Un siglo contado por ABC

Llamando a las puertas del cielo


Toda España se quedó en vilo cuando Manolete, genio y figura del toreo, se derrumbó en Linares, en la frontera que separa la vida de la leyenda. ABC dedicó a la tragedia un amplio y emocionante seguimiento informativo del que rescatamos las imágenes y las crónicas de una muerte, para algunos anunciada, que heló los corazones y detuvo el tiempo

Portada que dedicó ABC al suceso que conmovió a la sociedad españolaA primera hora de la noche de ayer cundió por todo Madrid la noticia de que era mortal la grave cogida que, al matar su segundo toro de Miura, cuarto de la corrida de feria de Linares, recibió el famoso matador Manuel Rodríguez, «Manolete». Llegó incluso a decirse que, como a Carpio y al «Litri», el asta le había roto la femoral y estaba luchando con la muerte. Los médicos de la enfermería de la Plaza de Toros de Linares no parecían tampoco muy optimistas acerca de la salvación del diestro. El padre de Luis Miguel «Dominguín», que se encontraba a la cabecera del herido en unión de su hijo, llamó por teléfono a su casa de Madrid y encargó a su primogénito, Domingo, que llevara urgentemente en automóvil al doctor Tamames con sus ayudantes. Al mismo tiempo se buscaba al doctor Jiménez Guinea, el cual, acompañado de un practicante, salió a las diez y media de la noche. (...)

En el primer toro, «Gitanillo de Triana» había sido muy aplaudido en premio a una excelente faena, pero con «Manolete», que en el segundo se había mostrado muy valiente, el público parecía muy exigente y no le saludó con muestras de satisfacción. (...) Salió entonces «Manolete» dispuesto a hacer la gran faena de la tarde. Su toro no era el más propicio para lucirse, porque no embestía por el lado izquierdo y gazapeaba mucho. Hizo, sin embargo, una faena emocionante, y, al entrar a matar, en un sitio muy malo, de espaldas a los chiqueros y por el lado contrario, el toro, que le esperaba, le prendió por la ingle y le retuvo algunos segundos en el aire. Cayó muerto, como fulminado, el animal, y «Manolete», con una fuerte hemorragia, fué trasladado a la enfermería, adonde le llevaron las orejas y el rabo. La emoción en la plaza era indescriptible.

Rictus de amargura

El primero en acudir a «Manolete» herido fué Luis Miguel «Dominguín», que se dió cuenta en seguida de la gravedad de la herida, más que por la sangre que de ella manaba, por la angustia de su mirada y el rictus de amargura que percibió en sus labios. «Un hombre tan hombre, un torero tan valiente y un artista tan grande como "Manolete" no podía tener una expresión tan angustiosa y amarga si no supiera que ésta era una cornada mortal», dijo el torero madrileño al salir de la enfermería. (..) <MC> Era tal la pérdida de sangre, que en la enfermería reinó, en las primeras horas, algún desconcierto. (...) Luis Miguel Dominguín se ofreció, pese a los consejos de Álvaro Domecq, a que se hiciera a «Manolete» una transfusión de su sangre, pero la prueba fué negativa. En total se le han hecho cuatro transfusiones en el curso de la noche. La sed que experimentaba el gran torero cordobés era tan devoradora que su joven compañero de profesión le colocó un pañuelo empapado en agua, en los labios, lo cual no hizo sino aumentar su desazón, pues lo que «Manolete» deseaba era beber. Dominguín consiguió disipar esta ansiedad empapando la cabeza, la frente y la cara del herido con pañuelos húmedos.

En el hospital municipal

Desde la enfermería fue trasladado «Manolete» al hospital municipal. Se había logrado ya contener la hemorragia provisionalmente y se tenía la impresión de que la vida del torero podía ser salvada, sobre todo cuando se esperaba de un momento a otro la llegada de los médicos de Madrid y Córdoba. (...) La impresión que a las tres de la madrugada nos trasmite el mozo de estoques de «Manolete» es muy pesimista. Dice que la pérdida de sangre ha sido realmente excepcional. Los doctores Jiménez Guinea y Tamames no han llegado todavía. (...) El parte dado en el Hospital Municipal a las tres y media de la madrugada dice que ya se percibe el pulso. Tiene 120 pulsaciones, y la temperatura es de 36,8. Poco después de las tres y media empezó a hablar y sus primeras palabras fueron: «¿Ha muerto el toro de la estocada?» «Camará», que está continuamente a su lado, le contestó que sí. «Manolete» insistió: «¿Me han dado algo?» Y «Camará» le contó la verdad de su triunfo. Existe el peligro de un colapso, pero en el hospital se cree que si se logra vencer el «shock» traumático, «Manolete» se salvará. Ha sufrido dos operaciones; una en la enfermería de la Plaza de Toros para buscar la trayectoria de la cornada y practicar las ligaduras, y otra en el hospital (...) hecha sin anestesia.

