «Porque la gallardía se mide siempre por la arrogancia ante el peligro, no por las consecuencias naturales de esa misma arrogancia mortal.»

No midió —su trágico fin lo prueba— esa consecuencia mortal de la arrogancia. Y en Linares, sabiendo lo que arrostraba a lo largo de toda una faena imposible —posible para él solo—, halló la muerte. La muerte de «Joselito» fué un azar. La de «Manolete», una porfía, una defensa tesonera de la personalidad. (...)

La dimensión y profundidad del estilo que <CF43>«Manolete impuso, y su influencia en esferas que trascendían de lo meramente taurino, puede medirse por las pasiones adversas que levantó. Él no comprendió toda la verdad que encerraba el dicho de Mazzantini: «Torear dos horas en la plaza y veintidós en la calle». A él le bastaba —así lo creyó— con las dos horas de luces. ¡Y cómo tenía que torear para suplir aquellas veintidós horas de vacación, sosteniéndose en la cumbre que atrae los rayos!

Y él quería un rival: «El torero es el ser que sufre las sensaciones más complejas y variadas —había dicho bajo su firma—. Es preciso mucho dominio de uno mismo para lograr dominar continuamente ese estado de ánimo que se caracteriza por la conservación de la sangre fría; y esto resulta mucho más difícil cuando por imperativo de la fiesta se encuentra uno solo en lo alto, durante tiempo y más tiempo, sin rivalidades ni competencias; la competencia es, en este caso, deseable, porque el torero descansa en ella, la atención del público se reparte entre los rivales, y se cede en responsabilidad ante la afición.» Y en la deseada competencia ha muerto. (...)

Mucho habría que hablar de «Manolete». Recordando al hombre, hallamos el estilo. El estilo y el destino amarga como el rictus de su boca, que no afloró ni en risa ni en sonrisa. Aquella figura que ya no veremos más, revestida por la majestad de su tristeza, era acaso un gran presentimiento hecho carne de esperado sacrificio. Como vivió ha muerto, sin un paso atrás, fiel a su personalidad cordobesa, ya en pura gloria histórica. Y tanto como su figura, desde 1939 a 1947, pesará su sombra. Su sombra ejemplar, testamento de hombría.

GIRALDILLO

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