Una
cita inesperada con la Historia -pág 2-
por Blanca Torquemada
Aficionada
a los disfraces
Tanto
la futura Princesa de Asturias como sus hermanas ganaron en varias ocasiones
el premio de disfraces con motivo de las fiestas del colegio, pues ponían
especial empeño y dedicación en la tarea. Sus compañeras
recuerdan que en cierta ocasión Letizia dio la campanada con
uno de Casimiro, personaje de Televisión Española que
mandaba a los niños a dormir, años después de los
«Telerín».
Cuando acababan las clases, la niña pasaba algunas tardes en
la sede de la emisora de Radio Oviedo en la que trabajaba su abuela,
Menchu Álvarez del Valle, quien dio vida a programas muy recordados,
como «Coser y cantar» (junto a José Rivalla «Ceceda»),
«Rumbo a la gloria» y «Puente a su problema».
Auténtica fuerza viva del Principado durante décadas,
Menchu fue también una reconocida actriz de radioteatro y guionista
de miles de programas, además de columnista en Prensa. El estudio
donde trabajaba ocupaba la cuarta planta del mismo inmueble que, en
el primer piso, era sede del diario «La Nueva España»,
por lo que años antes Menchu había establecido una fluida
relación de amistad con Graciano García, quien fue redactor
de esa publicación ovetense y después artífice
de la Fundación Príncipe de Asturias.
Las
clases de ballet las recibían las hermanas Ortiz en el estudio
de Marisa Fanjul, situado entonces en el número 17 de la calle
Melquíades Álvarez, de Oviedo. La profesora rememora cómo
Letizia sacaba de la cartera sus libros y su bocadillo de Nocilla para
hacer los deberes mientras su madre asistía, también como
alumna, a las sesiones para adultos. Letizia reunía condiciones
más que aceptables para la danza, pero el ballet fue para ella
más un ejercicio de educación corporal que un objetivo
de alcance, mientras que su hermana Telma sí destacaba en esta
disciplina, a la que entregó años de férrea dedicación.
Durante esos años Letizia tuvo ocasión de subirse en varias
ocasiones a las tablas del Teatro Campoamor de Oviedo, donde el Joven
Ballet de Asturias (entonces denominado Petit Ballet) realizaba sus
exhibiciones.
En el número 51 de la calle de Pérez de Sala (el edificio
donde residían los abuelos de Letizia hasta que, hace unos seis
años, Menchu Álvarez del Valle y José Luis Ortiz
se retiraron a una vida más tranquila en una casona de Sardeu,
en Ribadesella) apenas queda memoria de la que, vagamente, hoy se recuerda
como una pequeña inquieta y vivaracha. Carmen Álvarez
Jiménez, la hija de «Conchita, la del primero», vecina
pared con pared de los abuelos de Letizia, sí alcanza a rescatar
entre sus imágenes de hace más de veinte años que,
como todos los niños, dio quebraderos de cabeza: un año,
por San Mateo, la gran fiesta patronal de Oviedo, la familia fue a ver
las carrozas desde una peluquería de la céntrica calle
Uría y la cría metió la cabeza entre los barrotes,
con el sobresalto consiguiente.
Oviedo era entonces una ciudad pequeña. A los Ortiz Rocasolano
les encantaba, en los fines de semana y días de fiesta, dar un
tranquilo paseo desde la calle de Pérez de la Sala, donde vivían
los abuelos, hasta la capilla del Cristo de las Cadenas en la que fueron
bautizadas las dos niñas mayores. La zona no estaba entonces
urbanizada como ahora y sí pespunteada de «praus»
y merenderos, muy agradables cuando el sol se dejaba ver. Algunos días,
optaban por las excursiones a las grutas del Naranco.
Otra opción era la playa. Un año, los Ortiz tuvieron alquilado
un apartamento en Ribadesella, junto al mar, y más adelante eligieron
una casita en Argüero, que pertenece al Concejo de Villaviciosa.
Los veranos eran intensos, para las tres hermanas. A las dos abuelas
les encantaba disfrutar de sus nietas y se organizaban para pasar con
ellas largas temporadas durante las vacaciones escolares. Así,
con los padres de Jesús Ortiz las niñas se marchaban a
Aldea de San Miguel, un pueblecito a pocos kilómetros de Valladolid
en el que había nacido la madre de Menchu y donde podían
hacer uso de la casa familiar. Cumplían de este modo el rito
de ir «a secar» a la Meseta, como dicen los asturianos,
nada proclives a utilizar la forma reflexiva de los verbos. Con Francisco
Rocasolano, taxista, y Enriqueta Rodríguez, las pequeñas
se marchaban a Torrevieja, a un apartamento que los abuelos maternos
vendieron después de la jubilación para comprarse otro
en Alicante.
