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Alfonso XIII, la boda de un Rey
Por Fernando Rayón

Desde la boda de su padre Alfonso XII con la reina Mercedes, Madrid no conocía tanta alegría y ambiente festivo en las calles. El pueblo volvía a tener la percepción de que su Rey se casaba enamorado y aquella sensación, y la belleza de la nueva Reina, inspiraban todos los comentarios. A finales de 1905, ABC había realizado una encuesta entre las candidatas a convertirse en Reina de España y Victoria Eugenia había ganado por goleada a Patricia de Connaught, y a Victoria Luisa de Prusia, la segunda y tercera clasificadas. Pero no sólo el pueblo había sentido el flechazo de Victoria Eugenia. El Rey se había enamorado casi al instante.


Los jóvenes esposos se habían conocido en 1905 con motivo de un viaje oficial de Alfonso XIII a Inglaterra. En un baile de gala el Rey preguntó a una de sus primas: «Dime, ¿quién es esa bella princesa rubia?». Intercambiaron pocas palabras. El Rey sólo le preguntó si coleccionaba postales, y aquellas cartas semanales sirvieron para hacer el resto. Al año siguiente se casaban. Ella tenía 18 años y el Rey acababa de cumplir 20.
Victoria Eugenia, la princesa rubia, era hija de Enrique de Battenberg –hijo de Alejandro de Hesse– y de Beatriz de la Gran Bretaña, hija menor de la Reina Victoria de la Gran Bretaña. Había nacido en el castillo de Balmoral (Escocia) el 24 de octubre de 1887. Era la única niña entre cuatro hermanos. Había tenido una educación cortesana como correspondía la condición de su familia.
El 25 de mayo de 1906 llegaba la princesa inglesa a España. La boda había quedado fijada para seis días después. Mientras tanto, la futura reina se hospedó en el Palacio de El Pardo, lugar desde el que partiría para su boda. Los preparativos fueron a lo grande: festejos, invitados, vestidos, menú... Fue, sin duda, la boda más importante del siglo pasado en nuestro país.
El 31 de mayo, a las seis media de la mañana, salió Alfonso XIII del Palacio Real para dirigirse a El Pardo. En la capilla del Palacio oyeron Misa y comulgaron. Desayunaron y, en coche, se desplazaron hasta Madrid.


Victoria Eugenia se quedó en el Ministerio de Marina, donde la esperaban su peluquero y sus doncellas para vestirla. Alfonso XIII se volvió al Palacio Real. A las once de la mañana, un cañonazo anunciaba la salida de la comitiva. Al Rey, que vestía uniforme de gala de capitán general, le acompañaba su cuñado y padrino Don Carlos de Borbón Dos Sicilias, esposo de su hermana mayor, la fallecida Princesa de Asturias, María de las Mercedes. Cuando empezaron a subir la escalinata de la iglesia de los Jerónimos de Madrid la orquesta hizo sonar la Marcha Real.
La Reina Madre María Cristina se había reunido en el Ministerio de Marina con su futura nuera y con la madre de ésta, la princesa Beatriz, y juntas, a través de la calle Arenal, la Puerta de el Sol y la Carrera de San Jerónimo llegaron a los Jerónimos. Bajo palio entraron la novia y sus acompañantes en el templo.


En la nave principal ocupaba un lugar destacado el Infante Don Alfonso, hijo de la hermana mayor del Rey y entonces heredero del trono y, entre las autoridades del gobierno y las delegaciones extranjeras destacaban el Príncipe de Gales; el Príncipe Alberto de Prusia; el Archiduque Francisco Fernando de Austria, de tan trágico destino; Luis Fernando de Baviera; el Gran Duque Wladimiro de Rusia; Gustavo de Suecia, Alberto de Bélgica; Andrés de Grecia y Luis de Mónaco, entre otros.


Oficiada por el Cardenal Arzobispo de Toledo, la ceremonia fue larga y, tras ella, se cantó un Te Deum. Los alrededores del templo madrileño estaban llenos de un gentío que aplaudió a los novios cuando finalmente aparecieron en el atrio de la iglesia, cubierto con un toldo con el escudo real. Ya en la carroza, Alfonso XIII y Victoria Eugenia cruzaron la Puerta del Sol y, por la calle Mayor, se dirigieron al Palacio. En torno a las dos de la tarde, cuando cruzaban la calle Mayor, el anarquista Mateo Morral arrojó desde uno de los balcones una bomba contra la carroza. Aunque Alfonso XIII y Victoria Eugenia resultaron indemnes, murieron unas veinte personas. Aquello ya no era una amenaza de tragedia, de la que tanto habían advertido al Soberano. Era la tragedia misma.


Victoria Eugenia llegó a palacio con el traje de novia ensangrentado. Se cambió inmediatamente de vestido y se puso el «traje de comida» con el que fue retratada por Comba en la recepción que sucedió al banquete. El baile fue suprimido por el Soberano, en señal de duelo por las víctimas del atentado. Su primo, el Príncipe de Gales no salía de su asombro cuando le contaban lo ocurrido. Había pensado que el ruido de la bomba eran salvas en honor de los Reyes. Victoria Eugenia nunca pudo olvidarlo. Aún muchos años después recordaba aquella escena como ocurrida a cámara lenta, con cierta sensación de ausencia y con Alfonso XIII intentando tranquilizarla desde el primer momento. No ha habido una boda real en la historia reciente de España tan traumática. Quizá fue el anuncio de las convulsiones que el país iba a sufrir en los próximos años.

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