(2 noviembre) Editorial

La elección del Heredero

EL compromiso oficial de Su Alteza Real el Príncipe de Asturias con la periodista Letizia Ortiz entraña una decisión personal del Heredero construida sobre la base de sus legítimos sentimientos afectivos y de sus deberes constitucionales con la Corona.

De la misma manera que cuando Don Felipe decidió poner fin a una relación afectiva generalmente considerada inadecuada, recibió el reconocimiento, el respeto y la confianza de la sociedad y de la clase política, su compromiso actual se hace acreedor del mismo nivel de confianza.

En numerosas ocasiones, el Príncipe de Asturias ha manifestado ser consciente de la responsabilidad histórica que le incumbe como Heredero de la Corona. Sus palabras siempre han estado respaldadas por su comportamiento institucional y su formación política. Por eso, nadie debe dudar de que Don Felipe habrá tenido muy presentes, en la elección de su futura esposa, las condiciones que debe reunir quien esté llamada a ser Reina de España. Y también habrá sido consciente del legado histórico que recibe. En el XXV aniversario de la Constitución, se ha hecho especialmente visible la fuerza integradora del reinado de Su Majestad el Rey. La personalidad de Don Juan Carlos, su aportación esencial a la convivencia, su proximidad inmediata a los ciudadanos, han configurado una Monarquía arraigada en la cultura política de los españoles, como un factor insustituible de la autoestima y de la estabilidad que ha alcanzado España en este cuarto de siglo.

Hay muchas razones para estar seguros de que el Príncipe de Asturias ha tenido en consideración esta perspectiva histórica y futura de la Corona para afrontar su compromiso matrimonial. Su naturaleza privada debe mover al respeto más estricto por la decisión del Heredero, tanto como su trascendencia política e institucional le obliga a considerar que el interés de España siempre es preferente. Ahora bien, la misma sociedad española que, después de 25 años de vida constitucional y democrática, se siente absolutamente identificada con la Monarquía de Don Juan Carlos I, también ha evolucionado, como el resto de Europa, en su propia organización interna, de tal manera que no hay sectores ni clases sociales estancos que pudieran considerarse limitativos de las relaciones posibles del Heredero.

La prometida del Príncipe de Asturias responde al perfil de esta sociedad moderna, permeable y con criterios de valoración que priman el desarrollo profesional, la formación intelectual y la imagen personal, cualidades que sin esfuerzo son reconocibles en la persona de Letizia Ortiz. Si de los errores del pasado se ha aprendido el daño que pueden provocar las descalificaciones insultantes y los elogios paternalistas, desde este momento sobran los juicios retrospectivos sobre una persona que, ante todo, ya representa el futuro. Un futuro compuesto, el suyo y el de España, por lo que le es exigible que lo asuma con toda la ilusión personal y también con toda la dignidad y sentido del deber.

En la propia libertad de la elección de Don Felipe y de la aceptación de su prometida se halla el fundamento de su doble compromiso mutuo y con las obligaciones constitucionales que les incumben para con la Corona y España. No nos sirven aquellos modelos europeos en los que la apertura de las Monarquías a la sociedad se ha traducido en una fuente de deslegitimación y en un abandono progresivo de las responsabilidades institucionales. Tampoco tenemos duda de que el Príncipe de Asturias, fiel reflejo de una Monarquía constitucional e históricamente legitimada, mantendrá a la Corona en la dignidad que le exige ser la piedra angular de la Nación

 

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