El fallecimiento

Tamames llegó a Linares a las cuatro de la madrugada, y algunos minutos después llegó el doctor Jiménez Guinea. Ambos médicos procedieron a examinar la herida y, como primera diligencia, ordenaron una quinta transfusión de sangre. «Manolete» ha hablado por tercera vez, para preguntar por su madre: «¡Cómo sufrirá mi madre!», ha dicho.(...)

A punto de cerrar esta edición, a las cinco y veinte de la madrugada, el Hospital municipal de Linares nos comunica la triste noticia de la muerte del gran torero cordobés. Estaban los doctores practicándole la quinta transfusión de sangre cuando le sobrevino el temido colapso. Pocos momentos antes, y conocido ya el dictamen de los médicos, el capellán del Hospital le había administrado la Extremaunción. El fallecimiento ocurrió a las cinco y cuarto de la madrugada. En la alcoba se hallaban en aquel instante, además de los doctores Jiménez Guinea y Tamames, el apoderado del diestro, «Camará».

Breve biografía

Tenía treinta y dos años, era hijo de «Manolete», el torero cordobés que, alternando con Antonio Fuentes, «Bombita», «Machaquito» y Vicente Pastor, consiguió muchos triunfos en las plazas de toros de toda España. Una lesión en la vista obligó al padre de «Manolete» a retirarse cuando aún no había podido hacer una fortuna para su familia. (...) «Manolete» se educó en la mayor pobreza y, tras de muchos tanteos infructuosos como novillero mediocre, acertó a dar a su arte un estilo personal en que la eficacia se unía a la gallardía, y la serenidad inconmovible al más puro arte de lidiador. Tomó la alternativa en 1939, y a partir de este momento, de triunfo en triunfo, como verdadero creador de un estilo, que nadie ha podido imitar, pues a él se sumaba su propia figura majestuosa, recorrió los ruedos de España y América y labró la fortuna más considerable que torero alguno ha ganado en su profesión. (...)

(Publicado en ABC el 30-8-1947)

]Los últimos momentos

Linares 29. (...) El famoso torero murió a las cinco y tres minutos. Era noche cerrada todavía. De las calles contiguas se alzaba el murmullo alegre de la multitud en fiestas, ajena al drama que, durante diez horas ininterrumpidas, riñeron la vida y la muerte en el organismo robusto del torero cordobés. A las seis menos veinte empezaba a amanecer, y un viento fresco barría del rostro del torero muerto las moscas que a él habían estado acuciando toda la noche. Se oían, a distancia, coplas flamencas.

(...) El magnífico automóvil de «Manolete» estuvo continuamente a la puerta del hospital municipal. El pueblo —trasnochador en el primer día de la feria— lo contemplaba con pasmo.

]Los doctores de Madrid

Cuando los señores Jiménez Guinea y Tamames llegaron al lecho donde se extinguía la vida de «Manolete», se hallaba éste casi exangüe, pero no había perdido el conocimiento ni el habla, y los saludó con unos ojos ávidos e inquietos. Las personas que le rodeaban no pensaron nunca que moriría.

—Dadme agua mineral —había pedido poco antes.

Le trajeron «Insalus», y «Manolete» después de un breve trago, exclamó:

—Yo quiero «Mondariz».

Y con un dejo burlón añadió:

—Me queréis envenenar.

La presencia de los doctores que habían llegado de Madrid animó visiblemente al herido, y cuando Domingo González («Dominguín»), que los acompañaba, acarició las manos y aun el rostro sudoroso de «Manolete», éste le lanzó miradas de gratitud y afecto. Había perdido mucha sangre. Bullían sus ojos en torno a la habitación; reconocía a todo el mundo; no tuvo un momento siquiera de desesperación y desaliento. Él, como todos los presentes, confiaban en que el trance sería salvado con fortuna. Eran las cuatro de la madrugada. Los médicos de Madrid, aunque trataban de animarle, veían aproximarse el desenlace fatal. (...) [TEXTO]Murió con los ojos cerrados. El doctor Jiménez Guinea le aconsejó que los cerrara, porque la luz le hacía daño, y tenían una extraña expresión de curiosidad hacia las cosas que le rodeaban. «Manolete» obedeció. Había estado obedeciendo toda la noche a todo el mundo. El doctor Tamames le sujetaba el pulso. «Ha muerto», murmuró sordamente, y los brazos del torero se desplomaron sobre el lecho. No hubo estertores, ni angustias, ni suspiros. La última palabra que salió distintamente de sus labios fue «David». David es el nombre de su peón de confianza, del cual es fama que solía alentar a «Manolete» en todas las ocasiones de apuro, y especialmente en sus cogidas. Sus labios siguieron agitándose hasta el último momento, pero no se pudo saber lo que quería decir.