Pero, en contrapartida, la vida cotidiana de las hermanas Ortiz mantenía
un régimen disciplinado, en época escolar, muy vinculado
a la ayuda que prestaban, por proximidad, los abuelos paternos. La tele
sólo la veían los fines de semana y su programa favorito
era el «Un, dos, tres». A Menchu Álvarez del Valle
le gustaba preparar artículos y guiones por la noche (la futura
Princesa de Asturias dice de ella que «escribe como los ángeles»)
y sus vecinos tienen grabada la imagen de su despacho, siempre atestado
de papeles. Su esposo, José Luis Ortiz, trabajaba como comercial
en Olivetti, la empresa de máquinas de escribir, en la que además
impartía cursos de aprovechamiento de los equipos.
El
padre de Letizia tenía una pequeña productora a principios
de los ochenta y la niña se interesó muy pronto por todo
lo referido a la comunicación. A los diez años empezó
a tomar parte en el programa «El Columpio», en Antena 3
de Radio. No fue una experiencia tan liviana como puede parecer, a la
vista de su edad de entonces. Jesús Ortiz encomendó la
tarea de preparar y realizar este espacio a sus dos hijas mayores y
a otros niños hijos de amigos y conocidos. Los críos decidían
en una reunión semanal los contenidos y luego escribían
los guiones y diseñaban la escaleta.
«El columpio» se emitía los sábados por la
mañana y nadie interfería en la labor de los chavales
en cabina. Ellos mismos tenían que componérselas para
salir airosos si sufrían un lapsus. Ya con un cierto rodaje,
Letizia fue «nombrada» redactora-jefe de aquel equipo.
Cuando la prometida del Heredero tenía catorce años, en
los primeros meses de 1987, su padre se trasladó a Madrid, requerido
para trabajar con su paisano Lalo Azcona, quien unos años antes
había creado su empresa de comunicación en la capital.
Jesús Ortiz, avanzadilla de la familia, se instaló solo
en un apartamento de la calle Canillas para evitar partir el curso escolar
de sus hijas. Letizia estudió su primer año de BUP en
el instituto Alfonso XII de Oviedo y ya en septiembre se marcha a la
capital con su hermana Telma, para vivir ambas con su padre en el Parque
de las Avenidas. Quedaron adscritas al instituto Ramiro de Maeztu, el
que les correspondía por zona de acuerdo con el primer domicilio
madrileño de su padre en el barrio de Prosperidad. A su madre
no le habían concecido aún el traslado a Madrid y por
eso Paloma Rocasolano y su hija menor, Érica, tuvieron que permanecer
un año más en Asturias.
Después de ya reunidos el matrimonio y las tres hijas, la familia
pasó una corta temporada en el Parque de las Avenidas, mientras
estaba en construcción la casa que los Ortiz adquirieron, sobre
plano, en la urbanización Montesport de Rivas Vaciamadrid, un
pueblo en expansión del Este de Madrid situado junto a la carretera
de Valencia, que ya entonces se esbozaba como la ciudad-dormitorio de
clase media que hoy es. Su madre ocupó plaza en el ambulatorio
de Moratalaz, antes de pasar a desempeñar su actual labor como
«liberada» del Satse, un sindicato profesional de enfermería
en el que desempeña la función de delegada del área
sanitaria 1 de Madrid.
Boda
civil y periodismo
Como Letizia y Telma hicieron los dos últimos cursos del BUP
y el COU en horario nocturno (debido a que no quedaban plazas de mañana
ni de tarde), su padre las recogía cuando terminaban las clases,
a las diez y media de la noche. En el instituto conoció a Alonso
Guerrero, profesor de Lengua y Literatura diez años mayor que
ella con quien entabló un largo noviazgo que acabó en
boda civil en agosto de 1998, ceremonia que tuvo lugar en el pueblo
del contrayente, Almendralejo, y que fue oficiada por el alcalde de
la localidad pacense, Jesús Morán. La pareja se divorció
un año más tarde. El primer matrimonio de Letizia coincidió
en el tiempo con la separación de sus padres.
Pero en esos momentos Letizia ya era una acreditada profesional de los
medios de comunicación. Tras concluir los estudios secundarios
y alentada por su infancia radiofónica en Oviedo, su vocación
estaba muy clara: en 1990 se matriculó en Ciencias de la Información
en la Universidad Complutense de Madrid, y se licenció en Periodismo
en 1995 con calificación media de notable. Según los testimonios
de sus compañeros, no pertenecía al amplio grupo de estudiantes
universitarios asiduos al bar de la Facultad. Por el contrario, prefería
sentarse en las primeras filas de clase y se tomaba interés en
las disertaciones de los profesores, dispuesta siempre a levantar la
mano e intervenir. En el viaje de Paso del Ecuador, en 1993, tuvo ocasión
de recorrer Marruecos, y no precisamente en «jet» privado.
Con sus compañeros viajó hasta Algeciras en tren, desde
donde tomó el ferry a Tánger, para hacer después
un recorrido en autobús por Fez, Casablanca y Marraquech. Posteriormente,
avalada por su buen expediente académico, tuvo ocasión
de participar en VIII Encuentro Iberoamericano de Facultades de Comunicación
Social que se celebró en la ciudad colombiana de Cali entre el
24 y el 28 de octubre de 1994.
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