(4 de noviembre)

Del Príncipe

Por ALFONSO USSÍA

SÉAME permitido un reproche y un homenaje. Ambos dirigidos a mi persona. En verano escribí del Príncipe, sus amigos y su futuro. Aquí el reproche. «Para ello, para elegir, para comparar, para conocer, para enamorarse, el Príncipe de Asturias tiene que ampliar su bosque de allegados, que no es frondoso». Mal orientado estaba. Cuando se publicó mi artículo, el pasado 29 de agosto, el Príncipe había ampliado su bosque de allegados y muy discretamente se guardaba para sí sus planes y sus proyectos. Ahora el homenaje. «Nadie pretende historias de princesas vacías y cuentos de hadas. En las dignísimas Fernández, Pérez, Gómez o García podría estar la solución que no se resuelve. En las Universidades o las profesiones liberales, en las empresas o en el deporte». No escribí el apellido Ortiz, pero la intención lo incluía.

El Príncipe ha elegido y los Reyes han aprobado su elección. La ciudadanía, en esta ocasión, ha reaccionado con alegría. Nada tiene que ver este caso con el anterior. Hace dos años el Príncipe decía «sí» y la calle le repetía «no». Ahora, la calle se ha puesto de su lado, casi unánimemente. Una buena parte del casi que no lo ha hecho forma parte de un sector de la sociedad excesivamente obsesionado con los ayeres. También hay que respetar sus opiniones, como las que defienden que, por esta vez, el Príncipe se ha enamorado de la persona adecuada. En principio, un rasgo de esa persona, Leticia Ortiz -no me gusta que la futura Princesa de Asturias sea una falta de ortografía- fortalece la impresión de su elección acertada. Su discreción hermética. En su profesión ha destacado por su capacidad de trabajo y brillantez. Es políglota. Es española, asturiana y guapísima. Sus compañeros en el periodismo no le escatiman méritos ni elogios. Las voces menos entusiastas insisten en su condición de divorciada. Sinceramente, condición superable en los tiempos que vivimos. Le pedíamos, le exigíamos al Príncipe una resolución urgente. De su última experiencia salió anímicamente herido y nada agradecido con quienes le habían, le habíamos, planteado peligros e inconvenientes. Se sabía que su paso adelante lo daría por amor. Lo ha dado. Todos con él. El principal problema se resuelve y la época manda. Me lo decía ayer una recalcitrante monárquica, que curiosamente no estuvo del lado de Don Juan en los tiempos del exilio. Convivir con el Régimen era más fácil y beneficioso. Pues eso, que me decía ayer: «No quiero tener un Rey que se apellide Borbón Ortiz». Bueno, pues yo sí. Me importa un bledo. Mucho mejor un Ortiz bien puesto que un rimbombante nombre del Gotha mal encajado en la realidad. Además, que el tópico de que un Príncipe tiene que casarse con una mujer «preparada para ser Reina» no se sostiene. En las Casas Reales hay muchas princesas que no sirven para nada. Esa preparación la va a recibir y padecer Leticia Ortiz en los próximos años. No hay contradicción en esta reflexión. El asunto Sannum no era admisible. La demagogia se puso a su favor y a los que nos atrevimos a poner en duda sus beneficios institucionales y personales nos llamaron de todo, pero nada bueno. Lo de ahora es diferente, y además, irreversible. La Monarquía, que fue emoción, hoy es pragmatismo. Será complicado modernizar lo que, por espíritu, es antiguo. Pero se hará. Un síntoma de modernización será la desaparición de la distancia protocolaria entre los príncipes y la ciudadanía. No se puede pretender que lo moderno acepte las viejas normas. Si la Monarquía es nueva, el tratamiento también. A modernizarnos todos, incluida la Casa Real. A deberes limitados, limitados privilegios. Pero sin poner trabas al impulso del Príncipe, que ha elegido como mujer y futura Reina de España a una persona inteligente y trabajadora que ha sido aceptada por la ciudadanía. Y todos a una.

 

 

 

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