Lupe Sino

Acababa de entregar, serena y santamente, su alma al Altísimo cuando entraron en la habitación Domingo Ortega y Luis Miguel Dominguín. El primero, emocionado y sin poder hablar, lloraba, acariciando a «Manolete». El segundo, más sereno, sentado en la cama del muerto, le apretaba convulsamente la cara y las manos. Todos lloraban en la alcoba. Entonces fue cuando entró en la cámara mortuoria la artista de cine Lupe Sino, que se arrojó sobre el cuerpo yacente, sollozando con infinita amargura, y allí estuvo por espacio de siete horas, como enajenada.

Más de quince mil personas del pueblo de Linares desfilaron en ese tiempo por delante del cadáver, arrodillándose y rezando. Lupe Sino fue arrancada de allí al ser trasladados los restos de «Manolete» a Córdoba, y no se había dado siquiera cuenta de que una muchedumbre devota y llorosa había pasado por delante de ella. (...) La herida seguía sangrando gota a gota, cuando justamente a las cinco y tres minutos de la madrugada de ayer se extinguió la vida de «Manolete». Y la gente bullanguera —mujeres y hombres —, que cantaba: «Vaya mi pena. Se ha muerto el rey de los toreros. De luto está Sevilla llena», quedó súbitamente silenciosa y se dirigió también al hospital municipal para decir su plegaria por el alma del torero muerto.

«Islero» y el fatalismo

Linares 29. El toro de Miura que ha matado al diestro «Manolete» se llama «Islero», negro, entrepelao y bragao. (...) Después de trabajosas indagaciones han sido encontrados los cuernos del toro «Islero» que en la tarde de ayer mató a «Manolete». Se encuentra en poder del comerciante de esta plaza D. Claudio Mesino, aficionado e incondicional del fallecido diestro. Dicho señor logró hacerse con ellos apenas terminada la corrida, y los guarda en su casa como un preciado tesoro. (...) El cuerno derecho, que fue el que cogió al torero, presenta, una mancha de 22 centímetros de extensión, que se supone sea de sangre de «Manolete».—CIFRA Y MENCHETA.

Linares 29. Una nota curiosa en la vida de «Manolete» durante su estancia en Linares hace cuatro años es que al torear en esta plaza el coche atropelló a una niña, a la que no causó daño alguno. La pequeña fue llevada al hospital, y «Manolete», acompañado de la madre y de las hermanas que asistieron a la niña y del doctor Garrido Arboleda, que ahora ha operado al diestro, dijo: «Este hospital es tan hermoso y le tienen ustedes tan limpio que dan ganas de enfermar para permanecer en él». A la niña atropellada le hizo «Manolete» un buen regalo, y al año siguiente, en la corrida de Feria, la invitó y la brindó un toro.—CIFRA.

(Publicado en ABC el 31-8-1947)

El entierro

Córdoba 30. A las cinco y media de la tarde se han celebrado en la iglesia de San Nicolás de la Villa los solemnes oficios en sufragio por el alma de Manuel Rodríguez («Manolete»). Mucho antes de la hora señalada, los alrededores de la iglesia se encontraban completamente llenos de público. (...) Asistieron, entre otros, el diestro Rafael González («Machaquito»), que ostentaba la representación del Montepío de Toreros; el apoderado del torero, José Flores («Camará»), y familiares del finado.(...) El cuerpo de «Manolete» iba encerrado en una lujosísima arca con herrajes de plata. Un avión no cesaba de arrojar flores sobre el féretro. El número de personas que presencian el paso del cortejo no bajará de cien mil. (...) La llegada al cementerio fue de impresionante emoción. El gentío rodeó el féretro y se disputaba el honor de llevarlo en hombros hasta el lugar donde ha de reposar el gran torero. (...) Se rezó un responso, que fue escuchado con silencio impresionante por la multitud. El cadáver fué inhumado provisionalmente en el panteón de la familia Sánchez de Puerta, íntima de la de «Manolete». Al pasar por el barrio de Santa Marina, la comitiva entró en la plaza de la Lagunilla, donde está enclavada la antigua casa donde vivió Manuel Rodríguez, y en la actualidad está habitada por una hermana suya. El vecindario se agrupó en la plaza y fueron arrojadas flores sobre el cadáver. Los toreros que figuraban en el duelo oyeron de rodillas el responso. El cadáver fué llevado a hombros por la cuadrilla del torero muerto y otros amigos íntimos. De todas partes de España han llegado representaciones. Casi todos los que asistieron al entierro llevaban corbata negra.—CIFRA

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