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Los títulos del Príncipe [pág 3]

La dignidad de Príncipe de Asturias

Por José Luis Sampedro Escolar
de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía


Carlos IV y María Luisa de Parma, su cónyuge, fueron objeto de toda clase de intrigas de los cortesanos que trataban de ganar su favor mientras ostentaron la condicón de herederos, en esa apuesta de futuro que suelen hacer los conspiradores que se inclinan de manera descarada por la «opción de futuro» cuando se adivina próximo un cambio de titularidad en la cúspide del poder.
Cuando finalmente ocuparon el regio solio, las intrigas no tardaron en reproducirse, esta vez lisonjeando al nuevo Príncipe de Asturias, Fernando, casado en 1802 con la Princesa María Antonia de Nápoles. En esta ocasión, los jóvenes Príncipes sí que gustaban de las intrigas cortesanas y de los juegos, nunca afortunados, en los que las potencias extranjeras los usaban de peones inconscientes.


Pocos años después, el Príncipe se convertía en Fernado VII, tras una turbia traición contra su padre y Rey que la Historia conoce como el Motín de Aranjuez, uno de los casos más vergonzosos de manipulación demagógica de los complots palatinos disfrazados burdamente de sentimientos populares. Los acontecimientos subsiguientes son conocidos: farsa de Bayona, devolución de la corona por Fernando a su padre, abdicación de éste en Napoleón y asentamiento por éste en el trono de san Fernando de su hermano José, el famoso Pepe Botella, culminando tan grotesco episodio en la tragedia de la Guerra de la Independencia que costó al reino miles de vidas, la ruina económica y la pérdida de cuantiosos tesoros de arte, por no hablar más que de los daños más llamativos.
Restaurado en el trono de sus mayores al finalizar la contienda, y sin descendencia masculina, Fernando VII ordenó celebrar la Jura de su heredera, doña Isabel, el 20 de junio de 1833; esta fue la última Jura según el ceremonial histórico. Pretendía asegurar los derechos de la futura Isabel II, pero no evitó la Guerra Carlista al fallecer el Rey.


Con el afianzamiento de la Monarquía constitucional desaparecen estas ceremonias de Jura de los Príncipes por las Cortes y sólo se da el reconocimiento protocolario del Heredero por los representantes de Asturias, mediante la imposición de una insignia, emblema de su dignidad –una joya elaborada a mediados del siglo XIX, de esmaltes y pedrería, en la que aparece la Cruz de la Victoria– y la entrega de un tributo simbólico llamado mantillas. Este acto tenía lugar en el Palacio Real de Madrid y no significaba más que ratificar la asunción por el Heredero de la dignidad de Príncipe de Asturias, sin repercusión constitucional. La Princesa Isabel, conocida como La Chata, el futuro Alfonso XII, el primogénito de Amadeo I, Doña María de las Mercedes (primogénita de Alfonso XII) y Don Alfonso de Borbón y Battenberg fueron protagonistas de estas sencillas solemnidades y todos ellos ostentaron la misma insignia acreditativa de su condición.


Las circunstancias que rodearon la declaración de la Infanta Doña Isabel como Princesa de Asturias en 1875, al producirse la Restauración borbónica en la persona de su hermano Alfonso XII, nos dicen mucho de la personalidad de aquel estadista algo cínico que era don Antonio Cánovas del Castillo, pues es sabido que forzó todas las leyes dinásticas para evitar que al Rey Alfonso pudiese sucederle, llegado el caso, su propia madre, la Reina Isabel II, la cual debería haber sido llamada la trono de haber muerto el rey sin hijos, como Felipe V, según hemos visto, volvió a ceñir su corona a poco de abdicar en Luis I. Años después, cuando se discutía la conveniencia de designar Princesa de Asturias a la primogénita de Alfonso XII y María Cristina de Austria, el mismo Cánovas argumentó completamente a contrario para evitar al erario la dotación económica de una Princesa de Asturias, mucho más cuantiosa que la de una Infanta. Pocos meses después, Sagasta, para congraciarse con los monarcas, promovió la proclamación de la Infanta María de las Mercedes como Princesa de Asturias, con su asignación correspondiente, ganándose la simpatía perpetua de la Reina María Cristina.


Esta Princesa María de las Mercedes ostentó la condición de Princesa de Asturias hasta su fallecimiento en 1904, y, cuando se produjo este luctuoso suceso, ocupó oficiosamente su puesto su hijo primogénito, el Infante don Alfonso de Borbón Dos Sicilias, quien, no obstante, no llegó a ser oficialmente designado como Príncipe de Asturias, aunque muchos lo llamasen así, sobre todo cuando se celebraron las bodas de su tío Alfonso XIII con Doña Victoria Eugenia de Battenberg, en 1906, ceremonia a la que el regio niño acudió como testigo principalísimo, pese a su corta edad, por ser el primer llamado a la sucesión de la Corona. Le desplazarían poco después de tan privilegiada situación, pues en 1907 nacería el primogénito de Don Alfonso XIII y Doña Victoria Eugenia.


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