II GUERRA MUNDIAL, Horror y esperanza entre las ruinas


Corazones en Tinieblas

PEDRO TOUCEDA

Hay páginas de la Historia escritas a sangre y fuego que, por muchas paladas que eche el tiempo, nunca dejarán de estremecernos. En la Segunda Guerra Mundial, donde la potencia de los ejércitos se medía por toneladas; donde, como dijo Wenceslao Fernández-Flórez, la materia entró en lucha, se produjeron quizás los mayores horrores de los que hemos sido capaces.

 

El holocausto del pueblo judío en los campos de concentración nazis fue algo digno del peor de los demonios. Nimbados con una falsa aureola mesiánica, aquellos ángeles exterminadores parecieron cambiar el quinto mandamiento rebañando el «no» con la guadaña de la muerte y esculpiendo, en las frentes de sus conciencias, un «matarás» febril, insaciable y enloquecido. Millones de judíos fallecieron gaseados, fusilados o rendidos bajo unas cruces gamadas y brutales.
Sin embargo, fieles a nuestra ansia de no aprender, el hombre ha seguido arrojando cuerpos por los balcones de sus abismos. Otros genocidios han sucedido a aquellos y tienden a infinito las muescas en la culata de la infamia.

 

A machetazos se abrieron paso en la selva informativa —hace menos de una década— los odios reconcentrados entre los hutus y los tutsis. Tuvieron que troncharse millones de vidas en Ruanda y Burundi para que Occidente pestañeara con indolencia antes de intentar frenar el horror. Pero las matanzas continúan hoy en distintos puntos de África. Que no escuchemos silbar las balas en el tamtan de los informativos ni contemplemos esqueletos vivos paseando por nuestro salón a la hora de comer no significa que «no esté pasando y nolo estemos viendo».


Nadie se alza contra esas guerras olvidadas que desangran a la Humanidad. Pero ahí están. En Liberia, en Sierra Leona y en tantos otros países donde el filo de los diamantes rasga, impasible, la existencia cristalina de unos pueblos atrincherados en el corazón de las tinieblas.

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