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Un siglo contado por ABC
El túnel del tiempo
por Pedro Touceda
El
frenesí que causó la hazaña de Charles A. Lindbergh
en todo el planeta fue incomparable. Aunque, mayor que la proeza misma,
pronto igualada y superada por otros ases de la aviación, fue el
clamor que produjo. Un clamor que se extendió como un incendio
por el mapamundi, que prendió en palacios, pueblos y calles; en
gentes de toda condición y nacionalidad. Aquella primavera el mundo
se volvió loco por «el loco de los aires», un aviador
solitario que parecía destinado, como otros que le precedieron,
a ser devorado por las fauces frías de Atlántico, que a
punto estaban de cuadrar otra vez la Tierra.
Tras el salto fabuloso quedaban horas de vigilia, una mosca cojonera que
le mantuvo despierto y una travesía sonámbula escrita entre
dos aguas: la del océano y la de las nubes. Pero, después
de treinta y tres horas sin dormir, Lindbergh estuvo viviendo en sueños
durante cinco años.
En 1932 despertó de fama y fortuna
cuando secuestraron y mataron a uno de sus hijos.
El otro vuelo prodigioso del siglo XX lo protagonizaron los tripulantes
del Apolo XI. Aquel pequeño paso para el hombre y gran salto para
la Humanidad de Neil Arsmtrong quedó grabado en las arenas tranquilas
de un mar inexistente. En ambas aventuras conviven lo épico y lo
poético, y en ambas la resaca del tiempo ha dejado un rastro brumoso
y agridulce. Si la desbordante popularidad de Lindbergh acabó en
tragedia, la hazaña de los tripulantes del Apolo XI todavía
está siendo registrada en las aduanas de la gloria.
Al vuelo de Lindbergh no llegamos, pero sí a la odisea en directo
de los tres astronautas alucinados. Y cuando recordamos aquella noche
de playas ingrávidas, volvemos a sentir, como Julien Green ante
los cuadros de Dalí, que desembarcamos en nuestros sueños.
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