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II GUERRA MUNDIAL, Horror y esperanza entre las ruinas
JULIO CAMBA
En la antigüedad, parece que los griegos ya se servían de palomas para transmitir a las ciudades del interior los nombres de aquellos atletas que eran proclamados vencedores en los campeonatos olímpicos, pero, entonces, bajo el cielo de Grecia, no había aeroplanos, proyectiles de doble propulsión ni ondas dirigidas o condicionadas, y las intrépidas aves estaban allí completamente libres de toda rivalidad y de toda competencia. Todavía en la guerra franco-prusiana
del 70, los únicos enemigos de las palomas mensajeras eran los
halcones que el Ejército alemán adiestraba para perseguirlas,
pero, sobre el Canal de la Mancha y en la madrugada del 6 de junio, las
cosas debían de ofrecer un aspecto muy diferente, y miembro que
soy de la clase periodística, yo no me explico aún cómo
una simple paloma ha podido «pisarle» a la radio la noticia
de la invasión. Es cierto que todas las radios estaban controladas
por las autoridades militares, pero también es de suponer que las
palomas mensajeras fuesen objeto, en aquel día, de una vigilancia
especial y, sin embargo, nuestra heroína logró llegar oportunamente
con su despacho al puerto de destino. Esperemos que, a más de darla
como homenaje una ración extraordinaria de grano o de miga de pan,
la Agencia Reuter se apresure a subirle el sueldo...
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