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Un siglo contado por ABC Las dos Torres Parece ser que a los dioses nunca les ha gustado que los
pobrecitos humanos nos subamos a sus barbas. Cualquier obra faraónica
que tenga un halo «divino», donde el lujo y la ostentación
pesen más de lo prudente, suele acabar envuelta en un final trágico,
víctima de una atávica maldición. Sin embargo, hay algo sutil que sobrevuela cualquier gran
catástrofe, un sentimiento a la vez íntimo y a la vez multitudinario,
palpable pero volátil, que está presente en todas pero que
nadie ve y del que nadie habla. Es ese temblor de siglos, ese temblor
de especie que nos sacude entonces, que nos une, que nos devuelve a nuestro
verdadero ser, es decir, al ser humano; que nos empuja a paladearnos en
nuestra propia esencia, a valorar cada latido de nuestro corazón,
a sentir la humedad de cada lágrima, a comprender el mensaje de
los dioses: «Sois efímeros, sois vulnerables». Entonces,
todos relucimos juntos por dentro, aunque sólo sea unos segundos,
antes de volvernos a hundir en el lodo del tiempo.
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