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II GUERRA MUNDIAL, Horror y esperanza entre las ruinas
PEDRO TOUCEDA
El holocausto del pueblo judío
en los campos de concentración nazis fue algo digno del peor de
los demonios. Nimbados con una falsa aureola mesiánica, aquellos
ángeles exterminadores parecieron cambiar el quinto mandamiento
rebañando el «no» con la guadaña de la muerte
y esculpiendo, en las frentes de sus conciencias, un «matarás»
febril, insaciable y enloquecido. Millones de judíos fallecieron
gaseados, fusilados o rendidos bajo unas cruces gamadas y brutales.
A machetazos se abrieron paso en la selva informativa hace menos de una década los odios reconcentrados entre los hutus y los tutsis. Tuvieron que troncharse millones de vidas en Ruanda y Burundi para que Occidente pestañeara con indolencia antes de intentar frenar el horror. Pero las matanzas continúan hoy en distintos puntos de África. Que no escuchemos silbar las balas en el tamtan de los informativos ni contemplemos esqueletos vivos paseando por nuestro salón a la hora de comer no significa que «no esté pasando y nolo estemos viendo».
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